14 Octubre 2022

Montevideo y el corazón

Acaban de publicarse las novelas 'Montevideo' de Enrique Vila-Matas y 'Salvo mi corazón, todo está bien' de Héctor Abad Faciolince. La primera es un laberinto fascinante donde bailan todos los temas del gran escritor de 'París no se acaba nunca'. La segunda es una reflexión sobre la belleza y la idea de la muerte, a partir de la figura del desaparecido crítico de cine de Medellín Luis Alberto Álvarez. A continuación, un diálogo posible entre dos textos que parecieran navegar en corrientes lejanas.

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

Portadas

Por Sandro Romero Rey
Leí, como si se fuera a acabar el mundo, el Montevideo de Vila-Matas. Debo confesar que soy un adicto a sus libros, en una época en la que ya casi nadie es groupie de la literatura. Los he leído todos y vuelvo a ellos cada vez que no encuentro razones para seguir en este planeta. Conocí a Vila-Matas fugazmente en una fiesta al aire libre en uno de los primeros festivales Hay de Cartagena de Indias y la conversación no fluyó, porque Enrique estaba más interesado en tomarle fotos a una orquesta tropical. Años después, viví un tiempo en Barcelona y lo perseguí por cielo y tierra hasta encontrarlo en el lanzamiento de su libro Fuera de aquí, en el que conversa con su traductor al francés André Gabastou. Ambos me firmaron la hermosa edición y el asunto no pasó a mayores. Un par de años después me llamó un amigo editor para ofrecerme la moderación de dos conversaciones con Vila-Matas en Bogotá. Saqué los 38 libros que tenía del escritor en mi biblioteca y tuve mi primer bloqueo de lector. Decidí entonces no abrir ninguno de los volúmenes y confiar en mi mala memoria. Las conversaciones fluyeron sin problemas y terminamos construyendo una amistad que se refresca, cada cierto tiempo, en discretos correos de dos líneas. Cuento toda esta historia solo para poder enlazar al autor de Montevideo con Héctor Abad Faciolince. “Es como mezclar a Truffaut con Fernando Trueba”, me dijo un amigo furibundo. Le di toda la razón, pero seguí adelante con la lectura del libro del escritor antioqueño. Y decidí escribir estas líneas sobre las dos novelas, sin saber muy bien hacia dónde me dirigía. Pronto me di cuenta de que el azar no existe y de que la memoria tiene sus trapisondas que solo se destapan cuando uno pasa por encima de la resaca y enciende el computador. En el lejano Hay Festival de Cartagena de Indias me crucé también con Abad e intercambiamos credenciales. Yo sé que en Colombia hay muchos escritores que odian al autor de El olvido que seremos, pero a mí no me importa. Supongo que en Barcelona habrá muchos que cambian de acera cuando ven en la distancia a Vila-Matas. Así que, si se trata de desprecios, estamos empatados.

Cada página de 'Montevideo' es una cita que excita la imaginación y se dispara hasta lugares insospechados.


Uno cree que Montevideo es una novela breve. Pero no lo es. En realidad, el libro está lleno de trampas y el adicto como yo cree estar leyendo una summa de las obsesiones del gran Enrique, porque por sus páginas se pasean, una vez más, Robert Walser y Melville y Kafka y Dominique González-Foerster. De entrada, con el libro aún cubierto por el protector plástico, me dieron celos. ¿Cómo así que Montevideo y no Cartagena o al menos Bogotá? Uno no debe dejarse llevar nunca por el síndrome de Otelo, porque el infierno nos reserva muchas sorpresas. Al abrir la novela, descubro que está compuesta por seis capítulos y cada uno de ellos es el nombre de una ciudad. Sí. Dos de ellos se llaman, cómo no, París, el otro Cascais, el otro, por supuesto, Montevideo, el otro, muy breve, se llama Reikiavik y, oh, sorpresa, el penúltimo se llama Bogotá. Acababa de ver La maman et la putain, la película que consagró a Jean Eustache y estaba dispuesto a inmersiones profundas. Así que el viaje al interior de Montevideo estaba lleno de casualidades, como la figura de Jean-Pierre Léaud que se ríe a carcajadas en una habitación de hotel y no podía quitarme su cara de palo en la terraza de Les Deux Magots de la película de Eustache, donde el actor de Los cuatrocientos golpes espera a alguna de sus mujeres imposibles. Sí. El mismo vecino de cuarto del narrador de Montevideo.

Tanto 'Montevideo' como 'Salvo mi corazón, todo está bien' son declaraciones de amor y despedidas. Esas despedidas que tanto nos duelen pero que, al mismo tiempo, nos disparan hacia nuevos mundos insospechados.


El libro se pasea de aquí para allá por los pasillos mentales de un escritor bloqueado, jugando con los signos del relato La puerta condenada de Julio Cortázar. Entre otros. Entre muchos otros. Cada página de Montevideo es una cita que excita la imaginación y se dispara hasta lugares insospechados. En un momento, el narrador entra al Centro Pompidou e ingresa a una habitación diseñada por su amiga, la escritora Madeleine Moore, quien la ha concebido para que entre él solo. El personaje ingresa y ¿dónde se encuentra? En la Bogotá de los años 90, en mitad de un censo que obliga a que sus calles estén completamente solitarias. Me acordé de la película París dormido de René Clair en la que un rayo hace desaparecer a los habitantes de la capital francesa, pero me contuve y cancelé las asociaciones, porque no terminaría nunca de escribir estas líneas. Viajé sin respirar por los caminos de Montevideo y llegué a la conclusión de que se trataba de una novela perfecta. Mucho más emocionante que El mal de Montano, que Aire de Dylan, que todas sus compilaciones inolvidables. Tanto, que reí a carcajadas con la Bogotá de pesadilla que vive el pobre protagonista: “Hasta que Bogotá pasó a revelar la belleza que tantas veces convive con el horror”, dice el narrador, quien pasa de la dimensión metafísica a una suerte de documental sobre el pánico que representa salir a caminar por una ciudad tomada por los locos que hablan solos por las calles.

Héctor Abad
Héctor Abad Faciolince. Foto: cortesía Penguin Random House

Cuando terminé el libro, fui al lanzamiento de Salvo mi corazón, todo está bien. Pero me equivoqué de fecha y quedé en la mitad de la nada, con el ejemplar de la novela protegiéndome del aguacero bíblico que ataca a Bogotá en el mes de octubre. “Como en la Bogotá de Vila-Matas”, pensé y sonreí y decidí encerrarme a leer la novela de Abad. Tenía mucha curiosidad, por razones muy distintas a las que tenía con Montevideo. Había leído que el nuevo texto del escritor de Medellín giraba en torno a los meses finales en la vida de Luis Alberto Álvarez, el sacerdote que más sabía de cine en Colombia, aquel que había formado a toda una generación de críticos que lo adoraban y lo protegían sin reservas. “Quién sabe con qué va a salir Faciolince”, me había dicho uno de los protectores de la memoria de Luis Alberto. Al “cura” Álvarez lo había conocido 40 años atrás, durante el rodaje de la película Pura sangre de mi amigo Luis Ospina. El realizador había invitado a su tocayo para que hiciera de sí mismo en la escena final de su primer largometraje. A Luis Alberto yo lo relacionaba solo con el cine y, en particular, por el Festival de Cartagena, al que íbamos todos los años. Luis Alberto era un hombre de una cultura fascinante. Así que me daba entre risa y vergüenza ver cómo los niños le pedían autógrafos en “la ciudad amurallada”, pensando que se trataba del Gordo Benjumea. ¿Contaría Héctor anécdotas tan incómodas como esta? Me sentí muy mal recordando ese episodio, mientras leía la novela con título de soneto del poeta Eduardo Carranza.

Es un texto casi místico, que se sumerge, como uno de los personajes de La oculta, en las agitadas aguas de la desaparición total.


Es muy emocionante el libro de Abad. “Hasta que Medellín pasó a revelar la belleza que tantas veces convive con el horror”: uno podría parafrasear a Vila-Matas, porque se trata de una reflexión sobre un personaje que ama la ópera y las grandes películas de la historia, en una ciudad sitiada por el desastre. El cura, alter ego de Luis Alberto (en la novela se llama Luis Córdoba), se debate entre el amor a Dios y la sin salida de sus injusticias. No estamos en un libro sobre la pederastia ni sobre los escándalos de la iglesia católica. Al contrario, es un texto casi místico, que se sumerge, como uno de los personajes de La oculta, en las agitadas aguas de la desaparición total. El corazón del protagonista está a punto de estallar y el narrador, otro sacerdote, es testigo impotente de la cuenta regresiva. Al terminar la lectura, volví a los tres gruesos volúmenes que, bajo el título de Páginas de cine, reúne las críticas extraordinarias de Luis Alberto Álvarez. Abrí al azar y me encontré un texto que había escrito sobre François Truffaut. A propósito de La noche americana dice: “Es una declaración y un adiós”. De repente, tanto Montevideo como Salvo mi corazón, todo está bien son declaraciones de amor y despedidas. Esas despedidas que tanto nos duelen pero que, al mismo tiempo, nos disparan hacia nuevos mundos insospechados. El día correcto del lanzamiento de la novela de Abad, tanto el autor como Mauricio Reina, el periodista que lo entrevistaba, confesaron sus respectivos infartos. El libro, por supuesto, se convirtió en otro asunto. Como la bella y horrible Bogotá de Vila-Matas.

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí