Daniel Samper Pizano
15 Enero 2023

Daniel Samper Pizano

TRABAJE CUATRO, DESCANSE TRES

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A Gustavo Petro le ha horadado la cabeza un carrusel de audacias, barbaridades y propuestas geniales, pero no figura en el desfile la osadía que recomiendan muchos prestigiosos economistas, sociólogos y empresarios: la semana laboral de cuatro días.

Si la gran revolución de comienzos de siglo XX fue liberar de las cadenas del trabajo un segundo día del ciclo semanal —el primero lo marcó Dios cuando decidió descansar los domingos—, la del siglo XXI será imponer la fórmula de cuatro días laborables y tres de ocio (4x3). En pocas palabras: trabajar los lunes, martes, miércoles y jueves. Y los viernes, sábados y domingos, descansar, leer, practicar deportes, realizar actos cívicos o solidarios, asistir a espectáculos, divertirse, hacer compras, pasear, estudiar, reunirse con los amigos, rezar, volver a leer... 

El alivio laboral de hace un siglo no fue obra de Karl Marx (1818-1883) sino del empresario gringo Henry Ford (1863-1947).  Ford luchó por suprimir el sábado como fecha laboral con el argumento capitalista, afincado en la realidad, de que el buen ocio “aumentará la demanda de productos estadounidenses, los obreros pedirán más comida, mejores artículos, más libros, más música... más de todo”. Y como los hechos son terco argumento, Ford eliminó en 1926 el trabajo sabatino en sus numerosas fábricas. Sesenta años antes, Marx habÍa escrito: “Los ahorros en tiempo laborable equivalen a un aumento del tiempo libre para el desarrollo pleno del individuo, lo que beneficia el poder productor del trabajo, creador supremo de riqueza”.

Así, pues, dos contradictores apoyaron sin saberlo la misma medida. También lo hicieron poderosos sindicatos y la biblia liberal, The Economist (junio de 1936). Otros prefirieron esperar a ver cómo funcionaba el experimento. Y funcionó exitosamente. La economía demostró que no quedaba congelada durante varios días semanales, sino que cambiaba de ritmo y de terreno, y pasaba de trajinar en la oficina a impulsar otras actividades. También favorecía el sagrado derecho a la pereza que defendía el filósofo cubano Jean Lafargue, casado, precisamente, con una hija de Marx. Los obreros rindieron más, ganaron más y pudieron comprar los carros baratos que ofrecía Ford. En 1938 el calendario laboral de cinco días y cuarenta horas semanales se convirtió en ley de Estados Unidos.

Prueba del éxito del sábado de locha libre es que desde entonces, hace ya un siglo, nadie ha propuesto volver a los seis días de labores y, por el contrario, ilustres personajes plantean ahora achicar aun más la semana camellable y glorificar el asueto de tres días. Desde hace un tiempo el fantasma del 4x3 recorre al mundo industrializado. Pero no es cosa de comunistas. Sus principales abanderados son célebres pensadores occidentales como Samuelson, Leontief, Meade, McCarthy, Schumpeter, Piketty y Stiglitz.

Algunos escépticos solo aceptarían el nuevo esquema si las horas perdidas del viernes libre se sumaran a otros días de trabajo. Lo que estos desconfiados no alcanzan a entender es que el auge de la tecnología, las aplicaciones inteligentes, la informática y la robótica asumen ya buena parte del trabajo industrial y desatan las manos de los trabajadores. Por eso la receta recomienda mantener 100 % de la productividad, 100 % de los salarios y solo 80 % del tiempo. 

La nueva riqueza —predican— surge al romper el actual esquema, lo que activa otros resortes de la economía y promueve un enfoque diferente de la vida y las relaciones sociales. Muchos economistas creen que el peor cáncer del capitalismo actual, la creciente desigualdad del ingreso, encontrará remedio efectivo en esos días libres que, como diría Mao Zedong, serán un jardín donde broten mil flores. Semejante escenario es fértil campo para que la informalidad, tan criticada y tan salvadora, eche a volar las cometas.

El apóstol del cambio es un premiado profesor anglo-portugués, Pedro Gomes, y su evangelio es el libro Friday Is the New Saturday (Viernes es el nuevo sábado). Allí explica cómo “la semana de cuatro días laborables salvará la economía”. Estos son, resumidos, sus principales argumentos: 1. No es una utopía sino algo perfectamente realizable. 2. No representa una carga sino un estímulo a la demanda. 3. Está comprobado que fortalece la productividad. 4. Desatará la creatividad y la innovación. 5. Reducirá el desempleo creado por nuevas tecnologías. 6. Permitirá subir salarios y mejorar, según Marx, “el nivel de vida del 99 % de la población”. 7. Otorgará a la gente más autonomía para disponer de su tiempo libre. 8. Reconciliará a una sociedad dividida. 9. Será un antídoto contra el populismo.

Aunque no muchos lo saben, miles de empresas alrededor del mundo exploran ya la fórmula 4x3. Microsoft Japón vio aumentar su productividad un 40 % al rebajar los días de trabajo. Buena parte de Europa tantea soluciones. Islandia ya acogió el 4x3. Portugal inventa opciones voluntarias. Una encuesta alemana revela que el 75 % de los empleados y el 59 % de los empleadores apoyan la semana corta. Los sindicatos del Viejo Continente cierran filas alrededor de este nuevo modelo que, en realidad, inventaron los griegos en antiguas y doradas épocas.

¿Y Colombia? En Colombia se necesitaron tensos pulsos y acuerdos para rebajar, a partir de este mes, una o dos horitas de trabajo semanal al año durante un cuatrienio (Ley 2101 de 2021). En 2026 se habrán reducido de 48 a 42, intensidad mayor que la de los trabajadores europeos hoy. Si buscamos un acto intrépido, capaz de sacudir positivamente la economía y el trabajo, no será el de alimentar ensueños con trenes interoceánicos, sino buscar un almanaque con cuatro días de trabajo y tres de libertad que marque una nueva era. 

Esquirla: De repente les dio a la Presidencia de la República y a la Alcaldía por presionar al Congreso para que prohíba las corridas de toros, fácil veto que parecería conferir un diploma exprés de Bondad, Dulzura, Respeto por la Naturaleza y Amor a la Humanidad. Si supieran cómo sacrifican al ganado, a los marranos, a los pollos y a los pescados de su menú diario y buena parte de la ropa y el calzado que visten… Ojalá lucharan con el mismo entusiasmo por la tolerancia democrática y el derecho a no pensar igual que los graduados en Sensibilidad, Superioridad Moral y Delique.

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