
Fiel lectora de de la literatura rusa, María Cristina Lamus (conocida como MacLamus en Escocia y Zapatoca) utiliza los personajes de autores clasicovskys para comentar la muerte del jefe mercenario Prigozhín en un sospechoso percance aéreo.
La tragedia de los rusos
la cuentan Gogol, Tolstoi
y Dostoievski hasta hoy,
pero creíamos, de ilusos,
que eran relatos abstrusos.
Mas fueron sus personajes,
vestidos con mil ropajes,
tan reales cual son ahora
y el mundo entero deplora
sus derrotas, sus ultrajes.
Chichikov compraba almas
para colmar sus riquezas,
pero hacíalo por piezas:
con huesos que nadie ensalma
yacentes en polvo y calma.
Ladino hasta la locura,
sacó su viciosa holgura.
Gogol y sus Almas muertas
nos dieron la imagen cierta
de lo que es la desmesura.
Raskolnikov, estudiante,
nos hizo fieles testigos
de aquel Crimen y castigo.
Lo premeditó, acechante,
y cruel lo llevó adelante.
Dostoievski describió
con maestría
y esculcó
la naturaleza humana
en su expresión más insana,
aunque corto se quedó.
Hoy me ronda una certeza:
ni tan siquiera esos genios
con el brillo de su ingenio
pergeñaron la vileza
de la impiedad más aviesa:
Prigozhín, la quintaesencia
de una torva inteligencia,
enemigo de la paz,
mercenario contumaz,
fue ruin hasta la demencia.
Siempre en gesto amenazante
a su padrino, Putín,
se dirigía Prigozhín
para pedirle, anhelante
más armas, más detonantes.
Hasta que se rebeló
y el argumento le dio
para asarlo en pleno vuelo.
Si nos sirve de consuelo,
esa maldad se extinguió.
