Daniel Samper Pizano
13 Marzo 2022

Daniel Samper Pizano

SI CAE UCRANIA...

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

Desde hace semanas miles de ucranianos intentan huir hacia Kiev o hacia la frontera para salvar la vida. Una de las rutas de entrada a la capital es un puente sobre el río Irpin. Aunque medio destruido, aún puede atravesarse a pie. A esta aventura arriesgada pero salvadora se apuntaron el domingo pasado varias familias. Una de ellas estaba compuesta por la madre, un hijo de 18 años, una niña de nueve años, un perro y un amigo que intentaba ayudar al pequeño grupo. Imitando a otras víctimas, cruzaron a paso rápido lo que queda del puente y ganaron la zona urbana. Llevaban gruesos abrigos para protegerse de las temperaturas bajo cero, sendos morrales, una valija y un maletín con el perro.
Dos periodistas de The New York Times y varios soldados ucranianos que ayudaban a los desplazados vieron con alivio cómo la familia alcanzaba la avenida y empezaba a alejarse por ella. De repente se oyó el estruendo de morteros disparados por tropas rusas y uno de los proyectiles cayó sobre el puñado familiar. Cuando se despejó la polvareda, yacían sobre el asfalto los cuatro cadáveres y solo se escuchaban los ladridos del can.

Foto NY Times
Foto y crónica de Lynsey Addario y Andrew E. Kramer, The New York Times, marzo 6 de 2022. 

Una posterior pesquisa del diario averiguó que se trataba de los Perebynis, familia de clase media que decidió salir de Ucrania a través de Kiev mientras el padre permanecía al cuidado del apartamento en un edificio de multivivienda. Tatiana, la madre, era contabilista. Sergio, el padre, informático. El perro, un yorkshire, se llama Ponqué. No hay datos sobre su paradero, pero con Sergio quedó otro de la misma raza, Benz.
Así es la guerra vista de cerca: caras, nombres, sueños frustrados. Gente. Mascotas. Vista de lejos solo aparecen cifras, mapas, flechitas, declaraciones, estadísticas, algoritmos.... ¿Qué pensaría en la soledad de su despacho Vladimir Putin momentos antes de impartir la orden de arrasar Ucrania? ¿Alcanzaría a imaginar los cuerpos inocentes tendidos en aceras y sembrados? ¿Adivinaría las caravanas hambrientas que caminan días enteros en pos de la frontera? ¿Vislumbraría los puentes destruidos, los edificios en ruinas, las casas destrozadas, las carreteras intransitables? ¿Pensaría que pocas horas antes de que él bajara el dedo, como si fuera Dios, esos millones de ciudadanos llevaban, como los Perebyn, una vida sencilla y laboriosa? ¿Sospecharía que Tatiana sacaba a pasear a Ponqué y Benz mientras sus hijos acudían a las aulas?
La guerra es la disculpa del horror, y los intereses del caudillo son la disculpa de la guerra disfrazados de patriotismo. Una vez que la dinámica de destrucción y muerte empieza a andar, detenerla es muy difícil y pudre todo a su alrededor. Resulta repugnante el cinismo de Putin cuando acepta abrir algunos pasos hacia el exilio para los refugiados, pero solo por caminos que terminan en Rusia. Ello equivale a ofrecer al ratón cercado por las trampas un callejón de escape que lo deja en garras del gato.
La verdad, decía Esquilo, es la primera víctima de la guerra. Putin afirma que sus soldados invasores no atacan a la población civil. Es mentira. Lo dice el pulverizado hospital de maternidad de Mariupol. En cambio, temo que intentaría cumplir su amenaza de desatar “horrores nunca vistos” si Ucrania no atiende sus mandatos. Ya lo hicieron algunos del mismo pelaje: Hitler, Stalin, Pol Pot, Leopoldo de Bélgica y otros genocidas. 
La política de tierra ucraniana arrasada no obedece a una reacción súbita e iracunda; es un crimen colectivo cocinado durante largo tiempo. Hace tres años y medio lo predijo un libro del historiador israelí Yuval Noah Harari. “Hasta ahora —dice en 21 lecciones para el siglo XXI— la única invasión exitosa llevada a cabo por una potencia importante en el siglo XXI ha sido la conquista rusa de Crimea. En febrero de 2014, fuerzas rusas invadieron la vecina Ucrania y ocuparon la península de Crimea, que luego quedó anexionada a Rusia. Sin apenas luchar, Rusia consiguió un territorio vital desde el punto de vista estratégico, atemorizó a sus vecinos y volvió a establecerse como potencia mundial”.
En Ucrania chocan varios frentes. El aplastamiento y matoneo imperial, por cuenta de Rusia y su presidente. Y la resistencia y liberación, que encabeza de manera valiente y conmovedora Volodomir Zelensky, antiguo actor y humorista convertido en líder del pueblo. Aunque Moscú tiene la fuerza, Kiev cuenta con la indignación de su propia gente, la simpatía internacional y el apoyo de Europa y sus aliados. 
El 28 de febrero pasado, 42 meses después de haber escrito aquella profecía, Harari publicó en el diario británico The Guardian una especie de segunda parte del análisis. En esta columna afirma que “Putin podrá ganar todas las batallas pero perderá la guerra”, pues la reconstrucción del imperio ruso nace de una mentira: la mentira de que Ucrania no es realmente una nación, siendo así que el país agraviado tiene más de mil años de historia y Kiev era ya una metrópoli cuando Moscú no pasaba de una pequeña aldea. En adelante, advierte, Ucrania se alimentará del odio, “la más fea de las emociones”, pero capaz de sostener la resistencia de un pueblo durante generaciones”. Ya Zelinsky ofreció una muestra de lo que espera a Rusia: "No perdonaremos, no olvidaremos; castigaremos a todos los que han cometido atrocidades en esta guerra”. 
El dictamen de Harari no tiene matices: “La guerra de Ucrania dibujará el futuro del mundo entero. Si permitimos que ganen la tiranía y la agresión, sufriremos los efectos. No cabe ser solamente espectadores. Es hora de ponerse en pie y contestar a lista”. 
Porque, habría dicho César Vallejo, si cae Ucrania...

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí

Más columnas en Los Danieles

Contenido destacado

Recomendados en CAMBIO