
Pompilio Iriarte, nuestro querido profesor decimero, examina los problemas de la impuntualidad como modalidad del incumplimiento y el problema de llegar tardíamente a las citas. En especial, las citas con la historia.
Si Bolívar y Turbay
y Núñez y León Valencia,
estando en la Presidencia
la bata se alzaban, ¡ay!;
si esos piscos, qué caray,
se pegaban sus perdidas,
hoy en idas y venidas,
sin avisar, de repente,
tenemos al presidente
jugando a las escondidas.
Cuando el héroe mal armado,
gentilmente y sin aviso,
llega tarde al compromiso,
el conflicto ha terminado.
Ni el enemigo ha pensado
que sea el punto cosa fuerte.
Por eso mismo divierte
lo que dice un papirote:
“Está bueno aquel quijote
para enviarlo por la muerte”.
El que en lo poco es cumplido,
en lo mucho lo será,
y por puntual se tendrá
quien exacto siempre ha sido.
Los que en lo leve han mentido,
en lo grave son mañosos,
mitómanos y engañosos,
como Trump en sus empresas…
Y las mejores promesas
las hacen los mentirosos.
No es que olvide su excelencia
el chicharrón de su agenda,
mucho menos que pretenda
deslucir la Presidencia.
Con lisonjera frecuencia
pensará algún partidario
que si no es tan prioritario
bien le queda no ir al acto.
El presidente es exacto
para incumplir el horario.
—¡Con este, es el quinto día
de la semana, carajo,
que llega tarde al trabajo!
¿Qué explicación nos daría?
—Que hoy es viernes, señoría,
y aún cantamos victoria.
¿No será que es aleatoria
la agenda presidencial?
El héroe es tan impuntual
que llega tarde a la Historia.
El incumplido irrespeta
el tiempo de los demás;
así no tendremos paz,
y menos, la paz completa.
¿Va a incumplirnos? No prometa.
Nos llega tarde de ida
y a destiempo de venida.
La tardanza no se aplaude.
No puede haber peor fraude
que una promesa incumplida.
