Le resultó la apuesta al presidente Petro. Fue el primero de mayo más concurrido de los últimos tiempos y no propiamente por el poder de convocatoria de los sindicatos o del febril entusiasmo de reporteros y reporteras de RTVC.
Consciente de que necesitaba un segundo aire, Petro llamó a sus seguidores a que no lo dejaran solo y la verdad es que respondieron al llamado. Que se hubiera colinchado de una fecha simbólica es irrelevante: el petrismo demostró que está vivo y coleando.
Un interrogante es si este éxito callejero —que tiene también efectos políticos y sociales— lo empodera para insistir en un acuerdo nacional sobre sus reformas, o si lo radicalizará en la promoción de las mismas. El Congreso tendrá la última palabra y allá no siempre manda el ruido de la calle.
Esto está por verse, pero por ahora su larga arenga en la plaza de Bolívar fue una respuesta beligerante a las marchas opositoras del 21 de abril, que no reflejó el ánimo conciliatorio ni el espíritu autocrítico que habían invocado voceros de su gobierno. Por el contrario, conminó a quienes tengan dudas a hacerse a un lado. ”El que no está conmigo esta contra mí” es el mensaje subyacente.
Un discurso polarizante, sin duda, pero no del todo sorpresivo pues confirma su talante agitador. Preocupante, sí, su radical descalificación de todos los gobiernos anteriores y que hiciera ondear la bandera del M-19, símbolo de un pasado de militancia armada que se supone que el jefe del Estado ha enterrado del todo. Y si el lenguaje cuenta, el calificativo de “marchas de la muerte” que le endilgó a las convocatorias de la oposición lo dice todo.
Para unos Petro se está sacando el clavo; para otros, simplemente se sinceró. Lo que resulta claro es su afán por cohesionar en torno suyo a toda la izquierda, en el propósito de continuar en el poder después del 2026. Tiene su lógica y es una perspectiva que de golpe también le suena a una izquierda armada sin horizonte político.
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La ruptura de relaciones diplomáticas con Israel es otra decisión que indica por dónde va el gobierno. Que “se veía venir” no significa que sea acertada. Es equivocada y contraproducente para los intereses nacionales. Ya el gobierno había condenado los brutales excesos israelíes en Gaza, suspendido la compra de armas a ese país y la solidaridad de Petro con Palestina no deja dudas. Sobraba la intempestiva ruptura, anunciada en medio de una manifestación.
Una relación de setenta años, como la que tenemos con Israel, no se puede echar por la borda por circunstancias coyunturales o de súbito protagonismo internacional. Netanyahu es un personaje repudiable, pero otra cosa es el Estado de Israel y su pueblo, que se sintió obligado a apoyarlo tras el ataque de Hamás.
Están por verse los efectos prácticos de esta decisión en términos de nuestra seguridad nacional, teniendo en cuenta el grado de dependencia que hace décadas tienen las FF.AA. de la tecnología, mantenimiento y asesoría de Tel Aviv. Los militares fogueados en orden público han expresado su preocupación por el tema en un país que aún tiene a miles de hombres en armas contra el sistema.
Estados Unidos también se muestra inquieto de que su principal aliado en Latinoamérica rompa relaciones con su más firme aliado en el Medio Oriente, lo cual podría generar un enfriamiento de las relaciones Biden-Petro. Hay quienes aseguran que esto no ocurrirá porque los gringos son pragmáticos en esta materia, aunque el interrogante existe.
Una pregunta más inmediata es qué sigue ahora y qué suerte correrán las reformas de Petro en las siete semanas que le quedan al Congreso. Más marchas y contramarchas posiblemente, en medio de una segura presión del Gobierno sobre la rama legislativa. No exenta de mucha “mermelada”, según confesiones del exdirectivo de la Unidad de Riesgo Sneyder Pinilla.
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Ha estado agitada, pues, la movida política de los últimos días. ¿Cuándo no?, se preguntarán algunos. Pero la nota destacada es que Colombia demostró que, en el lapso de una semana, puede marchar masiva y tranquilamente a favor o en contra del Gobierno.
Ambas movilizaciones —la del 21 de abril y la del 1 mayo— fueron tan enormes como pacíficas, y eso es signo de madurez democrática. El país quedo más dividido que antes quizás, pero la polarización política también es común en una democracia dinámica. Con tal de no borrar al adversario.