Daniel Samper Pizano
17 Mayo 2020

Daniel Samper Pizano

Lo que contó un pollo crudo

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En las últimas semanas hemos visto el Arca de Noé surcando olas de cemento. Una osa en Valledupar... un zorro en Bogotá... monos en plazas de Nueva Delhi... un puma en un parqueadero chileno... patos en los contaminados canales de Venecia... canguros en las alamedas australianas... jabalíes que hozan el asfalto en Israel... delfines en la bahía de Cartagena (donde los últimos avistamientos eran hijos del Ejecutivo)... Y debut en América del moscardón asesino, temible y enorme insecto asiático cuyo pasatiempo es decapitar abejas y atacar ciudadanos. Este bicho, lo siento, también es naturaleza.

No es preciso ser Walt Disney ni san Francisco de Asís para entender lo que cuentan los animales. Su mensaje dice:

Así como dos siglos de inconsciencia ecológica pueden acabar con el mundo, es asombrosa la noble capacidad del medio ambiente para renacer.

Bastaron ocho semanas de encierro ciudadano para que la naturaleza, agraviada y curiosa, se asomara al antiguo reino del homosapiens. Lo sorprendente no es que estos animales salgan de las madrigueras donde se refugiaban del ruido, el humo, el neón y el mamífero que usa sombrero: lo insólito es que todavía existan. Si no hubiera visto con mis ojos una iguana en el comedor de una casa rural no habría creído que un lagarto prehistórico de casi dos metros surgía de los matorrales en pos de comida. Aún podemos esperar nuevos milagros. Un cóndor hizo historia al poner un huevo en el aviario de Cartagena, otros dos balconeaban en Chile y un festival de guacamayos se apoderó de un edificio. A lo mejor un día bostezarán de nuevo los caimanes en el Magdalena y graznará el ave negra de María.

Los traviesos visitantes testimonian la generosidad de la naturaleza, que con poquita tregua que le den puede en muchos casos regenerarse. No hay que creer, pues, en los certificados de defunción que expiden funcionarios y negociantes a reservas naturales so pretexto de que, por estar heridas, hay que violarlas a fondo. “Como una parte de la reserva Van Del Hammen fue urbanizada, edifíquenla toda”... “Como algunos predios en el Tayrona son privados, parcelen el parque”... “Como se me lesionó la mano, doctor, vaya cortándome el brazo”... El hombre ha perpetrado crímenes imperdonables contra la naturaleza, entre ellos la desaparición de animales, selva y aire respirable. Pero la extinción de otros muchos seres es un falso positivo. Están vivos. Si les damos la oportunidad, regresarán. Eso nos han contado los zorros, los osos, las iguanas...

Otro animal se encargó de informarnos que la epidemia pasará, pero perdurará otra plaga más vieja, más terca y más mortífera. Un impúdico pollo crudo se inmoló en cierto barrio bogotano de estrato subestrato y permitió que muchos colombianos conocieran cómo viven millones de sus compatriotas. Ese pollo (en realidad eran 200) fue la comida que rebuscó un pastor para aliviar el hambre de cientos de personas, entre ellos numerosos niños, que pasaban la noche en las aceras desprotegidos de toda precaución sanitaria. A muchas familias las habían echado por no tener los cinco mil pesos diarios para el inquilinato; buena parte llevaban días casi sin comer y no les permitían trabajar en la calle, origen de su sustento; más de 300 madres negras víctimas de la violencia tuvieron que pedir limosna pues ya no podían vender chontaduro, cucas y cocadas en las esquinas. Otros eran venezolanos que vinieron en busca del paraíso y se encontraron con un infierno, porque la miseria no sabe de nacionalidades. Ante el acoso del hambre, el peligro del virus pasó a segundo plano y la gente se desentendió de tapabocas, guantes y distancias de seguridad. El propio pastor aceptó resignado que un estómago vacío no razona.

A estas gentes indefensas se les apareció el pollo crudo, y gracias a él la televisión mostró que lo compartieron con esa solidaridad que solo tienen los pobres. Es triste decirlo, pero cientos de miles de colombianos nunca habían visto escenas de hambruna y hacinamiento como estas, y tampoco zorros en los jardines, ni osos en las avenidas. Son dos relatos que deja la pandemia en este país donde algunos magnates viajan en alas de sus jets privados y millones sueñan con comer media ala de pollo, aunque sea crudo.

Esquirlas. 1. Dicen que la pugna entre Iván Duque y Claudia López es “de tigre contra león”. Parece metáfora, pero, a instancias del hombre, tigre y león se han enfrentado muchas veces durante siglos. Las estadísticas favorecen al de rayas. Según el Instituto Smithsonian, “frente a frente, el tigre ganará”. Hay, sin embargo, un animal que los vence a ambos: el toro bravo. Ha combatido contra todo tipo de felinos en espectáculos grotescos y siempre ganó. Rey poderoso de soberbia belleza, se extinguirá irremediablemente a medida que desaparezcan las corridas taurinas. Ahora bien: ¿cuál es el toro capaz de vapulear tanto a Claudia como a Duque? Que lo averigüe el Smithsonian... 2. Apagón. Nos ordenan no salir de casa. Y una vez enjaulados, la desinformada y desinformadora Enel-Codensa corta la luz durante quién-sabe-cuántos días: nada de nevera (comidas perdidas), internet (ni teletrabajo ni telescuela), computador, TV, radio, electrodomésticos... Esta es Colombia, Iván.

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