21 Abril 2022

‘El editor es un gestor,’ dice Gabriel Iriarte

Gabriel Iriarte, a quien la Cámara Colombiana del Libro condecoró por su trayectoria de 40 años vinculado al libro, hace una radiografía del pasado, el presente y el futuro de la industria editorial en Colombia.

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Redacción Cambio


 

Gabriel Iriarte ha sido y seguirá siendo un editor por excelencia, uno de los mejores -si no el mejor- porque se ha inventado o ha hecho surgir a casi todos los buenos escritores de Colombia de las últimas tres o cuatro décadas.

En su carrera como director editorial de grandes empresas como Planeta, Norma y Penguin Random House, Iriarte concibió más de 1.000 libros y trabajó durante años con escritores como Héctor Abad, Jorge Franco, Laura Restrepo, Mario Mendoza, Germán Castro Caycedo, Daniel Samper Pizano o William Ospina. Olfatea las obras y sabe cuáles de ellas poseen el sabor necesario para convertirse en un éxito editorial de talla nacional o incluso internacional.

Iriarte aprendió a conocer los secretos de los libros en la biblioteca de su padre. A finales de los años 60 entró a estudiar Antropología en la Universidad de Los Andes, donde no solo participó en una obra de teatro sobre Vietnam, del dramaturgo Peter Weiss, sino que tuvo uno de los primeros contactos con el mundo editorial, pues Ricardo Camacho, el director de la obra, le pidió que tradujera su texto del alemán al español.

CAMBIO: También se ganó un premio de periodismo Simón Bolívar...

Gabriel Iriarte: Escribí durante 14 años sobre política internacional en la revista Diners y fue con los artículos que publicaba mensualmente como llegué a ganar este premio.

CAMBIO: ¿Cómo empezó su labor como editor?

G.I.: Poco a poco me fui enganchando con el trabajo de los libros recorriendo todo el camino desde la base: primero como traductor, luego como corrector y, finalmente, como editor, para terminar como director editorial.

Comencé en El Áncora Editores. Después trabajé en Mayr y Cabal, una empresa que editaba libros de lujo, y de ahí pasé a Tercer Mundo y luego a Planeta y a Norma. Cerré el ciclo en Penguin Random House.

CAMBIO: ¿Cómo era la industria editorial cuando usted empezó a ser editor?

G.I.: Había muy pocas editoriales colombianas. Recuerdo a El Áncora Editores, fundada por Patricia Hoher y Felipe Escobar en 1980, lo mismo que a Tercer Mundo, dirigida por Santiago Pombo. También estaba Norma, por supuesto, muy concentrada en textos escolares. Las dos primeras empezaron a editar a algunos autores colombianos que no solamente trabajaban en literatura, sino también en no ficción.

CAMBIO: ¿Y en qué andaban las grandes editoriales extranjeras?

G.I.: En ese momento, estaban dedicadas principalmente a las enciclopedias y los fascículos. Planeta, la más grande, traía libros de España, aunque ya comenzaba a hacer alguna edición local. Pero no era su principal actividad, como lo fue después. Todavía no se creía mucho en las posibilidades comerciales de la producción intelectual nacional, con excepción de García Márquez que, por supuesto, ya se había ganado el Nobel, y unos pocos escritores más.

CAMBIO: ¿Cómo ha evolucionado el panorama del mundo del libro en Colombia desde entonces?

G.I.: Los cambios han sido significativos. Lo primero es que antes había muy pocas editoriales en el país. Lo más destacable es que, a partir de los años 80, comienzan a surgir y a consolidarse editoriales colombianas y las extranjeras se deciden a publicar a los autores nacionales.

CAMBIO: ¿Por qué no se daba antes?

G.I.: Antes eran esfuerzos relativamente aislados y con respaldo de capital muy limitado. Tanto El Áncora Editores como Tercer Mundo trabajaban un poco con las uñas y la gran producción y el gran negocio editorial estaba en la venta de enciclopedias y fascículos.

CAMBIO: ¿Y hoy cómo es la cosa?

G.I.: Hoy es totalmente distinta. Aunque desaparecieron Tercer Mundo y El Áncora, ha surgido una serie de editoriales locales, independientes, y cuando digo ‘independientes’ me refiero a que no pertenecen a ningún grupo. Todo empezó con la publicación cada vez más amplia de autores colombianos, que no se podía dar con una pequeña editorial, sino con el apoyo de un gran grupo; y eso se dio en Planeta coincidiendo con mi llegada a esa empresa. Más tarde pude continuarlo en Penguin Random House.

CAMBIO: ¿Cómo fue ese proceso?

G.I.: Cuando las editoriales dejaron de vender enciclopedias o ello se volvió un negocio marginal, se empezaron a publicar autores colombianos. Planeta ya lo venía haciendo. El caso más representativo era Germán Castro Caycedo. La compañía también acababa de desarrollar ocho o diez tomos de La nueva historia de Colombia, un trabajo monumental y multidisciplinario cuyo director académico fue Álvaro Tirado Mejía. Cuando entré, hice la actualización de ese trabajo con dos o tres tomos más. Lo que quiero decir es que se estaban haciendo cosas muy importantes, sin duda, pero lo que logramos fue desarrollar la búsqueda y publicación de autores colombianos nuevos, la mayoría jóvenes, en literatura y en periodismo fundamentalmente. Por ejemplo, desarrollamos una colección muy grande de periodismo investigativo, que llamamos “Primera Plana”.

CAMBIO: ¿Qué libros recuerda de ese segmento?

G.I.: Me acuerdo que un día llegó a mi oficina Luis Cañón y me dijo: ‘Tengo una biografía de Pablo Escobar, que llega hasta hoy’. En ese momento entró mi secretaria y exclamó: ‘Acaban de matar a Pablo Escobar en Medellín’. Entonces Cañón respondió: ‘solo me falta eso’. Y fue así como publiqué El Patrón veinte días después de la muerte del capo. También editamos investigaciones sobre la infiltración de la mafia en el reinado de belleza de Cartagena y en el fútbol, sobre el cardenal López Trujillo, sobre los asesinatos de Galán y Low Murtra, la mayoría de periodistas jóvenes y hasta entonces desconocidos.

CAMBIO: ¿Y qué siguió?

G.I.: Simultáneamente comenzamos a buscar autores literarios. Cuando digo comenzamos, hablo en plural, porque no estaba solo: conté desde el principio con el apoyo de Leonel Giraldo y de Fernando Wills. Pero además de quienes fueron directores generales de Planeta, Francisco Solé y Carlos Lugo. Sin este soporte gerencial hubiera sido imposible llevar a cabo esta tarea, porque estábamos empezando a publicar un montón de autores nuevos que nadie conocía y el riesgo era enorme.

CAMBIO: ¿Cómo descubría a esos autores?

G.I.: De muy diversas maneras. Veamos un par de ejemplos. A Enrique Serrano le publicaron un cuento en Lecturas dominicales, de El Tiempo, porque se había ganado el premio Juan Rulfo de Radio Francia Internacional. Lo contactamos y fue así como pudimos leer (y publicar) un libro de cuentos maravilloso: La Marca de España. Cómo sería esa obra, que un día vino García Márquez a Colombia y en una entrevista le preguntaron qué estaba leyendo y él contestó: ‘Un libro de cuentos que a mí me hubiera gustado escribir y que se llama La Marca de España’. Inmediatamente llamé a Enrique y le dije: ‘Olvídese de lo que dijo García Márquez, porque usted de pronto se lo cree y se tira su carrera’. O el caso de Juan Esteban Constaín. Mi esposa María Clara, que era la directora del Archivo Histórico de la Universidad del Rosario, me trajo el manuscrito de un libro de relatos de un “muchachito” de 25 años que acababa de llegar de Europa y era profesor de esa institución. Pues leí el libro y resultó ser excelente. Se trataba de Los mártires, la primera obra que publicamos de Constaín… y así sucesivamente.

CAMBIO: Curioso: el ocaso de las enciclopedias fue reemplazado por este boom de periodistas y escritores.

G.I.: Sí, algunos incluso venían de España como Óscar Collazos y R.H. Moreno-Durán. En crónica ya había pesos pesados como Germán Castro Caycedo, Patricia Lara o Arturo Alape, a quienes seguimos editando. En todo caso, fue una experiencia extraordinaria porque el Grupo Planeta creyó en esa tarea y nos apoyó de manera irrestricta. Posteriormente tuve la oportunidad de continuar esta aventura desde Penguin Random House con Carlos Lugo y un estupendo equipo de editores jóvenes, a una escala aún mayor y con líneas nuevas como las memorias de personajes de la vida nacional.

CAMBIO: También hubo una evolución en las librerías y los medios.

G.I.: Desde un comienzo contamos con el apoyo, por ejemplo, de Felipe Ossa. Todos los libreros finalmente nos secundaron.

También, los medios de comunicación jugaron un papel importante, pues les pusieron más atención y les dedicaron más espacio a los autores colombianos. Poco a poco se fueron acostumbrando, los medios y los libreros, a tener autores colombianos sobre quiénes hablar y a quiénes vender.

CAMBIO: Su gran mérito fue salir a buscar autores…

G.I.: La oferta de contenidos obviamente se enriqueció porque conseguimos autores de novelas, cuentos, poesía, periodismo investigativo, crónica periodística, historia, ensayo y comenzaron a aparecer otros géneros, como el infantil y el juvenil, y sobre todo los de autoayuda, superación personal y cocina. Por ejemplo, yo fui editor de las obras de Lácydes Moreno, el gran sabio de la gastronomía colombiana. Él escribía como los dioses, lo mismo que cocinaba. Pero, volviendo al tema de la evolución editorial, y esto también es muy importante, la industria empezó a conectarse con el mundo exterior.

CAMBIO: ¿Cómo?

G.I.: Se abrieron dos caminos: uno, a través de Planeta, y luego mediante grupos como Random House y Santillana. La estrategia consistía en demostrarles a nuestros colegas de Argentina, México y, sobre todo, España, que acá había autores que les podían interesar y, de hecho, les encantaron. Así, el grupo se convirtió en un conducto a través del cual empezaron, lentamente, a darse a conocer nuestros autores nuevos. Y dos, a través de los premios internacionales y la difusión en los medios.

CAMBIO: ¿Qué ha mejorado para los autores?

G.I.: La profesionalización y la vinculación de los escritores colombianos con agentes literarios. Hoy son pocos los que no tienen agente. Antes era al revés. Poco a poco a los autores se les mejoraron considerablemente las condiciones contractuales. Primero, se les pagaron regalías del 10 por ciento. Segundo, se inició una práctica que era absolutamente desconocida en Colombia como es el anticipo sobre las regalías. También han mejorado los lanzamientos de los libros y la promoción a través del marketing de las empresas y de entrevistas y reseñas en los medios de comunicación.

CAMBIO: ¿Por qué es tan difícil que un escritor en Colombia viva de los libros?

G.I.: Por el tamaño del mercado. En España muchos viven del oficio porque hay una demanda que es diez o quince veces más grande que la de Colombia. Así, en vez de vender 3.000 o 4.000 ejemplares, que aquí ya es una buena cifra, venden 15.000 o 20.000.

CAMBIO: ¿Cómo ha cambiado el papel del editor?

G.I.: El editor es un gestor, ante todo. Es el que se inventa proyectos, estudia las tendencias temáticas que hay en el país, como la paz, el conflicto, la crisis económica, lo que sea. Estoy hablando para el caso de no ficción. El editor es cada vez más un gestor con una visión más global del negocio. Tiene que saber cómo se lanza un libro; ayudar a conseguir las entrevistas; ir a las ferias con los autores. El editor ya no es solamente el señor que contrató el libro y le corrige la ortografía. Tiene múltiples funciones, pero ante todo es un gestor… Un día, por ejemplo, Héctor Abad me mostró un montón de libretas que tenía guardadas. Le pregunté: ‘¿Y esas libreticas tan bonitas de dónde las sacaste?’. Me dijo: ‘Son todos los diarios que he escrito desde hace años’. ‘¿Y por qué no hacemos un libro con eso?’, le respondí. Y ahí salió una obra, los diarios, que lleva muchos miles de ejemplares vendidos en Colombia y en España.

CAMBIO: A propósito de Héctor Abad, ¿cómo es la historia de El olvido que seremos?

G.I.: Desde que comenzamos a trabajar juntos, Héctor decía que tenía que exorcizar el asesinato de su padre… Y un día, en Medellín, le pedí que me contara cómo había sido esa tragedia. Me lo contó y le dije que se sentara a escribir. ‘¿Pero eso sí le interesará a alguien?’, preguntó. ‘Claro que sí, hombre’, dije. Luego me envió el manuscrito. Yo le acababa de editar Angosta, una novela a la que le había ido muy bien en ventas. Y entonces me dijo: ‘Pero después de publicar Angosta no puedo salir con una cosa que no sea una novela’. Le dije que la historia era tan buena y estaba tan bien escrita que eso era lo de menos. Lo que no me imaginé es que fuera a tener un éxito tan monumental. Es un libro sobrecogedor. Muy triste, pero a la vez muy bello. Ha sido un gran bestseller no solamente en Colombia sino en todo el ámbito de habla hispana.

CAMBIO: ¿Quién es el autor colombiano más vendido?

G.I.: Aparte de García Márquez, Héctor Abad. Aunque ha habido muchos casos de bestsellers como los de Próspero Morales Pradilla con Los pecados de Inés de Hinojosa, Laura Restrepo con Delirio, Piedad Bonnett con Lo que no tiene nombre, Patricia Lara con Las mujeres en la guerra, Germán Castro Caycedo con El hueco o La Bruja, todos ellos con muchísimas unidades vendidas.

CAMBIO: ¿De dónde viene esa afición suya y de sus hermanos por los libros y la literatura?

G.I.: Mi padre César siempre tuvo una biblioteca maravillosa, sobre todo en historia y literatura. Fue, por decirlo de alguna manera, un intelectual frustrado, pues tuvo que trabajar desde muy joven y no pudo hacer una carrera universitaria. Todavía tengo un montón de libros de la Segunda Guerra Mundial firmados por mi papá. Además, mi hermano Alfredo y mis hermanas Helena y Amalia estaban muy ligados al mundo cultural. Entonces la influencia familiar era tremenda por todos lados.

CAMBIO: ¿Qué perspectivas le ve a la industria editorial?

G.I.: El mercado ha seguido creciendo, inclusive durante la pandemia. Por consiguiente habrá que hacer cada vez más libros en los formatos tradicionales y en los nuevos. Esta industria también tendrá que adaptarse a los cambios tecnológicos y de mentalidad que se están dando en todo el mundo. En eso radica el nuevo desafío.

CAMBIO: Y ahora que se retiró de la industria editorial, ¿a qué se dedica Gabriel Iriarte?

G.I.: A investigar sobre historia contemporánea. A tratar de terminar un libro que empecé hace años… y a escribir para Cambio.

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