Hace algunos meses nuestra decimera Beatriz Ordóñez, más cachaca que el guiso de cubios, optó por cambiar de vida. Ella y su marido vendieron todo, desenchufaron para siempre el televisor y el radio, dejaron el altiplano cundiboyacense y se fueron a vivir al pie del mar Caribe. Este es el primer balance poético de su revolcón vital.
Dejé en remojo el horror
y contemplé la belleza,
con absoluta certeza
de que vivir es mejor,
si miramos sin temor
el mundo y su melodía,
amando con rebeldía
el sol que nos alimenta
y tejiendo poesía.
Quiero darme vacaciones
y hablar de lo que me gusta,
porque lo que me disgusta
se ve en todos los rincones
y en noticieros cansones.
Me gusta el atardecer
cuando el sol se va a esconder:
colorea el cielo de rojo
y parece un trampantojo.
El mar lo sabe entender.
Amo la risa de un crío
revolcándose en la playa
y al joven con su atarraya
inventando un desafío.
Me encanta si siento frío
cuando el calor me sofoca,
y tengo un canto en la boca,
acompañada del viento,
y así, lleno de contento,
mi corazón se desboca.
Adoro mirar la luna
enamorada del agua
y ver pasar la piragua
bailando olas una a una.
Yo fui mujer paramuna
y hoy soy feliz caribeña,
que hasta despierta se sueña
con nuevos amaneceres.
Así somos las mujeres:
la pasión es nuestra dueña.