Enrique Santos Calderón
16 Julio 2023

Enrique Santos Calderón

CUESTIÓN DE LENGUAJE

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Aunque sea a pesar suyo, no se puede negar la buena estrella que ha acompañado a Gustavo Petro.
 
El costo de vida bajando, el dólar también, las finanzas del Estado robustecidas, la oposición confundida, el uribismo desarticulado y, esta semana, el fallo de la Corte de La Haya negando las pretensiones de Nicaragua sobre San Andrés y Providencia. Importante victoria jurídica y decisión tranquilizante para el país, aunque no se puede bajar la guardia ante un sujeto como Daniel Ortega. Un tirano que ha pisoteado todos los preceptos democráticos en su país y traicionado el ideario del movimiento sandinista que liberó a los nicaragüenses de la dictadura de la familia Somoza que por medio siglo los exprimió y oprimió. Ortega puede salir con cualquier cosa.
 
Cuando en 1979 el Frente Sandinista ingresó victorioso a Managua y Anastasio Somoza huyó a Miami, el hecho fue celebrado por todas las democracias del mundo. Era el ejemplo clásico de una insurgencia de un grupo de jóvenes idealistas que empuñaron las armas para derrocar una dictadura corrupta y lo lograron.  Al igual que veinte años antes lo habían logrado contra la tiranía de Fulgencio Batista en Cuba los barbudos de la Sierra Maestra comandados por Fidel Castro.  En ambos casos, como tristemente lo sabemos, esos movimientos guerrilleros triunfantes derivaron en dictaduras por circunstancias ligadas a tensiones de la Guerra Fría, al atractivo que aún ejercía el marxismo y al talante autoritario de sus líderes. 
 
Hoy tenemos en Colombia a un presidente de izquierda cuyos lejanos orígenes ideológicos se remontan al castrismo y al sandinismo; que militó en un movimiento armado inspirado en el populismo nacionalista (el M-19);que se profesa socialdemócrata y que hoy se desempeña en un mundo donde el comunismo es una entelequia del pasado y en un país que llega inseguro e inquieto al primer año de un gobierno que ha sembrado expectativas de cambios profundos.
 
 
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Martin Heidegger decía que el lenguaje es el camino y tal vez por eso desentrañar lo que a veces dice Petro ayuda a entender para dónde va. El Gobierno sacó una directriz que ordena a sus funcionarios guardar “un lenguaje respetuoso” para referirse al ELN, además de precisar que de ahora en adelante se lo debe considerar como “organización armada rebelde” y no un grupo armado organizado (GAO en el léxico oficial).
 
Noble deferencia semántica y lingüística con el ELN. Solo cabe preguntarse qué pensarán las incontables víctimas de esta guerrilla y cuándo esta corresponderá con un real gesto de paz —uno solo, ojalá unilateral para que sea más creíble— hacia este país que tanto ha lastimado. 
 
Pero es cierto que desescalar el lenguaje es ingrediente importante de un proceso de negociación y paz. En el de La Habana se entendió rápidamente que insultándose en declaraciones y comunicados no era la forma de aclimatar unos diálogos cara a cara.
 
También es cierto que los elenos en nada pueden quejarse del trato a veces casi obsecuente que reciben del Estado y de la propia Iglesia católica. Si lo que les choca es que les digan terroristas tendrían que comenzar por demostrar por qué no es terrorista secuestrar a ancianos, madres y niños. Y explicar si sitiar a las comunidades por hambre o privarlas de vías y servicios es lo propio de “rebeldes armados”.
 
Adjetivos que no dan vida matan decía el eterno Huidobro y aquí el presidente Petro también podría calibrar los suyos. “Esclavistas”, por ejemplo, para calificar a sus críticos es algo más que un exceso retórico por la agresiva carga ideológica que conlleva. Para no hablar de las lenguas viperinas de cabales y polos polo desde la derecha opositora. 
 
El lenguaje, en fin, tan delicado y tan profundo. Hay que saber criticar a fondo sin ofender. Dejar a un adversario sin respuesta por la contundencia de un argumento es distinto de desatar su ira por un calificativo destemplado.  
 
Falta ver cómo será el manejo del idioma —de parte y parte— en las negociaciones que se avecinan con las tres organizaciones que se reclaman políticas: la Segunda Marquetalia, ahora sin Márquez, el llamado Estado Mayor Central de alias Mordisco (habría que buscarle un apelativo más respetuoso) y el eterno ELN, cuyo jefe máximo se ha mostrado muy quisquilloso en cuestión de términos y expresiones. En cualquier caso el nuevo equipo negociador del Gobierno que lidera Camilo González Posso parece sólido y serio. Ojalá no se enreden en los diálogos de sordos que crean las trampas del lenguaje.  
 
 
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La decisión de Estados Unidos de suspender el monitoreo satelital de cultivos de coca en Colombia ha creado no poca confusión. Parece que resulta muy caro, que los cultivos decrecen y que la prioridad es ahora combatir el consumo de fentanilo que produce cien mil muertos al año en ese país (frente a los cuatro mil de la cocaína). Los congresistas derechistas de la Florida la calificaron como un “regalo” a Petro y “otra concesión de Biden a los gobiernos extremo-izquierdistas de la región”. Una reacción tan torpe como previsible. 
   
Aún no es claro para dónde va este viraje en la estrategia antinarcóticos de Washington. Menos mal que, desde este lado, el ministro de Justicia Néstor Osuna anunció que el Gobierno se apresta a presentar su nueva política antidroga, con la que “se espera cambiarle la cara al país”. Que sea pronto. A ver si entendemos algo.   
 
PS: Sigue la protesta ciudadana contra el Corredor Verde que la alcaldesa de Bogotá quiere imponer en la carrera Séptima. Sería el desplome definitivo de la movilidad por esa arteria capital y una pesadilla sin fin para decenas de miles de vecinos. Bogotá figura ya como la ciudad más congestionada del mundo. ¿Cómo sería si le clavan el corredor de Claudia? Recapacite por favor, alcaldesa. O que crezca la protesta.   
 

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