
Hago parte de una generación que no había nacido en la época en la que Pacho Maturana era el técnico de una selección talentosa y que puso por primera vez a sonar a Colombia en el mundo. Para colmo, era muy niño en 2001 cuando ganamos la Copa América y tengo pocos y vagos recuerdos de aquel triunfo.
La Selección Colombia con la que yo crecí no iba a los mundiales, no tenía mayores aspiraciones en la Copa América y, con algunas excepciones, no había nombres rutilantes en el equipo. Fuimos muchos los que de niños nos conformábamos viendo cómo las únicas representaciones del país en los mundiales eran Shakira, el árbitro Óscar Julián Ruiz y Johan Vonlanthen, un delantero de Suiza que el álbum Panini cada cuatro años se encargaba de recordarnos que había nacido en Santa Marta.
Desde 2012 ese sentimiento cambió. La llegada de José Néstor Pékerman nos hizo entender que sí era viable ir a los mundiales, Yepes, Falcao, Guarín, Teo y James nos mostraron que Iván Ramiro Córdoba y Amaranto Perea no eran dos aisladas excepciones y que sí había motivos de orgullo por lo que hacían nuestros jugadores fuera del país. Al fin pudimos entender lo que nos habían contado sobre la época de Maturana.
Tristemente, y luego de siete felices años, terminado el Mundial de Rusia 2018, el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, Ramón Jesurún, anunció -sin dar mayores explicaciones- la salida de Pékerman y con ella el fin de un hermoso ciclo. Estuvo Arturo Reyes como técnico interino, tiempo después y por descarte el elegido para dirigir fue Carlos Queiroz y luego de una vergonzosa goleada ante Ecuador (de la que no sabe con certeza qué pasó de fondo) vino Reinaldo Rueda. Los nombramientos salieron mal, se nos fue por entre las manos la clasificación al Mundial de Qatar 2022, quizá porque Queiroz no conocía el país y Rueda, a manera de maldición, lo conocía demasiado.
Desde entonces el entusiasmo se había amainado, pocas camisetas se veían en la calle los días de partido y el sentimiento general era que habíamos dejado de creer. Nos volvimos a sentir como en el 2006.
Fue en ese momento -cuando futbolísticamente habíamos retrocedido más de una década- que a manera de apuesta la FCF nombró a Néstor Lorenzo como DT de la Selección de Mayores. En un comienzo fue resistido: no era un nombre rutilante. Como jugador, Lorenzo tuvo una buena pero silenciosa carrera. Jugó dos partidos en el Mundial de Italia 90: el partido del debut y la final que pierde Argentina contra los alemanes. Literalmente, estuvo para debut y despedida. Como entrenador, venía de dirigir un equipo de fútbol peruano y su mayor respaldo era haber sido asistente de José Pékerman por casi dos décadas.
El proceso de Néstor Lorenzo con la Selección Colombia fue poco a poco ganando adeptos. Basado en trabajo, buenas decisiones y más trabajo supo silenciar a los críticos. Rodeó a James Rodríguez para que se volviera a sentir cómodo en el equipo, lo hizo comprometerse a salir de Medio Oriente y jugar en una liga con mejor nivel. A James, que también venía siendo resistido, a quien, al igual que a Lorenzo, le debemos una disculpa.
La selección de Lorenzo nos volvió a unir. Por unos días se ha ido tanta polarización y pasó a un segundo plano la constituyente o las formas del presidente Petro para buscarla y llamarla, las curiosas andanzas del hermano de Laura Sarabia, el juicio a Uribe o, más recientemente, la poca educación del nuevo ministro de la misma. Aunque son temas que no podemos dejar de lado para siempre, ha sido un descanso bueno para saber que sí podemos unirnos como nación.
No tenía en mi memoria ver tantos enguayabados un jueves. Esta Copa América nos devolvió la alegría. Más allá de haber logrado el invicto más largo de nuestra historia y de lo que pase en la final del domingo, al profesor Néstor Lorenzo hay que agradecerle porque volvimos a creer y crecer, porque ahora se vuelve a ver la mancha amarilla en las calles y porque los niños que no habían podido ver una selección de fútbol decente ya saben lo que se sintieron quienes pudieron ver el equipo de los 90 o quienes vivimos la linda época de 2014.
PD: La primera vez que escribí en este espacio lo hice para mostrar la poca vergüenza que tienen los dirigentes de fútbol suramericano. Esa vez se cumplían cinco años de un hecho vergonzoso: jugar la final de un torneo que alguna vez se llamó la Copa Libertadores de América en Madrid. Esto es, cuanto menos, un primo hermano de un oxímoron. El primo verbal, digámosle.
Ahora, en cuanto a este torneo que termina con la final del domingo, hay que decir que el favoritísimo de la organización hacia Argentina es total. No se necesita saber de organizaciones de torneos para entender que si dos equipos se enfrentan en la fase de grupos, en caso de que a ambos les vaya bien, deberían volverse a enfrentar únicamente en la final. Dejaron por un lado a Brasil, Uruguay y Colombia eliminándose entre sí, mientras Argentina cabalgaba sola sin jugar del todo bien y sin rivales de peso. Además, los argentinos llegan con un día más de descanso y fue la selección que menos tuvo que desplazarse.
Esperemos que esto juegue a favor de Colombia ya que viene de superar partidos y rivales muy fuertes.
