Así se vive el Ramadán en una mezquita de Bogotá
31 Marzo 2024

Así se vive el Ramadán en una mezquita de Bogotá

Crédito: CAMBIO-Pablo David

Entre el 10 de marzo y el 9 de abril, los musulmanes del mundo celebran un mes de reflexión y conexión con Alá. Colombia, un país de mayoría católica, es hogar de al menos 100.000 profesantes del islam. Bogotá tiene cinco mezquitas oficialmente registradas: ¿Cómo es el Ramadán en una de ellas?

Por: Pía Wohlgemuth N.

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Son las 6:30 p.m. de un martes de marzo. Una mujer reparte bolsas de papel con maíz pira. Otra sirve vasos de agua, que después entrega a las quince mujeres en el segundo piso de la casa. Amira, la palidez y las ojeras, come con el afán de quien ha pasado hambre. Un sonido indica que ahora deben caminar a una sala para rezar, antes de la siguiente parte de la cena. Así comienza a romperse el ayuno en el mes de Ramadán en la mezquita Sunni Estambul de Bogotá. Todo ocurre tras una casa de ladrillo convertida en templo religioso que, las 24 horas del día, recibe a musulmanes, en su mayoría colombianos. 

mezquita

Entre el 10 de marzo y el 9 de abril de 2024 -varía según la nueva luna creciente, en el noveno mes del calendario lunar-, los practicantes de la religión musulmana comenzaron el Ramadán, una celebración que se considera el tiempo en que el ángel Gabriel le reveló a Mahoma el Corán: el libro sagrado del islam.

En países de mayoría musulmana, como Senegal, Palestina -cuyos habitantes viven un Ramadán especialmente difícil, a causa de los ataques de Israel sobre Gaza-, Líbano, Irán, entre otros, este periodo significa un cambio drástico en la vida social y económica: todos los practicantes adultos, con algunas excepciones, ayunan durante las horas de luz y vuelven a comer antes de que el sol nazca de nuevo. La vida entra en un paréntesis lejos del hedonismo mundano, y, explican los creyentes, estos días se tratan de reflexión y devoción a Alá.

En Colombia, un país con unos 96.000 musulmanes, según World Population Review, el panorama es distinto. Más aún en Bogotá, donde la migración desde países árabes no fue tan grande como la de la costa. Como en la La Guajira, que tiene una de las mezquitas más grandes de la región. El contraste con la religión católica es notorio. Hay al menos 900 iglesias de este credo solo en la capital del país, según la Secretaría de Gobierno. Sin embargo, el distrito también confirma que hay cinco mezquitas registradas en Bogotá. Amira, quien también es abogada, trabaja en la mezquita Sunni Estambul a tiempo completo y se dedica a los asuntos legales.

Es colombiana, tiene 26 años y lleva puesto un velo azul oscuro y una túnica verde que apenas revelan su cara y sus manos. Se disculpa por su apariencia. Está cansada: el día anterior se enfermó después de romper el ayuno. Aunque se permite comer durante el día por razones de salud, ella prefirió no hacerlo y mantener su compromiso con este mes de Ramadán.

“Tenemos que ayunar por los beneficios que tiene, el de sentir el hambre de los demás, ponerse en los zapatos de los demás, sentir un poquito de mareo. Ya cuando una persona pide algo de comer uno lo ve de forma diferente, también uno deja el pecado más fácil y se concientiza de que Dios existe”, explica sobre el significado de Ramadán. Este ayuno solo se rompe con alimentos permitidos por la religión: no comen cerdo y los animales que consumen se sacrifican según los métodos que establece el islam, conocidos como “halal”.

amira

Amira recuerda que a los diez años tomó la decisión definitiva de ser musulmana. Sus papás, también colombianos, ya practicaban la religión, pero ella prefirió dar una mirada a distintas creencias para elegir la que más le gustara. Cuando quiso quedarse con el islam, ya sabía de la discriminación que había sufrido su familia por sus creencias.

Después del atentado de las Torres Gemelas de Nueva York, cometido por los extremistas de Al-Qaeda, pocos musulmanes se salvaron del odio. El mundo los culpó a todos de lo sucedido aquel 11 de septiembre de 2001. Su mamá, quien siempre vivió en Bogotá, tuvo que quitarse el velo durante semanas por seguridad. 

“La amenazaban, llamaban a la oficina de mi padre y les decían que se fueran a su país aunque fueran colombianos relata Amira. Mi padre nos decía a mi hermana y a mí que no nos pusiéramos el velo, porque nos podían tratar mal”. Ella, a escondidas de su papá, se ponía su velo sin ninguna pena. Lo usaba en el colegio y en la calle, pero, para evitar la preocupación de la familia, se lo quitaba al llegar a casa.

Crecer siendo musulmana en Colombia no fue difícil para Amira. Las personas a su alrededor la trataban como “la amiga árabe”, aunque no lo sea. Sus momentos más incómodos siempre ocurren cuando alguien quiere saludarla: “Los profesores en la universidad preguntaban siempre de dónde éramos. Lo otro es la mano, cada semestre tocaba explicarles que no podíamos dar la mano”.

Esta mezquita, que por fuera parece una casa de familia, también recibe a unos cuantos extranjeros, a personas en proceso de conversión y a otras que apenas están viviendo sus primeros ramadanes. 

El significado del Ramadán

Carlos Eduardo Bustamante, mexicano de 27 años, es uno de ellos. Hace un año se unió al islam. Salió de Guadalajara y viajó a Bogotá para pasar el Ramadán en Bogotá con Amira, su pareja, por segundo año consecutivo. La conoció por TikTok, pues ella se dedica a publicar contenido relacionado con el islam en sus redes sociales.

pareja

De hecho, admite que fue ella quien lo impulsó a volverse musulmán, pero cuando conoció más de la religión tomó la decisión definitiva. “Ramadán es una oportunidad de superarse y de sacar lo mejor de uno mismo, porque el ayuno no es solo no comer, también es abstenerse de todo lo malo”,  dice.

A la mezquita también asisten personas como Marisol Altahona, una barranquillera que lleva ocho años usando el velo. En su ciudad natal es más común el islam, pero conoció la religión viviendo en la capital. “El islam cambió mi vida”, comenta. Todo comenzó en su trabajo, en donde una de sus compañeras era visitante de la mezquita y la llevó por primera vez. Después de eso, decidió convertirse.

Marisol trabaja en un café internet del centro de Bogotá y durante las horas laborales deja su pelo descubierto, pero mantiene siempre el ayuno en los tiempos ordenados. “Cada Ramadán uno debe vivirlo como si fuera el último que a uno Dios le va a permitir vivir dice mientras come un plato de pescado frito, arroz y ensalada, que otra mujer repartió a las presentes. En el trabajo, mis compañeros me dicen que no son capaces de aguantar ni tres horas, pero Alá le da a uno esa paciencia. El mayor aprendizaje es la paciencia”.

Oswaldo, de la curiosidad a la fe

Pedro Osvaldo Chamorro, un hombre callado, delgado y de tez morena, lleva un año viviendo en Bogotá. Es artista plástico y da clases de matemáticas y manualidades a niños de colegio. Se convirtió al islam el 26 de enero de 2024 y este es su primer Ramadán. Por estos días, duerme en la mezquita. No hay camas, solo se arropa con una cobija y se acuesta cada noche en el suelo del salón en donde los hombres se reúnen a orar.

Llegó a esta religión por curiosidad. Vio una publicación en Facebook y escribió por las redes sociales de la mezquita para conocer más al respecto. Era protestante pero decidió convertirse. Le gustaron la disciplina y la “forma de ver el mundo” que promueve el islam. Le agradan las ideas del respeto y amor por los padres, los animales, el no tomar alcohol y otros puntos clave del islam, que ha ido conociendo.

“Los primeros días, la hambrecita…Pero el apoyo de los hermanos, su consejo, he ido aprendiendo, ya sé más o menos cómo se hacen las cosas. Toca duro, pero se siente una tranquilidad, es como si te quitaran un peso de encima”, dice sobre su primer Ramadán. Piensa que el desayuno de las cuatro de la mañana suele ser abundante y sirve para guardar energía para el día por delante.

Como pasa tanto, Pedro tenía una concepción previa muy distinta del islam: “Yo pensaba que eso eran un grupo de terroristas, pero son simplemente grupos que han visto de una manera equivocada el Corán, han interpretado mal la religión, como pasa en todas las religiones”.

corán

Jonathan David Salazar, otro de los presentes, tuvo una experiencia similar hace catorce años. Es un hombre de barba larga y ojos azules, bogotano. Se acercó al islam por curiosidad y encontró que, diferente a lo que había escuchado, no había en esta religión nada sobre guerra: “Habla más de paz, eso me motivó a ser musulmán”.

Ramadán ya no le parece tan difícil como al principio, cuando los ayunos se hacían interminables. Sin embargo, este año tiene en su mente a personas que están viviendo el hambre de forma más profunda y sin ninguna certeza sobre cuándo terminará. “Pienso en la gente en Palestina, la gente que está aguantando hambre”, dice. Solo a una cuadra de la mezquita, queda la embajada de ese país.

La mezquita Sunni Estambul guarda cierto silencio en los días de semana. Los días de mayor afluencia son los viernes, cuando la casa se llena de niños, niñas, mujeres y hombres. Durante Ramadán, la asistencia crece mucho más y los adultos oran y rompen juntos el ayuno. Su encuentro religioso se vive en un espacio más modesto que el de las grandes mezquitas del mundo, pero con la misma convicción: reflexionar y sentir una experiencia que los acerca más a su propia fe.

 

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