Daniel Samper Ospina
12 Febrero 2023

Daniel Samper Ospina

LO QUE PIENSO DE ROY

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He sido un verdadero estudioso de la vida política de Roy Barreras y me he dedicado a observar cada una de sus mutaciones como si fuera un profesor de Biología que enseña a sus alumnos el maravilloso sistema de un anfibio que se adapta para sobrevivir. A veces imagino que me paro delante del salón, frente al luminoso terrario en que guardo a Roy, y pido la atención de mis alumnos: 

—Observen cómo cambia cuando lo subo en este tronco —les digo mientras lo monto en un palito y lo pongo, digamos, en una rama, la rama legislativa, y las escamitas le cambian de color, y Roy consigue de nuevo trepar al palo más alto y cazar sin ser cazado: convertirse otra vez en el rey —en el Roy— de la selección natural. 

Durante años lo coloqué en el centro de mi trabajo satírico, al punto de que mi trayectoria como periodista se podría resumir en eso: en burlarme de Roy. De su vocación para transitar entre micos, sapos y lagartos gracias a su destreza camaleónica; de su tardía vocación literaria descubierta cuando leyó La metamorfosis y se sintió identificado con Gregorio Samsa, aquel uribista que una mañana, tras un sueño intranquilo, amaneció convertido en un monstruoso petrista. E incluso de su confesado objetivo de transformarse en nuestro tercer premio nobel, sueño que persigue con su tenacidad de siempre: ya está recibiendo hojas de vida a los académicos suecos y esta semana ubicó a un señor de apellido Stömberg en su UTL y a una señora Lindström en el consulado de Barcelona.

Burlábame, pues, de Roy; disfrutábalo. Pero vivimos en Circombia, el lugar en que la vida no tiene sentido, y desde aquellas épocas en que se comprometió a fondo con el proceso de paz, tímidamente comencé a valorarlo. No era la primera vez que las circunstancias me dejaban ver como una persona deleznable, irreconocible ante mis propios ojos. Ya me había sucedido con Juan Manuel Santos por quien terminé haciendo fuerza durante el plebiscito para evitar el regreso de Uribe al poder: por aquellos días amanecí convertido en un monstruoso santista que rezaba en silencio para que Santos utilizara contra Zuluaga las mismas armas con que le ganó la presidencia a Mockus: que contratara a JJ Rendón e hicieran ver al primer títere de Uribe como un caballito discapacitado, por ejemplo.

El asunto es que, en un rincón secreto de mi fuero interno, mi sigilosa y modesta admiración por Roy comenzó a crecer desde hace un par de meses, mientras la angustia me carcomía en los desvelos: ¿de verdad admiro a Roy o será una tentación masoquista y pasajera?, me confrontaba a medianoche; en caso de que lo admire, ¿seré capaz de sublimar el sentimiento?; ¿lo confesaré o procuraré reprimirlo al precio de mi amargura? ¿Cómo reaccionaría mi familia si asumo públicamente mi admiración por él? ¿Cuántos amigos perderé?

Cuando clareaba el día mis preocupaciones se evaporaban y achacaba cada episodio a la típica psique del hombre ansioso que soy: a esa capacidad que padezco de fantasear con las tragedias que más angustias me producen.

El asunto es que, por culpa de una serie de entrevistas que ofreció en televisión, me descubrí simpatizando con Roy esta semana de forma, cómo decirlo, de forma profunda, sí: no lo demoremos más. Me descubrí sintiendo plena afinidad por él, para ser más sincero: haciendo fuerza por su carrera, para decirlo con claridad: fuerza profunda. El asunto, amigos, es que una mañana cualquiera, tras un sueño intranquilo, amanecí convertido en un monstruoso roycista, o roycero, o como nos llamemos los hinchas de Roy: acaso Royas.  

Porque en eso consiste ser colombiano: en vivir en medio del absurdo.  Miren, por ejemplo, la noticia electoral de esta semana: Rodolfo Hernández se lanzará a la gobernación de Santander por el petrismo: el mismo petrismo santandereano que lo despellejaba vivo, como solo conseguía hacerlo el doctor cuando le instalaba los implantes capilares. 

La verdad es que admiro a Roy. La verdad es que, luego de escuchar su gruesa voz en diversas entrevistas, siento que lo estimo, por horrible y crudo que pueda sonar, y lo considero ahora la gran talanquera del desborde sin cauce que puede llegar a ser este gobierno: la talanquera interna, quiero decir: el corcho que sostiene la represa de locuras a las que nos podría llevar el activismo petrista, ahora en el poder: el corcho de la Corcho.

Allá donde Irene Vélez dice que hay que renunciar al petróleo antes de que termine el torneo de fútbol, aparece Roy y con calma, incluso con cariño, le explica que no, que con el petróleo financiaremos la transición a las energías limpias; allá donde la ministra Corcho dice que hará con las EPS lo que la delantera del Pereira hizo con Santa Fe el año pasado, aparece Roy y le explica con dulzura que no, que el sistema merece ser reformado, pero no destruido: como la defensa de Santa Fe. 

Y así siempre, así en todo. Súbitamente es la nueva brújula del país, el nuevo Alfonso López: el estadista que amortigua desmanes y excesos desde dentro y puede garantizar el éxito del gobierno de Petro y a la vez protegernos de él. Y lanzarse en el 2026 en su representación, si las cosas van bien, o en contra suya, si salen mal: porque así es Roy, siempre bisagra; el hombre elástico que, llegado el momento, sabrá brincar a tiempo hacia una rama más alta. Esta vez la ejecutiva. 

Su presencia dentro del Pacto Histórico es un certificado de éxito para aprobar las reformas que anhelan quienes votaron por Petro, y al tiempo la última garantía del país que no votó por él. 

Hace un par de emisiones, Roy confesó acá mismo, en Los Danieles, que contemplaba retirarse de la política para dedicarse a escribir.  Amigo Roy Barreras: deponga la pluma. Déjela en el piso, con las manos en un lugar en que las podamos ver, y aléjese de ella. Libere a la poesía de un atentado perpetrado por sus rimas y mejor permanezca encerrado en el horroroso terrario del poder. De lo contrario, mi estimado Roy Alfonso Barreras Michelsen, mucho temo que nos caerá la Roya. 
 


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