Velia Vidal
3 Junio 2022

Velia Vidal

La vice afro

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Los boletines de la Registraduría iban avanzando y se configuraba un panorama que pocos esperaban, muy pronto empezaron a aparecer tuits sobre la inminencia de tener en Colombia, por primera vez en la historia, una vicepresidente afro. En los días siguientes se ha agitado la discusión sobre el tema con diversos artículos sobre sus perfiles y trayectorias, muchas publicaciones en redes que cuestionan la negritud de las candidatas, su autorreconocimiento, las diferencias estéticas entre ambas, los actos racistas ejercidos sobre una u otra, su relación con las comunidades y lo que significan sus ideas para el pueblo afrocolombiano. Una discusión compleja por donde se le mire, que sería imposible de abordar con justicia en una columna. Así que en esta ocasión me sumaré al tema refiriéndome solamente al autorreconocimiento como proceso indispensable para una representación efectiva de las comunidades afro.

El hecho político relevante sobre los candidatos afro a la vicepresidencia se dio desde el momento en que cinco de los precandidatos presidenciales eligieron sus fórmulas, tema sobre el que escribí un artículo para la revista Cambio. Independientemente de las posibilidades reales de elección, ya se daba un salto histórico en Colombia. Ahora, que la llegada de una vicepresidente afro sea o no relevante para nuestras comunidades, sí está directamente relacionado con que esta mujer se reconozca como afro, puesto que nadie puede representar aquello con lo que no se siente identificado.

El autorreconocimiento es un proceso individual en el que una persona afro identifica y acepta que tiene una raíz compartida con los demás descendientes de los africanos esclavizados, aprende a reconocer lo que esto representa para las generaciones actuales y comprende el impacto del racismo en la forma como nos autopercibimos, en nuestra autoestima, en la forma como nos relacionamos con el mundo y en las condiciones sociales y económicas de nuestros pueblos. Con frecuencia este proceso desemboca en una necesidad por conocer más la historia de nuestros ancestros, en un interés por sanar nuestra autoestima, en alejarnos de la valoración estética impuesta por nuestros opresores y en una postura antirracista permanente, desde los distintos campos de nuestra vida. Lo que no indica que haya una única forma de ser afro o de reconocerse como tal. No es posible hacer una valoración externa del nivel de negritud de otro por cómo lleva su cabello, los diseños y telas de sus prendas de vestir, sus posturas ideológicas o por el tono de su piel. 

Lo que sí se puede afirmar es que el autorreconocimiento como afro es determinante en el discurso, la elección de las causas y, por lo tanto, en el impacto del proceder político en las comunidades. Un político afro que no se reconoce como tal es lo que coloquialmente llamamos un coco: negro por fuera pero completamente blanco por dentro; de modo que puede operar bajo el mismo sistema de creencias instalado en las mayorías blanco-mestizas, lo que le lleva a deslegitimar las luchas del pueblo afro, culpar a las víctimas por su suerte y, con frecuencia, replicar actos racistas. 

Es completamente válido que las banderas de un político afro no sean exclusivamente las del pueblo negro; incluso, tal como lo mencioné en el artículo citado, los políticos afro en el mundo optan por estrategias más generalistas que les ayuden a sumar votantes más allá de los grupos minoritarios. Pero una cosa es eso y otra muy diferente es evitar a toda costa nombrarse como afro, ubicar las raíces en un contexto exclusivamente geográfico sin etnicidad y asociar el reconocimiento afro con victimización.

Para aterrizar más estas ideas en los casos concretos de Marelen Castillo y Francia Márquez me referiré a dos videos publicados respectivamente por las candidatas en sus cuentas de Twitter, en los que se presentan a sí mismas sin necesidad de nombrarse como afro, puesto que es evidente, y expresan de forma bastante clara el tipo de relación que establecen con sus comunidades a partir de la forma como se reconocen.

En un video con imágenes de apoyo en las que se le ve en su comunidad, con sus hijos y distintos actos políticos, la fórmula vicepresidencial de Gustavo Petro dice: “Soy Francia Elena Márquez Mina, madre orgullosa, cabeza de familia, hija de agromineros, nacida en el municipio de Suárez, al norte del departamento Cauca. Soy activista social, trabajé la mina tradicional, sembré la tierra y fui empleada del servicio doméstico. Con dificultades logré estudiar y formarme como abogada para defender a mi comunidad, como la mayoría de nosotras y nosotros he trabajado duro por mis hijos, por mi familia, por mi comunidad, por este país. He vivido en carne propia la violencia de este país, he luchado en la calle, en los campos, por el medio ambiente, por la casa grande.”

Marelen Castillo, por su parte, publicó un video de fotografías de distintos momentos de su infancia y juventud, en el que suena de fondo la canción de salsa Cali ají, y lo acompañó con el siguiente texto: “Amar mi país, amar mi Cali, amar mi barrio y mi gente. Hoy reconozco y honro mis raíces, mis tradiciones y lo pujantes que somos las colombianas. ¡Yo soy orgullosamente caleña!”.

Hay una localización geográfica concreta en dos poblaciones mayoritariamente afros, en las que históricamente se han sufrido los efectos del racismo. Las descripciones de Márquez Mina dan cuenta de la realidad de su territorio, de los efectos del racismo en su población y del modo como ella se relaciona con esto. El lenguaje denota pertenencia y compromiso con problemáticas específicas de su contexto.
Si bien Castillo Torres menciona las palabras raíces y tradiciones, las asocia con las categorías colombiana y caleña, es decir, recurre a la homogenización identitaria, desconociendo su pertenencia a un grupo más específico. Elige presentar una Cali salsera y un país pujante, obviando la ciudad fragmentada, racista y clasista, donde las mayorías afro siguen excluidas y en pobreza.
 
Parecerá que hilo muy delgado, así que citaré las declaraciones de Marelen Castillo en una reciente entrevista en la revista Semana: “Soy afrodescendiente, mi mami es afro. Las propuestas son muy claras y no solo para la población afrodescendiente sino para toda Colombia. Sin embargo, esta población nos preocupa por la falta de oportunidades que han tenido, han carecido de salud, de educación, de vivienda digna, sus condiciones y la calidad de vida no las han dignificado. Yo soy una mujer afrodescendiente que ha tenido oportunidades y quiero que todas las mujeres tengan oportunidades”. Aquí no solo se evidencia el discurso generalista sino que se marca una distancia con la población afro. Pareciera que haber tenido oportunidades la ubicara en otro lugar, con lo que niega la existencia del racismo estructural, que afecta a todas las personas afro, incluso si nacen en familias adineradas.

Como dijo un tuitero: por a o por b tendremos vice afro, y es claro que esto no significa en sí mismo un avance en la garantía de derechos de nuestras comunidades, aunque sí debería significar, al menos, que nuestros temas de interés entrarán en la agenda nacional, inspiración para las nuevas generaciones afro, algo de representación. Pero como ya lo dije, nadie puede representar un grupo del que no se siente parte.

Cabe anotar que en muchos casos de participación política y nombramientos en cargos estatales relevantes la presencia afro ha estado llena de cocos; es decir, el fenómeno lo conocemos bien. Representatividades a las que les cae perfectamente el refrán que dice: “Es como tener mamá pero tenerla muerta”.

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