Enrique Santos Calderón
11 Septiembre 2022

Enrique Santos Calderón

¿PAZ TOTAL O PAZ INGENUA?

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No fue afortunado el comentario del presidente Petro sobre la derrota del plebiscito constitucional en Chile. No significó la resurrección de Pinochet pero sí fue una advertencia sobre el riesgo de presentar propuestas de cambio que la gente no entiende, o percibe como inconvenientes o peligrosas.

Aquí hay lecciones para asimilar. Hace dos años, tras el gran estallido social, el 80 por ciento de los chilenos votó a favor de remplazar la Constitución vigente, pero el domingo pasado, en todas las provincias del país, una amplia mayoría (62 por ciento) se pronunció en contra del proyecto presentado, que resultó un popurrí ideológico de difícil digestión.

¿El que mucho abarca poco aprieta? ¿Lo perfecto es enemigo de lo posible? ¿La falta de realismo político sale costosa? Al resultado chileno le cabrían muchas reflexiones y sería un error atribuir lo sucedido tan solo a factores mediáticos o a campañas de miedo por las redes.

En cualquier caso el presidente Gabriel Boric reaccionó de manera tranquila y democrática al reconocer de inmediato la derrota, y convocar a un acuerdo nacional sobre una reforma constitucional que ha dividido profundamente a su país.

En Colombia la propuesta de “paz total” del presidente Petro no ha generado divisiones ni rechazos parecidos (¿quién podría oponerse a esa idea?), pero sí dudas sobre su procedimiento y aplicabilidad. El camino legislativo parece despejado luego de que la mayoría de partidos se alineara con el Gobierno, aunque no faltan retos y amenazas.

La matanza de siete policías por una disidencia de las Farc en el Huila fue un desafío frontal a su iniciativa, proveniente en este caso de un reducto guerrillero que se presume totalmente narcotizado. ¿Cabrían grupos como la Dagoberto Ramos en la paz total si pasado mañana se someten a la justicia?

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La semana pasada se cumplieron diez años de la firma del primer Acuerdo de Paz con las Farc en La Habana, fecha que pasó desapercibida en este país cuasiamnésico. Estuve muy vinculado al nacimiento de ese proceso que duró seis años y dejó lecciones claves sobre cómo negociar con una poderosa organización político-militar que durante décadas tuvo en vilo al país.

Recuerdo bien las condiciones que puso el gobierno al inicio de los diálogos: reserva absoluta, nada está acordado hasta que todo esté acordado, se conversará fuera del país, no habrá ceses de fuego ni acuerdos parciales, no se negocia la estructura del Estado ni de las Fuerzas Armadas, entre otras, que por lo visto no figurarán dentro de la concepción de paz total que ha esbozado el gobierno Petro.

Esto ha prendido alarmas entre líderes de aquel proceso que hoy también ven con explicable preocupación el alcance aún indefinido de los anunciados “diálogos regionales vinculantes” con la participación de alcaldes, gobernadores y líderes comunitarios.

   Hacer tantos anuncios (posible suspensión de bombardeos, implementar lo que se va acordando, ceses de fuego multilaterales, etc.), cuando ni siquiera se ha abierto una mesa de diálogo, debilita la posición de arranque del Gobierno según el exjefe negociador del Acuerdo de La Habana, Humberto de la Calle. Analistas como Gustavo Duncan se preguntan si los diálogos con carácter vinculante pueden convertirse en pequeñas asambleas constituyentes que terminen en una gran “asamblea corporativa de movimientos sociales afines al Gobierno con facultades legislativas”.

  Inquietudes válidas que se suman a los interrogantes múltiples que rodean lo que sería la negociación (¿sometimiento, acogimiento?) con el Clan del Golfo y demás bandas criminales. Ya el Eln hizo saber que no se dejaría “meter en el mismo costal” con grupos paramilitares y bandas criminales y De la Calle le dio la razón, cuando dice que no debe haber justicia especial para grupos sin contenido político.

  Habría entonces diálogos simultáneos o paralelos con actores muy disímiles del conflicto (sin olvidar a los parapolíticos), al mismo tiempo en que se adelanta la implementación plena del acuerdo de paz con las Farc, tal como lo ha prometido el Gobierno. Menuda tarea, que requerirá mucha audacia creativa y la adecuada dosis de zanahoria y garrote.

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El ministro de Defensa Iván Velásquez aseguró que el Gobierno busca una paz sólida, seria y “no ingenua”. Este último punto es muy relevante dados los antecedentes en anteriores procesos frustrados. Aquí no se puede pensar con el deseo. Es de esperar que los conductores de este nuevo proceso sepan colocar bien sus piezas en el complicado rompecabezas que se vislumbra. Están en juego no solo el éxito del gobierno Petro sino la seguridad y paz de los colombianos.

P.S: Aún no me recupero de la pérdida y ya se cumplió un año de la muerte de Antonio Caballero. “Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé...”

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