Daniel Samper Pizano
12 Mayo 2024 03:05 am

Daniel Samper Pizano

ENTIERRO, ENCIERRO, DESTIERRO

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Es curioso y hasta trágico que el 3 de mayo, cuando se celebra en el mundo el Día de la Libertad de Prensa, a muchos que vivimos de este trabajo se nos ocurre recordar de inmediato dos de los atentados más atroces contra los medios informativos: matar o encarcelar a quienes ejercen el oficio.

El primer periodista colombiano asesinado a causa de su ocupación fue Emilio Delmar, seudónimo de Pablo Emilio Álvarez, director del diario capitalino El Repórter, dedicado a denunciar la corrupción y represión del régimen conservador de la Regeneración, a fines del siglo XIX. Había sido fundado en octubre de 1898 como alternativa ante el bisemanario Bogotá, pero no duró mucho la competencia. Dos meses después, Miguel Navia, colaborador de Bogotá que firmaba como Martín Paz, asesinó a Delmar y El Repórter se cerró.

Un nuevo crimen entre colegas se registró en Barranquilla veintisiete años más tarde, cuando en 1925 Héctor Parias Oliver, antiguo colaborador del cotidiano La Nación, se enfrascó en una riña con el director, Pedro Pastor Consuegra, en plano Teatro Cisneros y lo mató de un disparo. El diario sobrevivió diez años más y dejó de salir en 1935.

Don Antonio Nariño fue el primer periodista encarcelado en nuestro país por sus ideas. El 15 de diciembre de 1793, en plena época colonial, había traducido e impreso una edición clandestina de la Declaración de los Derechos del Hombre proclamada por la Revolución Francesa. La Santa Inquisición lo detuvo por este acto subversivo en agosto de 1794, lo torturó y lo condenó. Durante los dieciséis años siguientes, descontadas algunas fugas, Nariño vivió en calabozos de Cartagena y España. En 1810, liberada la Nueva Granada, regresó a su patria, de la que luego fue presidente, y a mediados de 1811 lanzó el legendario dominical La Bagatela. Desde aquellas páginas armó aguerridos debates hasta cuando se cerró, en abril de 1812.

Nariño es, de este modo, precursor de la independencia nacional y del periodismo combatiente, y primera víctima de la lucha por la libertad de prensa. Epítome del cachaco santafereño, murió en 1823, ya retirado, en la Villa de Leyva: sabio ejemplo que hoy siguen decenas de colombianos solventes *. 

Aquellos crímenes que parecían aislados y excepcionales tienden a reaparecer en nuestra historia. Durante las guerras civiles del siglo XIX los periodistas eran frecuente carne de presidio. Y desde hace una cincuentena de años el rosario de homicidios es incesante. Informa Jonathan Bock, de la Fundación para Libertad de Prensa (FLIP), que desde 1977 han asesinado a 168 periodistas colombianos, cuatro de ellos en los últimos dieciocho meses. El narcotráfico es el autor principal, pero no el único: la guerrilla, los paramilitares, el Estado, los corruptos interesados en silenciar denuncias también aportan su cuota criminal. 

Hace unos lustros Colombia era el país más peligroso del mundo para ejercer nuestra profesión, pero México la desbancó. Hoy la guerra de Gaza encabeza las estadísticas. El Comité para la Protección de Periodistas reveló esta semana que entre las 35.000 víctimas (34.000 palestinos y 1.200 israelíes) hay al menos noventa y siete trabajadores de medios de comunicación: noventa y dos son palestinos, dos son israelíes y tres son libaneses. Más lejos sigue la guerra de Ucrania, con dieciséis. 

Una carta de poderosos cacaos de la prensa de Estados Unidos afirmó hace poco que “las amenazas contra los informadores alrededor del mundo son más preponderantes que nunca”. Hay reporteros y corresponsales detenidos en Rusia, Siria, China, África, países árabes y América Latina. En esta no solo los cazan las dictaduras de Venezuela y Nicaragua. También está preso en Guatemala José Zamora, mientras que en el Perú la Fiscalía intenta enredar al conocido periodista Gustavo Gorriti en una investigación chueca para descalificarlo con la complicidad de personajes dudosos y redes sociales de alquiler.

Gorriti es un valeroso reportero ganador de reputados premios que ha denunciado a una variedad de mafias: la de los nacos, la de los políticos, la de los negocios, la de los militares... Ahora, aquejado de cáncer, enfrenta con entereza la trampa del ministerio público peruano. Una carta de entidades libertarias internacionales desnuda “el descarado intento de silenciar a uno de los mejores reporteros investigativos de América Latina”. Nos sumamos a su protesta.

Decía el escritor Augusto Monterroso que en nuestros países al periodista crítico lo esperan “el entierro, el encierro o el destierro”. Entre los desterrados se llevan la palma venezolanos y nicaragüenses. Las dictaduras de Nicolás Maduro y Daniel Ortega son responsables de un éxodo constante de informadores. Roberto Deniz, reconocido periodista caraqueño exiliado —como lo están sus compañeros con quienes fundó la agencia de reportería investigativa Armando.info—, está a punto de estrenar el documental Descubriendo la corrupción en la Venezuela de Maduro, en torno a los negociados del barranquillero de amarga fama Álex Saab. 

La verdad es que, bien mirado el paisaje, no hay mucho que celebrar el día de la Libertad de Prensa.

*Informaciones de Historia del periodismo colombiano, Antonio Cacua Prada (1984), y A plomo herido, Maryluz Vallejo (2006). 

Los Pulitzer 2024

Mientras tanto, como todos los años desde 1917, The New York Times acaba de revelar la lista de los Premios Pulitzer, los más prestigiosos del periodismo. Se conceden en veinticuatro categorías. ¿Y saben ustedes cuántos de los trabajos galardonados corresponden a reportajes, fotografías, noticias o comentarios relacionados con la destrucción del medio ambiente? Según mis cuentas, cero; ni un solo. He ahí un tema digno de un Pulitzer.

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