En el duelo de la calle, el presidente Gustavo Petro va perdiendo

Crédito: Cuenta X de Carlos Fernando Galán

22 Abril 2024

En el duelo de la calle, el presidente Gustavo Petro va perdiendo

Este domingo los colombianos salieron masivamente a manifestarse en contra del Gobierno. Aunque el presidente Petro trató de bajarle la caña a la movilización, primero burlándose y luego estigmatizándola, negar su peso político y desoír el mensaje es un error que puede salirle caro al jefe del Estado.

Por: Redacción Cambio

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Una marcha de estas dimensiones parecía improbable hasta hace algo más de un mes. Sin embargo, hubo tres hechos simultáneos que jugaron en contra del presidente y le entregaron a la oposición una innegable ventaja en las calles. El primero fue la intervención de dos EPS al mismo tiempo que se hundía la reforma a la salud en el Congreso; después vino el errático llamado de Gustavo Petro a una constituyente y, para rematar, la improvisada declaratoria de un día cívico que coincidió con su cumpleaños y el aniversario del M-19. Ayer, ante la contundencia de la movilización, la idea de constituyente quedó enterrada y el Gobierno herido con una sonora derrota popular. 

Aunque la calle ha sido el escenario natural de la vida política del presidente Petro, lo cierto es que, hasta este domingo, ni él ni la oposición habían conseguido organizar manifestaciones masivas. El Gobierno, en más de una ocasión, logró afluencias modestas de las bases que salieron a la calle para apoyar la agenda de reformas sociales y ver al presidente montado en un balcón. La oposición, por su parte, había desgastado la figura de las marchas con convocatorias frecuentes pero cada vez más lánguidas. Los llamados a la calle, de los unos y de los otros, terminaban en plazas a medio llenar con los organizadores echando discursos encima de una tarima. Esa dinámica cambió el pasado domingo.

No hubo tarimas ni discursos de plaza pública. Y aunque cada uno de los sectores del espectro político tiene su propia cifra de asistencia, la realidad es que las marchas de ayer fueron masivas. Aún así, pocos en el Ejecutivo parecen haber entendido el mensaje. Laura Sarabia, la mujer que manda la parada en Palacio, fue casi la única voz de peso que salió a reconocer el impacto de las marchas y a hacer un llamado a la reflexión y la autocrítica. 

Su jefe, el presidente de la república, optó por encasillar la movilización como un esfuerzo de la ultraderecha que a su juicio no solo se opone al cambio y a renunciar a sus privilegios, sino que está orquestando un golpe blando para tumbar al Gobierno o incluso matar al jefe del Estado. Esa lectura es a todas luces un error. 

La historia ha mostrado que darles la espalda a los mensajes de la calle es una jugada que no les sale bien a los presidentes. No le funcionó a Ernesto Samper cuando en medio del proceso 8.000 calificaba cualquier manifestación en su contra como una intentona golpista de los “conspiretas de coctel”. Tampoco le fue bien a Juan Manuel Santos con su frase de “el tal paro nacional agrario no existe”, ni mucho menos a Iván Duque cuando quiso minimizar unas movilizaciones que acabaron convertidas en el estallido social más grande y prolongado de la historia reciente. 

Quienes conocen al presidente de la república saben que él no se siente cómodo en el Palacio de Nariño, un lugar que considera frio, lúgubre y solitario. Lo suyo ha sido la calle, la agitación de masas y la movilización popular. Por eso, cuando sus reformas empezaron a hacer agua en el Congreso y su idea de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente fue mal recibida incluso en las filas de su propia militancia, Gustavo Petro llevó su juego a un terreno del que no es fácil salir y en el que, hasta ahora, va perdiendo. 

El presidente se olvidó de la asamblea y empezó a hablar del “proceso constituyente”, del pueblo movilizado en las calles como el constituyente primario que presiona al Legislativo para que respete y haga cumplir el llamado mandato popular. Es decir, Petro sacó la discusión de la ruta institucional –en la que el Gobierno concerta unas reformas para lograr su aprobación en el Congreso– y la llevó a un pulso popular entre petrismo y oposición. En esa lógica, quien logre el mayor respaldo en la calle y las marchas más concurridas tendrá la llave para imponer su voluntad en el Capitolio. 

La oposición, sin lugar a dudas, fue la mayor beneficiaria de las marchas del pasado domingo. Sin embargo, es un error del presidente encasillar las movilizaciones y el descontento que se manifestó como un esfuerzo que solo representa al uribismo y a Cambio Radical. En las calles se vieron cientos de miles de ciudadanos, muchos de los cuales no están afiliados a ningún partido ni obedecen los designios de los líderes políticos. Ayer la gente mandó un mensaje que el Gobierno debe oír. 

Se vienen días clave para la agenda reformista de Gustavo Petro en el Capitolio. Las marchas de ayer marcan una nueva realidad política, anticipan la contienda electoral por 2026 y les dan a los partidos de oposición un impulso popular para frenar las reformas. El Gobierno solo tiene dos opciones: cerrar filas con las bases y buscar movilizaciones masivas el primero de mayo para contrarrestar las marchas del domingo; o abrir el espectro, leer el momento y explorar los caminos del diálogo político y la concertación legislativa para sacar adelante su agenda en el Congreso. 

El cambio que prometió Gustavo Petro no tiene cómo materializarse si no es por la vía de la política pública. El deber de un presidente no es movilizar a las masas, sino más bien ejecutar con lo que tiene y generar las condiciones para que el Legislativo les camine a sus reformas. Un Gobierno que tiene al Congreso en contra y a la calle a su favor, puede encontrar algún margen de maniobra. Pero uno que tenga al Parlamento en contra y a la gente también, está perdido.

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