La escuela: relatos salvajes
18 Marzo 2022

La escuela: relatos salvajes

La pandemia ha quedado relegada a la lista de problemas menos graves en el retorno a clases presenciales de los colegios oficiales.

Crédito: Cottonbro en Pexels

Las historias de los maestros que están al frente del retorno a la presencialidad en colegios oficiales evidencian desafíos y necesidades de las instituciones que, al contrario de los estudiantes, no cambiaron casi nada durante la pandemia.

Por: Sara Castillejo Ditta

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Nueve millones de niños y adolescentes regresaron a clases presenciales entre enero y febrero en el país, según datos del Ministerio de Educación. El colegio regresó con lo bueno y lo malo de siempre, pero los estudiantes que volvieron a las aulas son muy distintos. Y no solo porque crecieron, sino también porque atravesaron varias cuarentenas, perdieron seres queridos, vivieron un estallido social y están ahora retornando a clases en medio de una crisis económica.

En la vida de los estudiantes ha pasado de todo y en los colegios, en cambio, todo sigue igual. Lo dice Cristina Upegui, coordinadora encargada de la gestión curricular de la Institución Educativa Santa Fe, ubicada en la comuna 8 de Cali, para ella “lo más duro es que no hay nada que haya cambiado estructuralmente”.

La docente se refiere a los aspectos físicos: “No llegaron mayores recursos, las escuelas siguen igual de caídas, de feas, de viejas, no hubo un pupitre nuevo, no hubo un computador nuevo”, pero también a los técnicos: “No hay una mejor política educativa, no hay un mejor soporte tampoco para los profes. No hubo una propuesta desde el ministerio que nos diga ‘tengan esta guía para mejorar las prácticas’. No”, y concluye que en estos dos años, “no pasó nada de lo que pudo haber pasado para mejorar el sistema como tal”

Jimmy Lamprea, profesor de Español en el Colegio José María Córdoba, ubicado en el barrio El Tunal de Bogotá, cree que los niños que retornaron ya no están dispuestos a sentarse todo el día a transcribir el tablero. “Me parece importantísimo que, como profes, estemos dispuestos a entender que estos no son los mismos estudiantes que tuvimos hace dos años”, resuelve. 

Upegui y Lamprea llevan décadas sirviendo desde el sector público y, por eso, notan los retrocesos de esta generación. Ambos están igual de dolidos por las pérdidas en la calidad del aprendizaje. Lamprea cuenta que sus estudiantes “nunca supieron qué era pasar de primaria a bachillerato. No se dieron cuenta de ese cambio”, dice que, “este año, estoy haciendo con ellos quinto, sexto y séptimo”.

Las circunstancias socioemocionales también apremian. Upegui trabaja con adolescentes de los grados noveno, décimo y once, y ella relata: “Tengo dos casos que me parecen sorprendentes. Son dos chicos que estoy segura que de manera deliberada perdieron once”, la docente explica que, “necesitaban más tiempo en la escuela, extrañaban mucho ir”. En el caso de uno de los jóvenes, su acudiente apenas se enteró en febrero de que no se había graduado el año pasado, “yo trato de entender, pero es un abandono total”, describe la coordinadora.

En Armenia, Quindío, el profesor Fabián Penagos recibe los niños de primero de primaria en la Institución Educativa Las Colinas, ubicada en un sector deprimido de la ciudad. Para Penagos, la más urgente consecuencia de la pandemia es “el agravamiento de las condiciones de pobreza, vulnerabilidad y hambre” en los hogares de los niños. Para ilustrar cómo esto influye en el aprendizaje infantil, el profesor relata que uno de sus estudiantes, de 6 años, “hace sus necesidades fisiológicas en el parque o en un rincón del colegio”.

A pesar de que Penagos le recuerda y explica las normas de higiene y salud, “él todavía no comprende muy bien eso y, cuando conocí su contexto, vi que no tiene un sanitario en su casa”. Para el profe “el abandono del Estado aquí es total”, pues a pesar de que muchos de sus estudiantes solo comen lo que les da el colegio, “el suministro de alimentación escolar hoy es del 40 por ciento”, cuenta.

La escucha de maestros deja claro que el covid-19 es el menor de los problemas en el retorno a clases. Todavía el diagnóstico no es completo, pero ya hay algunas anécdotas muy ilustrativas de las necesidades y los desafíos que llegan con esta generación pospandemia:


El Lance

Al estar encerrados en sus casas o en el contexto del barrio todo el tiempo, algunos niños de primaria de la Institución Educativa Las Colinas, de Armenia, convivieron mucho tiempo con integrantes de pandillas del sector. Estos pandilleros les transmitieron su estética, música, jerga y hasta sus referentes visuales. Cuenta su profesor que, a pesar de que los niños tienen un bache en el proceso de educación inicial que les lleva a carecer de herramientas tan importantes como el juego, la socialización, el diálogo, la motricidad fina y la asimilación de normas, “a ellos les encanta jugar a El Lance, que es algo que vieron en una película de pandilleros del Brasil”.


Un parqueadero 

El profesor Jimmy Lamprea cuenta que, cuando la educación era totalmente virtual, creó varios grupos de WhatsApp para ubicar a sus estudiantes a través de los padres. Con el retorno a la presencialidad, explica: “Yo traté de no echar todo eso a la basura, sino seguir en contacto con los papás”, y dice que “les estoy compartiendo los adelantos que hacemos y algunos se lo han tomado muy bien”. Sin embargo, otros le han dicho que “prefieren desconectarse y ‘usted mire a ver qué hace con ellos, profe’”.

Desencajado, el profesor describe que “especialmente en los colegios distritales, los niños están volviendo masivamente”. Su voz al teléfono se oye afectada y es porque da clases con tapabocas en cinco salones de séptimo, cada uno con 40 o más estudiantes. Abrieron puertas y ventanas como medida de bioseguridad, pero acomodaron siete filas de seis estudiantes cada una que dejan un espacio mínimo para “medio pasar”. Además de la cantidad, hay estudiantes con necesidades especiales: “Yo puedo tener un curso de 40 muchachos donde hay un chico con una dificultad cognitiva leve, a veces no tan leve, una niña invidente, algunos extraedad”.

Todo eso explica la necesidad de involucrar a los cuidadores en la educación de los niños, pero la sensación es que “muchos querían era tenerlos acá para quitárselos de encima”, y remata con el comentario del salón de maestros: “Algunos compañeros lo han dicho de manera muy fea. Dicen que los padres ven el colegio como un parqueadero para los hijos”.


El intestino delgado

Con el retorno a clases de los grados noveno, décimo y once, la coordinadora Cristina Upegui ha enfrentado los más diversos asuntos relacionados con lo que describe como “una idea del amor, de relación con el cuerpo, que ha sido totalmente nueva, desconcertante, desafiante”. 

La maestra explica que “hay una altísima rotación de contenidos sexuales, sobre todo en noveno”. Su confianza con los estudiantes le permite explicar que, durante la pandemia y en el periodo que hubo modalidad de alternancia, “los chicos se mandaban fotos y videos de sus cuerpos como una forma de halagarse, un tipo de cortejo diferente”. 

Pero ellos no han reflexionado en lo que implica compartir este tipo de imágenes, más cuando son de menores de edad. Upegui ya recibió en su oficina a dos padres de familia enfrentados a través del chat de sus hijos, que compartían fotos sexualmente explícitas.

El padre del chico clamaba por la moral y la honra y la madre de la niña por el derecho a privacidad. “Si esto fuera un asunto entre menores, con consentimiento, sería diferente”, cuenta la profesora, “pero cuando intervienen los adultos es otra cosa”. 

En medio de la bochornosa situación, los estudiantes involucrados casi ni se hablan. Apenas se estaban conociendo. Upegui, al saberlo, se rio: “¿o sea que no se han dado el primer beso y ya se conocen hasta el intestino delgado?”, a lo que el joven respondió con frescura: “Profe, yo entiendo que usted se escandalice, por su edad”.

Otros casos referidos por la profesora Upegui involucran incluso la plataforma Only Fans, que monetiza el contenido. La constante es la escandalización de los adultos y su falta de conocimiento sobre las consecuencias legales de ver y compartir contenido sexual de menores de edad. Sin embargo, implica también enseñar a esta generación los cuidados necesarios para este tipo de relacionamiento.


Al principio de la pandemia, la quietud abrumaba a cronistas y tuiteros. Dos años después, la velocidad con que se ven las secuelas de todo lo que sí ha pasado toma cuerpo en los colegios. Por ejemplo, el paro nacional. “A nosotros nos hirieron un estudiante en el pecho”, recuerda la coordinadora Cristina Upegui, “tenemos una presa, tenemos otro que casi pierde el brazo por un tiro del Esmad”

Además, la docente señala que, a causa de la crisis, ha visto agravarse el trabajo infantil y adolescente. “Muchos, muchos, sobre todo los más grandes, fueron forzados a trabajar”, y detalla, “trabajan vendiendo, empacando, ayudando en los negocios familiares, de mensajeros; las chicas hacen uñas, maquillaje, trabajan en talleres de costura, ayudan en construcción, bueno, cosas mal pagas”. Le preocupan especialmente los que están en comidas rápidas, porque trasnochan.

Tanto ha pasado que la escuela ya no puede quedarse inmóvil.
 

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