Enrique Santos Calderón
5 Junio 2022

Enrique Santos Calderón

DE RODOLFO A GUSTAVO

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Tras el cañonazo del “viejo del TikTok” varios cadáveres ilustres quedaron tendidos en el campo de batalla electoral. Los de tres expresidentes —Uribe, Gaviria y Pastrana— y de decenas de veteranos lideres políticos que quemaron cartuchos con Fico y ahora, cual muertos vivientes, tratan de encaramarse a codazos en la “rodolfoneta”.
 
Oportunismo es lo que hay. Los más conspicuos voceros de la derecha radical –londoños, cabales, palomas— que abandonaron a Duque por blandengue y “mamerto” habían pedido cupo desde antes, y me pregunto qué pensarán después de que el ingeniero divulgó los sorprendentes “Veinte puntos que me separan del uribismo”.
 
 Implementación plena del acuerdo de paz, apoyo “completo” a la diversidad sexual y de género, no al fracking y al glifosato, negociaciones con el Eln, relaciones diplomáticas con Venezuela, legalización de la marihuana medicinal y recreativa, apoyo al aborto… Una plataforma que ni Petro…  A la que le suma reducción del IVA al 10%, eliminación del cuatro por mil y renta básica para los más pobres, lo que lleva a preguntarse cómo podrá ser verdad tanta belleza. O, más bien, cómo piensa financiarla. Eliminar embajadas, fusionar ministerios, no cobrar sueldo, dejar de servir tintos en Palacio son ahorros bonitos pero insuficientes.
 
Simplista, errático, repetitivo, explosivo, auténtico, folclórico, cascarrabias, machista, contradictorio… todos esos calificativos le caben y se los endilgan mucho. Pero dice lo que la gente quiere oír y en su insolencia retórica interpreta la rabia de todos los colombianos que hablan y sienten como él. Lo cual no es de por sí una gran virtud. 
 
Un populista de verdad, en fin, con atípico carisma y un talante autoritario que conecta, repito, con el lenguaje y emociones del colombiano promedio. Recoge además todo el antipetrismo y eso lo que más lo acerca a la Presidencia, si es que no se autodestruye en el proceso.  Sería en todo caso un mandatario que rompe los moldes y que también podría llevarse por delante el mismo marco institucional de esta “república de leyes”.  
 
En días pasados dio a conocer finalmente un programa de gobierno de 76 páginas, que según mi amigo Hernando Corral “parece escrito por un revolucionario de viejo cuño” y que él atribuye al escritor William Ospina, que acompaña a Hernández hace meses y ocuparía su fusionado Ministerio de Cultura y Medio Ambiente.  Y aunque en Colombia pocas personas votan por programas y no hay presidente que haya cumplido la mitad de lo que ofreció como candidato, sí resulta de interés conocer más en detalle lo que quisiera hacer el ingeniero Hernández desde la jefatura del Estado.  

Por su parte Gustavo Petro llevó a la izquierda a una votación histórica de 8.5 millones de votos y ganó de sobra la batalla del 29 de mayo. Pero puede perder la guerra decisiva del 19 de junio. La pregunta es si quedó en su plata y hacia dónde se puede mover ahora el petrismo. Espacio político para crecer le ofrece una posible desbandada del rodolfismo que, como el senador Jota Pe Hernández que le retiró su apoyo, teme que el ingeniero se dejará asfixiar por el cerco uribista, duquista, pastranista (¿existe el pastranismo?) y gavirista que ya lo rodea.
 
Y mientras a Rodolfo Hernández se le acercan líderes del difunto Centro Esperanza como el exgobernador boyacense Amaya, el senador de izquierda Jorge Robledo y el propio Sergio Fajardo, a Petro se le sumaron figuras como De La Calle, Mockus y Alejandro Gaviria, quien dijo que era el “más responsable y más institucional”.
 
Ha sido una semana de vértigo y cualquiera queda mareado con la sucesión de paradójicos reajustes y acomodos. Robledo líder histórico del Moir y Maria Fernanda Cabal de la derecha cavernícola apoyando al mismo candidato presidencial. Ver para creer. ¿Y qué tal el antiguo militante del M-19 como el defensor más coherente de la institucionalidad? Así están las cosas. 
La propuesta de “unidad nacional” que le hizo a Hernández me pareció sensata y acertada. Y a este no le salió bien su alusión al “estado de conmoción interior” como posible recurso inicial de su gobierno.

De apoyos externos a Petro, al muy entusiasta de Lula se le sumó el de López Obrador, que pude tener efectos mixtos pues la gestión del presidente mexicano es tan popular como mediocre. ¿Y de Estados Unidos qué? Según mis fuentes, a los gringos no les gusta Petro, pero tampoco los desvela.   

De acuerdo con una encuesta del CNC el 19 de junio habría empate técnico y esta perspectiva sí es preocupante. Lo ideal es que la diferencia sea tan amplia que no permita que el perdedor denuncie fraude y el país siga en la incertidumbre. En primera vuelta, más del 70 por ciento de los votos fueron por el cambio, encarnado en dos personalidades muy disímiles con programas que en mucho se parecen.  
 
A mí no me convence plenamente ninguno de los dos y la semana pasada sugerí que podría votar en blanco. Me llovieron rayos y centellas, sobre todo de ese petrismo camorrista que poco ayuda a su candidato. Hoy ya no sé si lo haré, pero quiero reivindicar el significado de voto en blanco, tan despreciado por inútil y “tibio”.

Abstenerse de salir a votar por escepticismo, indiferencia o simple pereza es muy distinto a ir a la urna a dejar constancia explicita de rechazo a las alternativas en juego. Es un acto concreto de afirmación democrática y participación ciudadana. Un voto protesta distinto del voto “útil” o por el “mal menor”.  

Si mal no recuerdo en unas elecciones regionales del Cesar hace muchos años ganó el voto en blanco y en la pasada segunda vuelta presidencia hubo más de 800 mil. El caso más asombroso es el de Argentina en 1957: ganó el voto en blanco cuando Perón, que había sido proscrito por los militares, llamó a sus seguidores desde el exilio a votar en blanco. Antecedentes tal vez irrelevantes pero quizás ilustrativos.

Estamos, pues, ante una elección presidencial sin precedentes entre un exalcalde de Bogotá y uno de Bucaramanga, ambos críticos acérrimos del statu quo y de la clase política tradicional.

Cabe esperar que la jornada del 19 sea como la de la primera vuelta: totalmente pacífica, sin notables irregularidades y con la participación más alta de este siglo.
 
Colombia no merece seguir en lo mismo.

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