
Ratificó Shakira su trono como la reina de la música latina en el mundo con su tiraera contra el minúsculo Piqué. Se hizo a todos los récords mundiales posibles. Y parece ambientar una especie de nuevo hito cultural en el que se acabó la comodidad con la que contaba el patriarcado para hacer sus fechorías. La venganza pública de Shakira, Karol G y hasta Day Vásquez contra sus exparejas es una nueva fuerza que impulsa y autoriza a las mujeres a hablar en público, a acusar en voz alta, sin vergüenza.
Y le viene bien a Aída Merlano el inicio de esta revolución social donde ya se convierte en grito feminista el enrostramiento público de las traiciones amorosas, del daño que hacen los machitos a las mujeres y de la complacencia con la que contaban tras el conveniente dogma: los trapos sucios se lavan en casa.
Además, la historia de Aída, sin contar todos los detalles hollywoodenses, no habría podido ser imaginada ni por el mejor escritor o guionista. Nadie hubiese podido crear con tanta precisión un personaje, una historia que retratara con semejante exactitud muchos de los males que aquejan a esta sociedad a medias.
Merlano nació en el barrio popular barranquillero Buenos Aires, donde incursionó en operar con destreza la podrida máquina electoral que impera en esos y tantos otros lugares de Colombia. Desde antes de su adolescencia se destacó como una efectiva líder cívica, capaz de reunir apoyos, mover a la gente o comprarla para votar.
Desafortunadamente, muy pronto su talento la hizo merecedora de la atención de dos casas políticas expertas en esos asuntos: los Char y los Gerlein. Aída escaló con rapidez en la jerarquía política como diputada del Atlántico desde 2011 hasta su renuncia en 2014, cuando se inauguró como representante a la Cámara. Pero en 2018 su intento por convertirse en senadora la expuso a una condena por una flagrante compra de votos.
Su relación con los clanes poderosos de la costa no se limitó a organizar empresas de coerción electoral sino a entablar relaciones sentimentales de enorme asimetría de poder, como las que sostuvo con Alejandro Char y Julio Gerlein. Y no se trata de demeritar o desconocer la agencia de Aída, su propia voluntad de incurrir en los delitos que cometió o de los amoríos que impulsaron su carrera política. Pero es imposible desconocer la enorme diferencia de contextos sociales, económicos y, por supuesto, de género que la sometieron.
Y la mayor injusticia es que solo ella esté pagando por esos crímenes en la cárcel. Como suele pasar en este país del peculado unilateral, terminan respondiendo los eslabones desechables de la cadena: las mujeres que los gamonales políticos usan sexualmente a su antojo, las hijas de nadie, las niñas que vienen de abajo.
Pero Merlano fue subestimada por sus antiguos y peligrosos socios y amantes. Ha demostrado que no tiene miedo, o que por lo menos no la paraliza. Que pretende hablar y demostrar cómo funcionan esas casas políticas descompuestas, expertas en delitos electorales, en fraude y corrupción.
Claro que Merlano no se dispone solamente a destapar a una banda de señores infieles sino a un aparato mafioso que se siente dueño de la política electoral en la costa por décadas. Es una canción más difícil de entonar que los éxitos que ahora copan la radio. Y no la tendrá fácil. El 28 de marzo se dispone a demostrar ante la Corte Suprema de Justicia el papel de Arturo Char en la compra de votos. Expone su vida y la de su familia, porque quienes presuntamente la ayudaron a escapar ya han comprendido que no la controlarán o comprarán y tal vez no dejan de contemplar maneras más eficientes para silenciarla.
Pero ella tiene poco que perder y alberga la rabia que sirve de fuerza para desafiar la injusticia. La misma que ahora nos permitimos exponer en público las mujeres. Y hay una mano divina en todo este desenlace, pues la niña pobre, la adolescente abusada, la mujer traicionada, la víctima de violación ahora tiene a una cantidad de señores poderosos preocupados prendiendo velas para que se calle. Ojalá pague por lo que hizo y haga pagar a los que la empujaron por ese abismo.
