
Trump no encabeza un régimen fascista en términos formales, pero el despliegue de acciones, discursos y alianzas de su entorno político muestra trazos inquietantes.
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Los elementos fascistas del gobierno Trump
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En análisis para CAMBIO, Priscila Celedón señala las características fascistas del régimen del presidente norteamericano Donald Trump y advierte que el fascismo contemporáneo no se ve igual que el del siglo pasado, pero puede ser igual de peligroso.

Las palabras importan. Nos activan, nos alejan o, a veces, simplemente nos dejan indiferentes. En un mundo donde cada año nacen términos nuevos —impulsados por la revolución digital—, algunas palabras del pasado se vacían de contenido, aunque conservan una fuerte carga simbólica. "Fascista" es una de ellas.
Durante décadas, ha sido utilizada desde la izquierda y la derecha como insulto genérico: sinónimo de autoritarismo, mano dura o radicalismo. Pero su uso excesivo y difuso ha erosionado su significado original. Aun así, en 2016, la palabra "fascismo" fue la más buscada en el diccionario Merriam-Webster, como recordaba Madeleine Albright, señal de que la inquietud persiste, especialmente en momentos de tensión democrática. Hablar hoy de fascismo no implica replicar el modelo europeo del siglo XX, con sus camisas negras y desfiles militares. Pero ignorar las similitudes —por imperfectas que sean— puede ser un error fatal. Entender el pasado no es una invitación al alarmismo, sino una herramienta para reconocer patrones peligrosos y actuar a tiempo.

Trump no encabeza un régimen fascista en términos formales. Pero el despliegue de acciones, discursos y alianzas de su entorno político muestra trazos inquietantes que merecen atención. Ignorarlo, confiando ciegamente en la fortaleza institucional de Estados Unidos, es una apuesta riesgosa. El mito de que “las instituciones siempre resistirán” se debilita cada día. Este análisis no busca etiquetas tajantes, sino activar una alerta. Estancarse en debates teóricos —sobre si es o no fascismo— podría allanar el camino a un fenómeno que sí comparte muchas de sus características fundamentales.
¿Qué acciones del Trumpismo evocan el fascismo? He aquí algunas, que guardan relación con elementos del fascismo histórico, adaptados a la era digital y globalizada:
- La narrativa conspirativa como eje ideológico. Desde el inicio, Trump ha operado bajo la idea de un "Estado profundo" que conspira contra él. Esta idea, promovida por QAnon y otros sectores de la ultraderecha, ha justificado purgas internas en instituciones como el FBI o el ejército. Esta desconfianza sistemática es un pilar del pensamiento fascista.
- Desmantelamiento institucional. Ha impulsado el cierre o debilitamiento de agencias claves como la USAID, la Comisión Federal de Comercio, FTC, la Comisión Federal de Comunicaciones, FCC, la Junta de Supervisión de Privacidad y Libertades Civiles, y otras instancias independientes, bajo argumentos ideológicos o políticos. Estas instituciones representan contrapesos fundamentales en la democracia.
- La hostilidad hacia la ciencia y la educación. Recortes drásticos a la investigación científica, presión sobre universidades para eliminar temáticas de género o justicia racial, y la censura implícita a través de amenazas presupuestarias, buscan controlar el conocimiento y moldear la narrativa pública.
- El gobierno como espectáculo. Trump no solo gobierna, sino que actúa. Su estilo mezcla represión con show mediático. Cambios simbólicos, como renombrar el “Golfo de México” a “Golfo de América”, son parte de una estrategia propagandística de nacionalismo extremo.
- La persecución de opositores. Desde jueces hasta artistas, científicos o periodistas, cualquier voz crítica es blanco de ataques. Los medios son tildados de “enemigos del pueblo”, una fórmula clásica del fascismo para desacreditar toda disidencia.
- Purga judicial y militar. La sustitución de abogados generales y altos mandos, y la presión sobre figuras como el presidente de la Reserva Federal, apunta a un objetivo claro: controlar los balances del poder desde dentro.
- Una élite ideológica poderosa. Figuras como Peter Thiel, Elon Musk y Curtis Yarvin no son solo aliados económicos. Representan una ideología tecnolibertaria y neomonárquica que busca remodelar el Estado a su medida. Yarvin incluso ha teorizado la necesidad de un “rey moderno”, que hoy personifica en Trump.
- Control y manipulación digital. El Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), liderado por Musk, ha intentado acceder a datos confidenciales de ciudadanos. El uso de algoritmos y redes sociales para manipular emociones como miedo e ira recuerda la propaganda de masas del siglo XX, pero ahora con un alcance global e instantáneo.
- Nacionalismo y supremacismo. “America First” no es solo un lema de campaña; remite a un movimiento de los años 30 con simpatías fascistas. Las políticas migratorias, los discursos contra minorías y la exaltación de una identidad blanca cristiana reproducen los pilares ideológicos del fascismo.
- La narrativa del fraude electoral, aún creída por millones, fue el pretexto para justificar la toma del Capitolio y perseguir a quienes intentaron frenarla. La propaganda basada en mentiras repetidas hasta convertirse en verdades emocionales es un recurso clave del fascismo.
- Supresión de la crítica y vigilancia. Se ha debilitado el soporte a verificadores de datos como parte de una estrategia para normalizar la desinformación. El ejército juvenil que rodea a Musk y DOGE, según Yarvin, está ideologizado. Posiblemente está listo para operar como un nuevo tipo de milicia digital.

El Fascismo del siglo XXI: un riesgo real. Hannah Arendt advertía que el objetivo del fascismo es tomar el poder e instaurar una élite incuestionable. Hoy, ese objetivo no necesita camisas pardas ni marchas paramilitares, ni el corporativismo del pasado. Basta con algoritmos, plataformas, show mediático y una red de aliados con control sobre datos, narrativa y recursos, así como alguna versión más potente de corporativismo que no incluirá seguramente a la población sino a la élite. El fascismo contemporáneo no se ve igual que el del siglo pasado, pero puede ser igual de peligroso. No necesita copiarlo para replicar su lógica de dominación.
Como señalaba Madeleine Albright, el fascismo es una forma extrema de autoritarismo. No todo autoritarismo es fascista, pero todo fascismo es autoritario. La diferencia se fundamenta en el nacionalismo radical, el culto al líder, la manipulación emocional de las masas y la destrucción sistemática de los contrapesos institucionales. Frente a eso, se necesita acción ciudadana, defensa de la democracia desde lo colectivo y lo presencial, no solo desde las redes. La resistencia debe ser real, tangible y masiva. Porque cuando la voluntad sustituye a la razón, atendiendo a Snyder, y el espectáculo reemplaza al debate, la democracia corre el riesgo de disolverse.
