
Se perdieron en la noche de los tiempos los creadores de la décima, ese formato poético de diez versos de ocho sílabas cada uno, con una clara estructura de rima: consonante, con una pausa en el cuarto verso, y la ecuación ABBAACCDDC. Pero el hombre que acogió, planteó algunas reglas y dio prestigio a la receta con solo veinte estrofas fue Vicente Espinel, poeta de Ronda, España, nacido en 1550 y fallecido hace exactamente cuatro siglos, en 1624. Por eso se ha declarado al año en curso como el de Espinel.
En nuestra sección de hoy, Víctor Mallarino dobla la rodilla, emocionado y respetuoso, en homenaje a la llamada décima espinela.
Cuatrocientos años hace
que falleció en Madrid él,
y nuestra sección es fiel
a su estilo que renace
para que usted se solace
leyendo a la nueva escuela
de la décima espinela,
donde cada quien se explaya
contra el que nos dé papaya
y duélale a quien le duela.
Hoy rendimos homenaje
a don Vicente, escritor,
músico y compositor,
inventor de este lenguaje
que semejante bagaje
entregó a la humanidad.
Lea con tranquilidad
esta poesía grácil,
que el lunes no estará fácil
volver a la realidad.
V. M.

CINCO ESPINELAS
I
No hay bien que del mal me guarde,
temeroso y encogido,
de sinrazón ofendido
y de ofendido, cobarde.
Y aunque mi queja ya es tarde,
y razón me la defiende,
más en mi daño se enciende,
que voy contra quien me agravia,
como el perro que con rabia
a su mismo dueño ofende.
II
Ya esta suerte, que empeora,
se vio tan en las estrellas,
que formó de mí querellas
de quien yo las formo ahora.
Y es tal la falta, señora,
de este bien, que de pensallo,
confuso y triste me hallo,
que si por vos me preguntan
los que mi daño barruntan,
de pura vergüenza callo.
III
Suele decirme la gente
que en parte sabe mi mal
que la causa principal
se me ve escrita en la frente.
Y aunque (yo) hago del valiente,
luego mi lengua desliza
por lo que dora y matiza
que lo que el pecho no gasta
ningún disimulo basta
a cubrillo con ceniza.
IV
Esto da fuerza a mi fe
a que su intento prosiga
y vuesa merced no diga
desta agua no beberé.
Podrá ser que lo que fue
torne a ser como primero,
que en vuestra clemencia espero
y no he de desesperar,
que no será justo echar
la soga tras el caldero.
V
El pensamiento cansado
del importuno dolor
busca el estado mejor...
si en amor hay buen estado.
Que a un pecho tan lastimado
ni la gloria le alimenta
ni la pena le atormenta
que, elevada la memoria,
no siente pena, ni gloria,
ni el bien, ni el mal le sustenta.
Vicente Martínez Espinel, circa 1610
