
Yenny Álvarez, en llanto por no lograr el podio en París.
Crédito: Reuters
¿Qué hay detrás del retroceso de Colombia en los Juegos Olímpicos de París?
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Medir la participación de Colombia va mucho más allá de contar las medallas obtenidas. La falta de política pública, el caos del Ministerio del Deporte, la falta de escuelas de formación de técnicos y deportistas, la precariedad de los clubes y las ligas departamentales, y la escasa inversión privada explican el retroceso en Francia.

Ganar una medalla olímpica, no importa si es con pasaporte chino, alemán o colombiano, es una proeza. Talento superior, disciplina espartana, apoyo multidisciplinario hacen parte de la fórmula que el atleta debe seguir para conseguirlo. Pero también hace falta mucha plata. Competir y destacarse en unos Juegos Olímpicos supone una inversión alta y sostenida. Competencias nacionales e internacionales, ciclos de formación en el extranjero, todo un equipo técnico que rodee al deportista, implementos de entrenamiento y competencia, nutrición, seguros: la caja registradora nunca deja de sonar.
En ese escenario, ganar una medalla olímpica en un país en vía de desarrollo como Colombia, donde el deporte es una de los rubros más bajos en el presupuesto de inversión, es una proeza al cuadrado. Por eso hacer un diagnóstico del papel del país en París 2024 tomando como referencia solo la consecución de medallas es un error. No somos China. No somos Estados Unidos. No somos Australia.
El calificativo de fracaso olímpico que titula esta nota trasciende, pues, el medallero de los juegos. Responde a la falta de política pública del deporte sólida, estructurada y transparente en el país. Y también a un ministerio gaseoso y errático que ha tenido tres ministras en menos de dos años, así como federaciones deportivas débiles y al borde de la informalidad, que denuncian al unísono que administran pobreza, escasísima inversión privada y falta de infraestructura y preparación de entrenadores y atletas.
¿Cuáles son los principales problemas detrás del fracaso en los Juegos Olímpícos París 2024? CAMBIO habló con voces expertas, atletas y académico para encontrarlos.
Tres ministras en 2 años: ¿hay política pública sobre el deporte en el gobierno del Cambio?
Después de la posesión de Luz Cristina López como ministra de deporte el pasado 5 de marzo –la tercera en menos de dos años–, el presidente Gustavo Petro declaró, molesto, que consideraba que el Ministerio de Deporte era una pérdida de tiempo.
Casi veinte días antes, el 15 de febrero, Astrid Rodríguez –segunda ministra– había renunciado a su cargo por la negligencia administrativa que le impidió a Colombia ser la sede de los Juegos Panamericanos del 2027 (claves en el próximo ciclo olímpico con miras a los Juegos de Los Ángeles en 2028 y que, según la Contraloría, le abrieron un hueco al Estado de 10.670 millones de pesos).
Un año antes, María Isabel Urrutia, la primera ministra en el gobierno Petro, salió escandalosamente de su cargo. Hoy enfrenta un juicio por la terminación y renovación indebida de contratos al interior del ministerio.
Mientras tanto, esta semana finaliza con un malestar generalizado por el anuncio de Luz Cristina López, tercera ministra al mando, de reducir el presupuesto para la cartera del deporte en 2025 en más del 60 por ciento: de 1.3 billones a 460 mil millones.
Los últimos Juegos Nacionales, que se hicieron en el Eje Cafetero –y que son angulares para los atletas con aspiraciones olímpicas– fueron manchados por los escándalos de la organización y las obras no terminadas, que implicaron una inversión de 280 mil millones.
La Serie Intercontinental de Béisbol, presupuestada para ocurrir entre el 26 de enero y el 1 de febrero pasados, con todos los actores listos, fue suspendida por no recibir el aval del Comité Olímpico Colombiano y el Ministerio del Deporte. La Liga Profesional de Fútbol Femenino, entre tanto, sigue caminando por la cornisa.
Según el El Departamento Nacional de Planeación (DNP), a comienzos de agosto el Ministerio del Deporte solo había ejecutado el 12 por ciento de los 1.3 billones de pesos que tiene de presupuesto.
Según el ex director de Coldeportes Jairo Clopatofsky, la política pública de este gobierno en el deporte no tiene norte. Sin ocultar su malestar, Clopatofsky le dijo a CAMBIO que los resultados de París reflejan un retroceso en política pública de 15 años con respecto a los Juegos Olímpicos de Londres 2012 y Río 2016.
Más allá de la cantidad de medallas conseguidas, su denuncia se basa en que no hay estrategia alguna, ni metas claras, ni mediciones, y que los éxitos obtenidos –decepcionantes en su opinión– camuflan la falta total de estrategia y proyección a mediano y largo plazo.
Para Clopatofsky, el gobierno mira con desdén las posibilidades y bondades del deporte, que, entre muchas otras, si se hace bien, puede ser una gran fuente de turismo y un mecanismo de desarrollo y sentido de vida para las juventudes. Esto se agudiza con un ministerio politizado y burocrático en el que no es prioridad la promoción y el desarrollo deportivo.
“Con 150 mil millones, que después fueron 480 mil, logramos en Coldeportes la renovación de 8 estadios; hospedar el Mundial sub 20; 9 medallas olímpicas en Londres; un equipo de ciclismo compitiendo en Europa y un eficiente semillero de talentos con el programa Supérate, a lo largo y ancho del país… ¡Los resultados vienen si hay voluntad política!”, dice Clopatofsky.
Muchos atletas han alzado la voz para reclamar una política pública sólida que les cumpla en términos económicos, de preparación y competencia. El último fue el ciclista Fernando Gaviria que, tras terminar su participación en París, le dijo al Canal Caracol: “Esperar en lo que viene que el apoyo del Comité y la Federación sea desde mucho antes, no solo desde el último año de clasificación”.
Carlos Mario Oquendo, medallista olímpico en Londres 2012 en la modalidad de BMX, confirmó lo dicho por Gaviría. Oquendo dijo que en Colombia no se visualiza el camino antes de echarse a andar: “Acá nadie mide, nadie evalúa qué fue lo que hizo bien un entrenador en Tokio para luego replicarlo en París. No se investiga, no se transmite el conocimiento… ¿Dígame cuántos libros se han escrito sobre BMX? ¡Ni uno solo!”.
Mauricio Hernández, director de Transparencia en el Deporte, una organización de la sociedad civil que busca mejorar las capacidades de las organizaciones deportivas, dijo que el problema de la política pública con respecto al deporte olímpico empieza en la escasa vigilancia y control de los programas y convenios que firman las federaciones con el Ministerio.
Hernández sostiene que el Ministerio del Deporte como ente supervisor no ejerce adecuadamente su labor; y entonces se ejecutan los recursos año tras año sin validar la efectividad de los proyectos y programas.
“A pesar de muchas demandas e irregularidades en las federaciones, la oficina de Dirección, Inspección, Vigilancia y Control del Ministerio no ha impuesto ni una sola multa en su historia”, nos dijo un ex funcionario de la dependencia en la administración pasada.
El Ministerio del Deporte se defendió y afirmó que es falso que no haya apoyo suficiente para los atletas. Según esa cartera, el gobierno Petro hizo la mayor inversión histórica para la preparación de los Juegos Olímpicos: 180 mil millones de pesos para las federaciones y 58 mil para el Comité Olímpico entre 2023 y 2024.
Además, dice el ministerio, en el 2024 se destinaron 27 mil millones de pesos para los programas de talento y reserva, que abarcan todas las fases de desarrollo de los atletas y dentro de los cuales se paga un salario mensual a 430 atletas de rendimiento convencional en 33 deportes, y a 141 restantes para atletas en 14 deportes.
Entonces: ¿hay plata o en Colombia el deporte administra la pobreza?
A las afueras de la Villa Olímpica en París, Orlando Ibarra, primer vicepresidente de la Federación de Atletismo, atendió una llamada de CAMBIO. Después de conversar por casi 40 minutos el directivo dijo: “Trabajar en deporte en Colombia es administrar pobreza”.
Ibarra es una voz autorizada. Se destacó como atleta en pruebas de lanzamiento de bala, dirigió la Liga de Atletismo del Atlántico y ha trabajado en la formación de talentos.
Abogado de profesión, Ibarra le dijo a CAMBIO que los problemas empiezan y terminan en lo económico. Su explicación es sencilla: aparte del fútbol, ningún otro deporte es tan popular en el país como para recibir dineros privados. Las federaciones sufren la condena de estar atenidas al Ministerio del Deporte y el Comité Olímpico, conscientes todas de que si los pagos se demoran o el presupuesto se reduce, los mayores damnificados son los atletas, a los que se les niegan oportunidades de formación, competencia y acompañamiento.
Y si en el alto rendimiento llueve, en los clubes aficionados y las ligas departamentales graniza. Otra máxima que dejó la llamada con Ibarra fue que “ni el Ministerio ni el Comité Olímpico forman a un solo atleta”. Para el directivo, los atletas se forman en los clubes y las ligas departamentales, cuya situación económica es hasta el extremo precaria.
Para Ibarra las federaciones son entidades muy débiles. Argumentó que mientras no se fortalezca la base –los clubes, las ligas, las competencias intercolegiales– y el génesis de los deportistas siga signado por la falta de recursos, las medallas olímpicas se darán a cuenta gotas: y más por el destello de un talento excepcional que como consecuencia de un plan estructurado.
También desde París, Mauricio Vargas, presidente de la Federación de Ciclismo, dijo que las grandes carencias están en la base, en las entidades departamentales encargadas de la formación primaria de los ciclistas. La regla general, contó Vargas, es la falta de cuidados médicos, nutrición, infraestructura y formadores capacitados. El dirigente también confirmó la dependencia casi absoluta de los dineros del Ministerio y el Comité Olímpico. Además, dijo, la inversión privada es exigua.
Para completar este diagnóstico, después de las dolorosas eliminaciones de las boxeadoras Yenni Arias y Angie Valdés en París, CAMBIO habló con Estiwell Quesada, el gran periodista especializado en boxeo en Colombia.
Además de darle un 5/10 a la participación olímpica, Quesada le dijo a CAMBIO que la precariedad en la base de la pirámide del boxeo en el Caribe es innegable. Gimnasios ruinosos, rines hechos con “retazos de telas y neumáticos, muy manuales y sin nada de tecnología”. En contraste, en las ligas del interior, Antioquía, Valle del Cauca, Bogotá, en donde no se administra pobreza, los resultados y el desarrollo del deporte son “otro cuento”, contó Quesada.
Federaciones Deportivas Nacionales: ¿monarquías pírricas?
El Sistema Nacional del Deporte (SND), explicado simplificadamente, funciona como una pirámide. Arriba, el Ministerio del Deporte, la gran despensa, y luego, en calidad de entidades privadas, hacia abajo: el Comité Olímpico, las Federaciones Nacionales Deportivas, las Ligas Departamentales y los clubes aficionados.
En el papel, las federaciones deben “fomentar, patrocinar y organizar la práctica de un deporte y sus modalidades deportivas, dentro del ámbito nacional, teniendo a cargo el manejo técnico y administrativo de su deporte”. Pero en la práctica, si nos remitimos a las voces de los entrevistados, son en su gran mayoría entidades débiles, al borde de la informalidad –a pesar de que firman convenios de miles de millones–, que gobiernan de puertas hacia adentro, sin mayor rendición de cuentas, y en las que los mandamases se relevan como si fuesen una monarquía.
Para la muestra, la impresentable Federación Colombiana de Fútbol, en cabeza de un presidente bochornoso, que a pesar de escándalos inéditos y la probada ineficacia en su gestión, sigue atornillado a su puesto con el aval de sus pares y sus súbditos.
Un exfuncionario del Ministerio del Deporte, que pidió la reserva de la fuente, nos dijo que tuvo que llevar a cabo rendiciones de cuentas financieras y contables en parques públicos, pues ciertas federaciones no contaban siquiera con oficinas propias. Esto se conjuga con la conclusión de Mauricio Hernández, de Transparencia por el Deporte, que reiteró que estudiar su funcionamiento por años arroja que, en general, el modus operandi de las federaciones no tiene una agenda clara. Para el académico, las federaciones operan bajo un monopolio patrocinado por el Estado, que se justifica a través de la figura de autonomía del deporte, bajos niveles de rendición de cuentas y alta discrecionalidad.
Y como el Ministerio del Deporte les resulta un fiscal demasiado débil a los dirigentes –dijo– la fiesta sigue y sigue, con dolorosa ineficacia, a pesar de que, en su opinión, sí hay mucha plata tanto para gestionar a los atletas de alto rendimiento como para fomentar los deportes con sus distintas modalidades.
La falta de agenda se refleja también en la precariedad a la hora de formar entrenadores y atletas. De nuevo, el fútbol sirve de ejemplo, como el deporte más popular y rico. A la fecha no hay un solo instituto de alta calidad para formar a los directores técnicos. Orlando Ibarra, antes de colgar, nos dijo que no es casualidad que los últimos medallistas olímpicos en atletismo tengan técnicos extranjeros. Y que los cursos de quince días que la Federación le da a sus entrenadores están lejos, muy lejos, de la formación especializada, técnica y de vanguardia que reciben en los países que de verdad ganan medallas.
Todo esto sin entrar en las denuncias sobre el Ministerio del Deporte como fortín político para asignar recursos con clientelismo y sin tener en cuenta la repartición igualitaria que la ley exige en todos los departamentos, algo que voces como las del congresista Mauricio Parodi y Jairo Clopatofskiy han planteado.
¿Y la inversión privada? Brilla por su ausencia en razón de un círculo vicioso donde las federaciones no logran posicionar y vender sus deportes para que sean productos atractivos; el Gobierno no tiene ningún incentivo que seduzca a las empresas a invertir en el deporte, y la informalidad y las sospechas sobre la transparencia y la eficacia de los recursos recibidos son una invitación a alejarse del deporte.
El fracaso olímpico, por donde empezó esta nota, va, pues, mucho más allá de las medallas. Es estructural y obedece a una política pública refundida, sin continuidad, en la que lo que ocurre por detrás de las competiciones que todos vemos, como los Juegos Olímpicos, es precario, informal e ineficaz. Mucho más allá de la emoción sin nombre que nos dieron en París Ángel Barajas, Yeison López y Marí Leivis Sánchez.
