Ana Bejarano Ricaurte
11 Diciembre 2021

Ana Bejarano Ricaurte

Soplones con causa

Para que la ciudadanía se entere de cómo funcionan realmente los hilos del poder que determina nuestras vidas es necesario que alguien lo cuente.

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Francisco Barbosa es un tipo elocuente. Por eso en el pasado ha anunciado públicamente, sin sonrojarse y contra toda evidencia, que está haciendo “la mejor Fiscalía de la historia”, o que es uno de los hombres “más preparados de su generación”. Con esa vocación para hablar, sorprende la guerra que ha emprendido en contra de los encargados de tocar el silbato; los soplones con causa, piedra angular del periodismo investigativo y, por ello, de la democracia. 

Una de las más nefastas batallas de este antiguo condiscípulo del presidente fue la cacería de Diana Díaz, valiente directora de Señal Colombia que filtró de manera justificada los audios comprometedores cuando el gerente del canal, Juan Pablo Bieri, censuró al periodista Santiago Rivas.  

A Díaz le alcanzaron a imputar el delito de “utilización de asunto sometido a secreto o reserva”, para después desmontar esa cacería cuando la opinión pública prendió sus alertas. 

En la investigación por la Ñeñepolítica, el avance más grande del ente acusador de Barbosa es procesar a los policías que habrían filtrado los audios que revelaron este escándalo al público. También se les acusó de haber usado las interceptaciones legales para incluir a otros policías, asunto que aún no se ha aclarado, como tampoco se aclarará la participación del Ñeñe Hernández en la campaña de Iván Duque, mientras Barbosa sea fiscal. No es un tema que le atraiga.

El más reciente ataque de don Francisco contra los soplones es el anuncio de realizar una “inspección judicial” en la sede de Noticias Uno, con el fin de obtener una grabación de una nota periodística que se encuentra en internet. Semejante inspección es innecesaria, injustificada e ilegal. Están usando un medio legal, como es la obtención de una prueba, para perseguir un fin inconstitucional: la develación de una fuente periodística. 

Nada bueno puede resultar de la introducción de las narices de la Fiscalía —mucho menos la de Barbosa— en los archivos de uno de los medios de comunicación caracterizado por su periodismo independiente y sus revelaciones altamente incómodas para no pocos poderosos, incluyendo, por supuesto, al fiscal. 

La obtención de la supuesta copia es una excusa para identificar fuentes y personas que hablan con el noticiero para nutrir su trascendental trabajo. Los documentos publicados indican que se trata de una investigación por el delito de “revelación de secreto”, es decir que están buscando a una fuente de la Red Independiente.     

¿Qué es lo que pasa en una Fiscalía tan obsesionada con la reserva y el secreto? ¿No hay suficientes personas cometiendo delitos en Colombia para centrar su atención en las que hablan con la prensa? Pareciera que a Narciso le molesta la gente de carácter, los que se hastían de la oscuridad en donde prosperan la corrupción y otras irregularidades que se carcomen a este país. Y es apenas entendible, porque el encargo principal del “fiscal más preparado del mundo” no es liderar una política criminal rigurosa, sino cuidarles la espalda al presidente y al Centro Democrático. 

La guerra de Barbosa contra los silbatos es un golpe mortal para nuestra moribunda democracia. Para que la ciudadanía se entere de cómo funcionan realmente los hilos del poder que determina nuestras vidas es necesario que alguien lo cuente. El funcionario indignado que ve con malos ojos al contratista que pide serrucho; el soldado que se resiste a seguir una orden aberrante; la congresista que decide explicar en público cómo funciona el tráfico de influencias en el Parlamento. 

El periodismo independiente, ese que tumba ministros y destapa ollas podridas, depende de que a los denunciantes se les reconozca la protección que la Constitución les ha otorgado. Así lo han declarado las altas cortes, pero también la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Los ataques a los informantes exponen al Estado colombiano a que sea condenado en el futuro, pero a Duque y sus amigos no les importa, porque parece que en el interregno habrán acabado con todo. 

Antes de ser el mejor fiscal de la historia, Barbosa era profesor de Derechos Humanos. Varios exalumnos del ahora flamante funcionario cuentan que conocía la materia, pero no se le veía comprometido con la causa. Una elocuencia vacía, que ahora ha desnudado en este empeño en contra de la prensa libre. Y ya lo advirtió Narciso en una declaración esta semana: cualquiera que critique a la Fiscalía es un “delincuente parapetado”. Se equivoca, señor fiscal, mientras persistan personas indignadas que no cohonestan los  visos sombríos del poder y encuentren periodistas que los escuchen, no pasarán. 

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