Así se convirtió Laura Sarabia en la dueña de Petro: por María Jimena Duzán
Crédito: Ilustración: X-Tian
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A pesar de sus interminables líos judiciales, el presidente premió a Laura Sarabia con una de las joyas de la corona: el DPS. Esta mujer cristiana, de ideas conservadoras y que profesa una devoción por el mundo castrense, a sus 29 años se convirtió en la dueña de Gustavo Petro.
Por: María Jimena Duzán
El mandatario acaba de nombrar a Laura Sarabia en una entidad adscrita a la presidencia, que maneja un presupuesto de 10 billones anuales, mayor al de muchos ministerios, y se encarga de entregar los subsidios a la población más vulnerable. Este puesto la va a volver aún más poderosa, porque va a manejar la chequera más abultada del Estado, que, entre otras cosas, puede servir para pavimentar su carrera política.
Su regreso fue teatral y se produjo el 5 de septiembre pasado. En las horas de la mañana Laura Sarabia llegó al búnker de la Fiscalía a rendir un interrogatorio dentro del proceso que tiene abierto desde junio, cuando su exniñera Marelbys Meza la denunció por abuso de poder. Fuertemente escoltada, Sarabia se bajó del carro en compañía de su abogado y, entaconada, se abrió camino con paso firme por entre los flashes de las cámaras, con la soltura y seguridad de una modelo de pasarela.
Tenía razones de sobra para sentirse bien. Era su primera aparición como directora del Departamento para la Prosperidad Social (DPS). Los medios que ella tanto mimó durante los ocho meses que gobernó a Colombia, estaban abriendo sus páginas web con las fotos de su ceremonia de posesión ocurrida el día anterior, en las que se veía a un presidente muy contento de volverla a recibir en palacio. Su nombramiento era también una demostración de que seguía teniendo una gran influencia sobre él, porque había conseguido ganarle la partida a buena parte de sus asesores, que no veían conveniente que regresara al gobierno cuando estaba ad portas de saber si iba o no a ser imputada.
Al presidente no le importó que Sarabia llegara con un bulto lleno de cuestionamientos ni que hubiera sido la protagonista del escándalo que más daño le ha hecho a su gobierno. La nombró para volverla a tener cerca, para empoderarla y para protegerla. Ese día se notaba que a Sarabia le resbalaban todos sus señalamientos. Nunca le ha dado la cara a las acusaciones de su exniñera, quien la señaló de hostigarla y forzarla a que se hiciera una prueba de polígrafo con el fin de que aceptara su participación en un robo de 7000 dólares que habían sido sustraídos de su apartamento.
Sarabia también nos debe la explicación de por qué la policía, que supuestamente estaba investigando el hurto, recurrió a trampas y a fuentes falsas para lograr interceptar el teléfono de la exniñera que la había denunciado.
A esto se suma la pelea de barrio que protagonizó con su antiguo jefe, el exsenador Armando Benedetti. Se sacaron los trapos sucios en los medios, y todo lo que filtraron dejó ver que en el gobierno del “cambio” la política y el poder funcionan con las mismas mezquindades de siempre. Laura Sarabia tampoco reaccionó cuando se supo que el jefe de avanzadas de Petro, el coronel Óscar Dávila, se había quitado la vida angustiado por las investigaciones y presiones derivadas de su papel en el escándalo de Marelbys. Un día antes de su muerte, el coronel Dávila, al que Sarabia le daba órdenes, le había advertido a su abogado, Miguel Ángel del Río, el gran temor que tenía de que terminaran confluyendo en él tanto las investigaciones del polígrafo como las chuzadas. Aunque la Fiscalía no ha vinculado a Sarabia al caso de las chuzadas ilegales, es evidente que ella tiene mucho por explicar. Es difícil creer que ella, que era la beneficiaria, no se hubiera enterado de que sus subalternos pusieron todo el aparato del Estado, recurriendo a chuzadas, trampas, presiones a testigos y fuentes falsas, para incriminar a una niñera.
Con una sonrisa a flor de labios, Laura Sarabia caminó hasta la oficina, donde la esperaba el fiscal del caso hasta que los medios la perdieron cuando ella y su abogado entraron a su despacho.
La secretaria del fiscal le preguntó si le podía dar la cédula. Laura no solo le entregó su cédula sino su nuevo carné, que la acreditaba directora del DPS. Al cabo de unos minutos, salió el fiscal del caso y le informó lo que Laura Sarabia y su abogado ya sabían desde que se había bajado del carro con toda su pompa: que la diligencia que le iba a permitir al fiscal saber si la imputaba o no, quedaba cancelada debido a que su nuevo cargo le había conferido un fuero constitucional. De ahora en adelante su caso lo investigaría un fiscal delegado ante la Corte y la competencia para juzgarla ya no estaría en cabeza de un juez sino de la Corte Suprema de Justicia.
Sarabia hubiera podido enviar una carta para decir que por razones del nuevo cargo, etcétera, etcétera, pero prefirió montar un show para desafiar a la justicia. Unos dirán que de esa forma Laura Sarabia podrá probar más rápido su inocencia, porque va a salirse del búnker y de los sesgos de Barbosa. Otros dirán que fue una jugada de Petro para salvarla de una posible imputación. Ambos escenarios son una vergüenza.
Sin dejar de sonreír, Sarabia abandonó el recinto como si se hubiera salido con la suya y se fue a su encuentro con los flashes de las cámaras. Ella no habló, pero su abogado leyó un comunicado en el que además de decir que su cliente era una víctima de la exniñera y que nunca ordenó que le practicaran el polígrafo, anunció que iban a citar al fiscal Barbosa como testigo.
Esta citación formal en realidad es una amenaza tácita al fiscal general y tiene que ver con una llamada que él le habría hecho a Laura Sarabia el 15 de febrero pasado cuando la entonces jefe de Gabinete acababa de presentar una denuncia en la Fiscalía por el robo de los 7.000 dólares. Según lo reveló el abogado Miguel Ángel del Rio, que dice que Sarabia tiene el registro de esa llamada, el fiscal Barbosa le habría dicho a Laura que él estaba pendiente de su investigación y que estaba ahí para apoyarla. El objetivo del show fue acusar al fiscal Barbosa de tráfico de influencias.
¿Pero y quién es esta mujer de 29 años que a pesar de su poca experiencia es capaz de amenazar al fiscal, desafiar a la justicia con un show que los medios se tragaron enterito y conseguir que el presidente la nombre en un cargo que le da un fuero constitucional que evidentemente la beneficia?
La historia de cómo una mujer de derechas, de convicciones religiosas, logró ascender al Olimpo del petrismo y convertirse en el gran poder del primer gobierno de izquierda es uno de los enigmas de esta administración.
Durante los ocho meses que manejó los hilos del país concentró en ella un poder inconmensurable que terminó por desbordarla.
Su vida cambió de manera vertiginosa en poco tiempo. Hace tan solo un año y medio, Laura Sarabia era una desconocida pero eficiente asistente del senador Armando Benedetti, un jefe al que ella veneraba y al que había seguido como su sombra durante siete largos años. A finales de 2021 cuando su jefe decide salirse de La U, un partido de centro tirando a la derecha y aterrizar en el petrismo, ella llega a la campaña y se siente en el lugar equivocado.
Mientras la mayoría de la gente que trabajaba en la campaña era de izquierda, ella era más bien conservadora, tirando a la derecha. Mientras muchos hablaban de la agenda de cambio, ella prefería el mundo castrense y el de la seguridad. Mientras en el petrismo se hablaba de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y de la necesidad de incluir a la población LGTBIQ+, ella se distinguía con los valores de una joven cristiana. Sarabia era hija de un militar de la Fuerza Aérea, siempre les dijo a sus amigos que aspiraba a ser ministra de Defensa.
Cuando ella dio su testimonio ante CNE dentro de la investigación que se abrió sobre la posible entrada de dineros en la campaña de Petro que no habrían sido registrados en sus cuentas, dijo que su papel se había reducido a manejar la agenda del candidato y que por ese motivo no sabía nada sobre otros temas. La realidad es que ella no manejaba la agenda del candidato, sino que era la asistente de Benedetti, quien era en ese momento el jefe de la campaña. Para donde él iba, ella iba. No tenía autoridad para ejecutar ni dar órdenes, pero sí vio y oyó todo.
Su relación con Benedetti se deterioró cuando Laura fue nombrada jefa de Gabinete del presidente Petro. Mientras ella ascendía, al senador le abrieron un proceso por enriquecimiento ilícito y corrió el rumor de que lo iban a meter preso. Ella, que tenía las llaves del poder, decidió sacar a Benedetti del llavero, acto que fue considerado como una traición por el exsenador. A pesar de que era la primera vez que Laura Sarabia se montaba en ese potro, lo manejó tan bien que terminó superando a su maestro. A los pocos meses ya se mandaba sola y fumaba bajo el agua. Hablaba con ministros, embajadores, se daba el lujo de hablar de temas de economía en los consejos de ministros que ella misma convocaba y era la que se encargaba de llamar a las personas para ofrecerles los cargos y para pedirles la renuncia. Benedetti, acorralado y viendo que Laura lo había mandado al ostrascismo, decidió pasar a la ofensiva y ayudar a que la historia de la exniñera (que también había sido la niñera de sus hijos), llegara a Semana. La telenovela que vino después ya la conoce el país.
A pesar de que Laura Sarabia no tenía experiencia en el manejo del poder, logró convertirse en la mujer más poderosa de Colombia. La base de su poderío fue que concentró en ella todos los puestos claves que había en la presidencia, cosa que no hizo ni María Paula Correa la poderosa jefe de Gabinete de Duque que apareció en una portada de Semana como el poder detrás del trono.
Laura fungía como secretaría privada porque manejaba la agenda del mandatario, era la jefe de Gabinete porque era la que convocaba y coordinaba el consejo de ministros, la que manejaba la estrategia de comunicación y la que se encargaba de hablar con los directores de los medios. Por su afinidad con el mundo castrense también era la persona que estaba pendiente de la seguridad de Palacio. Era vox populi que los coroneles Feria y Dávila le respondían a ella y que el tema de la seguridad del presidente era manejado directamente por ella. Por eso, resulta imposible creer que todo esto pasó a sus espaldas.
Su obsesión por acaparar poder, y las alas que le dio el presidente, llevaron a Laura a presidir incluso el consejo de seguridad como delegada del presidente. Ninguno de sus antecesores tuvo ese privilegio. El presidente Duque, según su exconsejero de comunicaciones Hasan Nassar, siempre presidió esos consejos de seguridad.
Su poder llegó a ser tan amplio que, a pesar de que un decreto del 31 de diciembre de 2022 que reformó las cosas en Palacio, suprimió el consejo de seguridad, ella se lo pasó por la faja y lo siguió convocando. Durante sus ocho meses, nadie que no fuera ella podía entrar a su despacho y hasta los directores del Dapre y el secretario jurídico tenían que reportarle primero a ella para ver si el presidente estaba disponible. Sarabia mandó construir una puerta de seguridad en el piso tercero, donde queda el despacho de Gustavo Petro y ordenó que todas las consejerías que quedaran ahí pasaran a otros despachos para quedarse con el monopolio del acceso al presidente. Se convirtió en la cancerbera del poder y por ahí derecho en el poder mismo.
Sorprende que Petro, que ha sido muy cauto y respetuoso de no intervenir en los procesos que la Fiscalía tiene contra su hijo Nicolás, no haya escatimado esfuerzos para ver cómo le tira el salvavidas a Laura Sarabia. Es cierto que la sed de poder de la nueva directora del DPS es insaciable y que ya aprendió a usarlo en beneficio propio. Sin embargo, el responsable de que ella esté sentada en ese trono es Gustavo Petro.