Ana Bejarano Ricaurte
16 Abril 2023

Ana Bejarano Ricaurte

MAGNATES DE LA VERDAD

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Son fascinantes las historias, tanto reales como ficticias, de los señores ricos y dueños de la prensa. Porque estos millonarios hacen su plata de la mercantilización de la información y ese empleo del pensar público conduce a un poderío que trasciende la billetera. Tal acumulación de poder que les sale mejor a unos que a otros ha sido objeto de piezas históricas del cine y la televisión sobre los patriarcas de los imperios familiares de los medios de comunicación.

Como Randolph Hearst, el empresario que alcanzó a poseer veintiocho periódicos de circulación nacional en los Estados Unidos en la década de los cuarenta. Hearst inspiró parcialmente una de las películas más icónicas de la historia, El ciudadano Kane, de Orson Welles. Reverenciada y diseccionada durante décadas por estudiosos del cine y el periodismo, es la historia de un periodista obsesionado por averiguar el significado de la última palabra de un magnate mediático que muere en su castillo, Xanadú. 

Uno de los Hearst de esta época, Rupert Murdoch, actualmente enfrenta ante la Corte Superior del estado de Delaware una demanda que podría encender una revolución francesa contra los reyes actuales de la información. Murdoch, el australiano, hijo de otro empresario de medios, se hizo a gran parte de su fortuna al comprar la cadena Fox News y convertirla en una máquina para producir dinero.  

Y no se enfrenta a cualquier guillotina: la empresa Dominion, fabricante de software y maquinaria electoral, acusa a Fox de la difusión consciente de teorías falsas de la conspiración sobre la elección presidencial de 2020 en Estados Unidos. El daño lo estiman en apenitas 1.6 billones de dólares. Desde ya se anuncia como uno de los juicios del siglo, que podría iniciar una nueva doctrina sobre responsabilidad periodística, divulgación consciente o descuidada de mentiras y la capacidad del público de enfrentar esos fenómenos. Lo están llamando el Superbowl de las leyes de difamación. 

Es el primer caso de esta naturaleza y tamaño, que podría implicar un cambio en la manera en que se juzga la responsabilidad directa de los medios de comunicación en los acontecimientos que son capaces de producir. En esta ocasión con devastadoras consecuencias democráticas y para Dominion específicamente, que acusa un enorme daño reputacional. 

Como el papel de los comentaristas de Fox en la difusión y ampliación de las mentiras que alentaron a la horda que se tomó el Capitolio gringo en el distópico 6 de enero de 2021. Todos convencidos, como siguen estándolo millones de personas, de que Biden le robó a Trump la elección presidencial. Fox se encargó de replicar las mentiras de Trump sin observar un solo estándar periodístico y, al parecer, plenamente consciente de lo que hacía.  

En una declaración extra juicio el mismo Murdoch aceptó que varios comentaristas de Fox difundieron información a sabiendas de su falsedad o imprecisión. Los preparativos del juicio ya han develado conversaciones internas del medio de esa época en las que admitían la falsedad de sus diatribas. 

A Murdoch también lo inmortalizaron en la aclamadísima serie Succession, de HBO en el personaje del legendario Logan Roy y la pugna de sus herederos por hacerse al trono de su imperio mediático. 

Claro que interesan estas historias, porque hablan de cómo se maneja el poder en la sociedad de los micrófonos y, ahora, de las pantallas. Por eso el caso de Dominion contra Fox tendrá al mundo entero pendiente: es la primera vez que se llama al banquillo a quienes monetizan la distorsión de la realidad y generan consecuencias dañinas para los estados modernos. Y solo escribir esa última frase causa ansiedad, porque de la definición de esos conceptos dependerá el futuro de la rendición de cuentas del periodismo con la sociedad, pero también el de la libertad de expresión. Se rebarajarán las reglas del debate público y del periodismo como industria. 

Y como pasa con los imperios, lo que ocurra con los gringos más temprano que tarde llegará acá, deformado o mejorado, y se podrá juzgar también a quienes venden mentiras sin considerar los resultados nocivos de esa transacción. No es cualquier gesta llamar a los patriarcas, dueños de la verdad, a responder por sus actos; a los señores y familias obsesionadas con verter sus fortunas en micrófonos para hacer plata con la deformación de los hechos. Y de esos hay en todas partes.   
 

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