Un genio del cine cumple 80 años
Werner Herzog, el responsable de más de 60 películas invencibles como ‘Aguirre: la ira de Dios’, ‘Fata Morgana’ y ‘Fitzcarraldo’. El artífice de experiencias imposibles entre cortos, largometrajes, óperas y documentales. El responsable de considerar el cine como un asunto de vida y muerte ha llegado a su octava década, en plena actividad y respirando un poder de creación inusitado. En 1987 estuvo en Colombia filmando escenas de la primera parte de su última colaboración con el actor Klaus Kinski titulada ‘Cobra Verde’. Sandro Romero Rey, uno de sus asistentes en el rodaje de las escenas de 'Cobra verde' que se filmaron en Colombia, evoca la importancia del director alemán para la historia e intenta un retrato de su gesta irrepetible.
Por Sandro Romero Rey
Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, los directores de cine germánicos se sintieron huérfanos. Después de haber sido los artífices de un conjunto de películas esenciales, ahora estaban solos. Los viejos maestros habían huido a Norteamérica o habían muerto. Pero el duelo del Holocausto debería tener un límite y es así como, hacia la década del setenta, nació lo que los libros y los estudiosos denominaron “el Nuevo Cine Alemán”, entre quienes se destacaron Volker Schlöndorff, Rainer Werner Fassbinder, Wim Wenders y, por supuesto, Werner Herzog. Nacido en 1942, Herzog es una suerte de poeta, de filósofo sin techo, de mercenario metafísico que ha sabido buscar y encontrar las imágenes esenciales de los seres humanos, en una época en la que pareciera que todo ya ha sido filmado y no habría nada nuevo bajo el sol. La aventura de su existencia comenzó de manera épica, cuando decidió viajar a pie de Munich a París, al saber que la investigadora Lotte Eisner agonizaba en su lecho. Herzog intuía que las actitudes extremas podían transformar las decisiones del destino y, en efecto, la autora de La pantalla diabólica se escapó de las garras de la muerte. Ella sintió que los pasos sangrantes de su joven amigo habían servido para exorcizar la fatalidad.
El camino de los genios empieza desde la primera juventud. El pequeño Werner vivió en una granja donde el cine no existía. Descubrió las imágenes registradas en su adolescencia y, una vez que se dio cuenta de que la poesía no era solamente un asunto de la palabra, se concentró en la recreación del mundo a través de una cámara. En Señales de vida, su primer largometraje, las ambiciones metafísicas de un hombre que quiere hacer estallar su entorno dan la largada a una aventura sin fronteras. El planeta Tierra era la locación de Herzog y, rápidamente, el realizador sabría que los paisajes interiores hay que buscarlos donde nadie los espera. Por esta razón, la distinción mecánica entre ficción y documental nunca se ha presentado en el conjunto de su obra. En efecto, las ficciones más delirantes pueden ser retratos de la vida cotidiana, mientras que la captura de la realidad puede esconder lo inusitado, lo fantástico, lo inesperado. El documental se pone en escena. El argumental puede ser parte de una realidad capturada. Por esta razón sus películas de juventud (También los enanos comenzaron pequeños, Fata morgana) dan cuenta de ese viaje entre la imaginación y el registro crudo, entre el delirio y su materialización procaz. Al cumplir sus 30 años, Werner Herzog se consolidó por fuera de Alemania gracias a su visión de la conquista de América en la ya clásica Aguirre, la ira de Dios. La música de la agrupación alemana Popol-Vuh, la fotografía de Thomas Mauch, la inmensidad escalofriante de las selvas peruanas y, como cereza del pastel, la temible presencia del actor Klaus Kinski, convirtieron el filme en la película más importante acerca del encuentro de una Europa enloquecida frente al paisaje de un planeta por descifrar.
A lo largo de la década del setenta, el cine de Herzog se convertiría en un tesoro de los cineclubes y de los buscadores de perlas audiovisuales: El enigma de Kaspar Hauser, Corazón de cristal y Stroszek serían consideradas películas de culto. En Colombia, gracias a la sabiduría del sacerdote y crítico antioqueño Luis Alberto Álvarez, se distribuyeron sus obras por las pantallas especializadas y comenzó a verse su cine como un gran ejemplo de cómo un país puede renacer de sus cenizas gracias a la extrema sensibilidad de sus artistas. En 1979, el encuentro de Herzog con sus ancestros fue total. Decidió hacer un homenaje a Nosferatu, la obra maestra del expresionismo alemán, dirigida por el realizador F. W. Murnau. Con la presencia, una vez más, de Klaus Kinski y de la extrema sensibilidad de la actriz francesa Isabelle Adjani, el gestor de Aguirre se sumergía ahora en el misterio del cine de terror con una dimensión operática alabada por todos los públicos. Pero esto no era más que el comienzo.
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El planeta Tierra era la locación de Herzog y, rápidamente, el realizador sabría que los paisajes interiores hay que buscarlos donde nadie los espera. Por esta razón, la distinción mecánica entre ficción y documental nunca se ha presentado en el conjunto de su obra.
Tres años duraría su lucha por sacar adelante su nuevo filme, donde a no dudarlo, pondría todas sus fuerzas, su energía y su sensibilidad. Se trataba de Fitzcarraldo, la historia de un europeo que viaja al Amazonas en la época del esplendor de la bonanza del caucho, con el firme propósito de construir un teatro de ópera en la mitad de la selva. Para lograr su hazaña debe hacer pasar un barco por encima de una montaña y coronar un capricho que tendrá, en su esencia, una mezcla entre el triunfo y el fracaso. La historia de su rodaje fue tan aparatosa como la fábula de su protagonista. Por fortuna, el realizador estadounidense Les Blank acompañó a la troupe desde sus inicios y consiguió registrar todo el proceso de creación de Fitzcarraldo, desde que su protagonista era Jason Robards y uno de los actores estelares era Mick Jagger. Ese documental extraordinario se llama Burden of dreams. Sin embargo, Robards se enfermó, debió retornar a su país de origen y los médicos le prohibieron regresar a la selva. Herzog no se dio por vencido y empezó desde cero. Para ello, recurrió a la ficha más peligrosa: volvió a llamar a Klaus Kinski, quien no se había caracterizado, ni mucho menos, por ser un colaborador cómplice de sus batallas. Al contrario. Kinski era una estrella de películas de todo tipo, con un amplio reconocimiento internacional, caracterizado por su personalidad despectiva y su maltrato feroz hacia sus colegas. Herzog lo sabía y, así como debió enfrentarse a los riesgos de la selva, decidió volver a contratar al temible Klaus. No se equivocó. Y, de manera paradójica, el actor lo sabía. Nunca hizo Klaus Kinski películas más grandes que los cinco largometrajes que filmó con Werner Herzog.
En 1987 Herzog, ya consolidado como un genio de las pantallas, optó por realizar una nueva epopeya basada en los escritos del viajero Bruce Chatwin. El proyecto se denominaba Cobra Verde y sería filmado en Ghana, en Brasil… y en Colombia. Ya casi nadie se acuerda por qué razón Herzog decidió rodar la primera parte de la historia entre Villa de Leyva, Cartagena y las plantaciones de caña de azúcar del Valle del Cauca. El hecho es que el ejército creativo de la Werner Herzog Filmproduktion estuvo durante tres semanas en el país, sufriendo los delirios de Klaus Kinski en carne propia y siendo testigos de la gestación de una película que no se parecería ni a sus propios referentes. Sería el último trabajo en conjunto del director y el actor. Kinski moriría en 1991 y Herzog realizaría un prodigioso documental en su honor titulado Mi enemigo íntimo, estrenado en 1999. Si se quiere saber acerca de los secretos mecanismos de la creación en el cine, este viaje al interior de un genio desquiciado es un ejemplo irreemplazable.
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Así como debió enfrentarse a los riesgos de la selva, decidió volver a contratar al temible Klaus. No se equivocó. Y, de manera paradójica, el actor lo sabía. Nunca hizo Klaus Kinski películas más grandes que los cinco largometrajes que filmó con Werner Herzog.
En el nuevo milenio, las experiencias creativas de Werner Herzog se han multiplicado, sin olvidar su intenso entusiasmo por la ópera, con casi 20 puestas en escena. Sus películas de ficción continúan su ruta, pero el gran Werner Herzog de los nuevos tiempos es el documentalista. Es casi un sello de sus nuevas creaciones la presencia de su voz en inglés, con un marcado y consciente acento germánico, explicando, como en un susurro, los temas en los que se interna. Ya se conocían sus habilidades en la no ficción, desde los tempranos años setenta, con hermosas experiencias como El país del silencio y la oscuridad y El gran éxtasis del tallador Steiner. Pero es a partir de su documental sobre Kinski que su ojo profundiza en los mares de la realidad hasta producir prodigios de la talla de Grizzly man, Encuentros en el fin del mundo, la hermosísima inmersión en 3D titulada La cueva de los sueños olvidados, o sus piezas supremas Lo and behold: sueños de un mundo conectado, o su extraordinario filme sobre los volcanes titulado Into the inferno, donde registra, por primera vez, imágenes en la hermética realidad de Corea del Norte.
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Si en 1977 se mantuvo solo con su camarógrafo en la evacuada isla de San Vicente, esperando la erupción del volcán de La Soufrière, el covid-19 debió parecerle una herramienta más que la vida le puso como un reto, para después registrarla con su inmortalidad a toda prueba.
Nos quedamos cortos. Solo podríamos agregar que Werner Herzog volvió a Colombia en 2020, invitado por el Festival de Cine de Cartagena, ad portas del confinamiento universal. En el Centro de Cooperación Española conversó con el gran Salvo Basile (asistente de dirección de Cobra Verde) y con la joven actriz Natalia Reyes. Habló con pasión de sus obsesiones, donde la vida y el cine parecían ser un solo asunto definitivo. Al final de la charla, habló de la peste del coronavirus, un día antes de la cancelación del evento. Parecía no sorprenderle. Si en 1977 se mantuvo solo con su camarógrafo en la evacuada isla de San Vicente, esperando la erupción del volcán de La Soufrière, el covid-19 debió parecerle una herramienta más que la vida le puso como un reto, para después registrarla con su inmortalidad a toda prueba.
Los 80 años de Werner Herzog los cinéfilos del mundo entero los celebran a gritos. Porque siempre se espera una nueva obra maestra si sale del cubilete perfecto de este infatigable fabricante de sueños.