Daniel Samper Ospina
21 Abril 2024

Daniel Samper Ospina

DÍA CÍVICO SIN PETRO

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Pensaba que la idea de decretar como día cívico su fecha de cumpleaños era un arrebato del presidente Petro apenas comparable con el del papá de Kim Jong-un, que hizo lo propio en Corea del Norte: todos los 16 de febrero se celebra el “día de la estrella brillante” y el país entero se pone de rodillas para rendir tributo al Líder Máximo, al Padre Mayor, sin importar que haya convertido su país en una cárcel y que, más grave que eso, cualquiera pueda confundirlo en la calle con el youtuber Wally Rodríguez.

Pensaba que era un delirio del presidente, digo, un efecto secundario del tratamiento capilar al que se somete desde hace semanas, hasta que leí el trino con que lanzaba su idea: 

“Colegios, universidades y empresas privadas pueden usar mañana como día cívico. Este 19 de abril día de rebeldía, de lectura, de conversación con la familia y con los amigos sobre la peligrosidad del cambio climático, sobre quien lo produce, sobre que se debe hacer. Mañana es un día de rebeldía nacional, mañana conjugamos las fuerzas de la vida, ahuyentamos los convocos de la muerte, mañana es el día de la vida en la tierra, mi día y tu día”.

Posteriormente complementó su idea en un discurso: “Mañana queremos decretar un día cívico en Colombia no para que no se tome el agua sino para que la tomemos en un lugar que no haya estrés hídrico”, dijo ante los rígidos cadetes que seguían sus palabras.

En un personaje como él, habría significado un acto de mayor rebeldía asistir al trabajo un viernes. Pero la idea de abandonar la ciudad en plan familiar para buscar un río en el cual tomar agua, me seducía. No se trata simplemente de celebrar el cumpleaños del líder: se trata, sobre todo, de ahuyentar los convocos de la muerte y de buscar, acto seguido, lo que significa esa palabra, en caso de que exista.

De modo que el viernes en la madrugada desperté a la familia para dar la buena nueva:

—¡Hoy nadie va al colegio! —les dije a mis hijas—. ¡Hoy es día de rebeldía nacional y nos iremos a una cuenca hídrica para reflexionar sobre la peligrosidad del cambio climático!

Mi esposa me llamó al orden mientras yo buscaba unos termos vacíos.

—¿Se puede saber qué haces? —me dijo con un dejo recriminatorio, típico del establecimiento, que de todos modos no me intimidó.

—Vamos a evitar el estrés hídrico de la ciudad bebiendo agua de afuera.

—¿De fuera de dónde?

—No sé: de algún río cercano.

—¿Y ya sabes de cuál?  —me preguntó con la mirada de hielo—. ¿Del río Bogotá? 

Su balazo de ironía me pasó silbando, pero no me logró intimidar. La verdad es que imaginar el paseo familiar de este puente que nos regalaba el Señor Presidente me llenaba de alborozo. Sentarme en una roca mientras las niñas hacían buches de agua y yo le preguntaba a mi esposa cosas como “Amor, ¿para ti qué es el cambio climático?” era la mejor manera de reflexionar sobre la crisis que atraviesa el mundo y, de paso, una forma emotiva de celebrar el cumpleaños de Berto.

Claro: habría sido mejor asistir en persona a Palacio, llevar de regalo una loción Regaine, acaso una nueva cachucha. Pero para quienes no tenemos el honor de clasificar al Excel de Laurita Sarabia, acatar la sugerencia presidencial era una entretenida forma de consuelo.

Hablamos del presidente del cambio; del hombre que ha hecho de su gobierno una máquina de ideas. Merecía, pues, una celebración por todo lo alto: no solo convirtiendo su natalicio en el día nacional de la agenda privada, sino con una fiesta de cumpleaños que en verdad le rindiera honores. Una fiesta con servicio de greca libre para beber café hasta caer de rodillas; con una enorme torta de mermelada cuyas tajadas podría repartir Olmedo López; en la cual cantara Concha Baracaldo, acaso Álex Flórez, pero de ninguna manera Armandito Benedetti. Y en la que el presidente mismo, con los ojos vendados, rompiera una piñata de la cual cayeran contratos para Euclides Torres.

—Deja esos termos en su sitio y ayúdame con el desayuno que la ruta recoge a las niñas en veinte minutos —dijo la fascista de mi mujer como si el estrés hídrico fuera menos importante que el de ella en las mañanas, y de esa forma hizo con mi ilusión lo mismo que Ricardo Roa con Ecopetrol: la arruinó. 

No puedo negar que la pelea doméstica produjo en mí hondas bocanadas de frustración; que semejante día, mi primer día cívico en años, se convertía rápidamente en una dolorosa decepción de la que todavía no me repongo. 

Asistí entonces a la marcha del M-19 en la plaza de Bolívar porque quería estar solo. Vagué por las esquinas vacías con las manos en los bolsillos, mientras daba patadas a una lata y reflexionaba sobre lo que somos, sobre lo que soy: ¿en qué momento hay personas que dejaron de tomar en serio al presidente?, me pregunté. ¿Cómo es posible que no acudan a su llamado del ingenioso líder, capaz de conmemorar en un mismo decreto su cumpleaños y el del M-19, todo con el fin de que ahorremos agua? ¿Qué otro pueblo no es capaz de agradecer a su mandatario el regalo de prolongar el fin de semana? ¿No se dan cuenta acaso de que ese puente será la única obra de infraestructura que entregará el gobierno? ¿Esa es la paz de Santos? ¿El hermano de Duque es mamón?

Fue de regreso a casa que se me alumbró la mente. Acaso este intento de día cívico no fue capaz de unir al país, pero puede abrir las puertas para otra jornada: el día cívico sin Petro. Veinticuatro horas sin que nadie se refiera a él; sin gravitar en torno a su cuenta de Twitter; sin lanzar insultos en su nombre. Veinticuatro horas sin salir a marchar por él o en contra de él; sin concentrar el foco de la luz en lo que dice; sin debatir en bandos divisorios cada uno de sus estornudos, de sus disparates: un día entero, en fin, sin titular en la primera plana sus ideas de última hora. 

Llegué a la casa para compartir la idea con mi esposa, pero fue como buscar la palabra “convocos” en el diccionario, porque no la encontré. Se había ido a trabajar. Finalmente, alguien tenía que hacerlo.

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