10 Septiembre 2022

Los objetos de Pablo Escobar

Una mirada a lo que atesoró Pablo Escobar (desde ejemplares de la megafauna africana hasta pinturas de Salvador Dalí) dan a entender los alcances de personajes como él y dimensionar hasta dónde llegaron sus delirios de grandeza.

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Por Fernando Salamanca
A principios de 2018 la revista Semana reveló de pronto uno de los secretos mejor guardados de Colombia. Cuando había dejado atrás el contrabando y se enfocaba en estandarizar el tráfico del polvo blanco hacia el suelo americano, Pablo Escobar firmó su primer testamento. Con los ojos puestos en el corazón del mercado global, que al final es uno solo, el capo antioqueño consideró conveniente y necesario dejar en papel sellado su última voluntad.
Un trozo de su memoria: 35 óleos y dibujos; ocho esculturas, y siete antigüedades.
La profesora de Yale Nöel Valis plantea que un mundo sin objetos es al final un mundo sin humanos. También Pablo fue un coleccionista de objetos. Podemos citar al menos cuatro ejemplos de dicha vocación:
1. Las balas y las armar de fuego.
2. Los animales exóticos.
3. Los cuadros figurativos.
La introducción de la novedad coleccionista en la vida del capo antioqueño comenzó con la áspera incredulidad de comerciante, cuando Mauren José Ramírez le vendió algunos jarrones de la dinastía Chen-Tsung por unos 1.000 millones de pesos de inicios de los ochenta. El capo antioqueño pidió a un curador de confianza un certificado de autenticidad, quien se negó afirmando que los dichosos jarrones eran réplicas fabricadas en Ráquira, Boyacá. Pocas semanas después, Ramírez apareció baleado en una calle de Medellín. Cuando el que pereció baleado fue el mismo Escobar, mucho se habló de sus Picassos, Dalís y Boteros.

Al igual que la enumeración de sus muertos "coleccionados", cualquier intento de clarificación histórica sobre el testamento de Escobar tropezaría con las mayores dificultades, y ello debido al contradictorio y raro registro histórico que caracteriza su figura.


Todos los equívocos eran posibles, incluido en los pintores jóvenes y maduros de los ochenta y noventa, que ajustaron su paleta al gusto de los mafiosos: mujeres desnudas, caballos, billares y billaristas. Cuanto más figurativo, más atractivos eran. Santiago Rueda, que ha investigado más que ningún otro la relación del arte con las sustancias ilícitas, dice que somos un país que se sigue intoxicando con la plata y el plomo del narcotráfico. Pero él, a diferencia de muchos que han escrito sobre los mafiosos, entiende que los vestigios de su vocación coleccionistas está en sus espacios domésticos, donde se movían a sus anchas. En el caso de Escobar, me refiero a escenarios e intereses diferentes de los de su esposa, inclinada por la decoración y las obras plásticas, configurando un arquetipo ineludible: esposo emprendedor y esposa hogareña o coleccionista de arte.
¿Qué coleccionó? ¿Dónde estaban sus intereses? ¿Cuál es el paradero de sus “caprichos”? ¿Cómo leerlos con los anteojos del nuevo milenio?


Todo esto comenzó hace un tiempo, cuando decidí visitar el Museo Histórico de la Policía Nacional. En el primer nivel del edificio, en la sala ‘El crimen no paga’, encontré una vitrina a medio iluminar con una pistola plateada y un pedazo de teja rojizo envejecido. Se trataba –dijo el guía del museo– de la pistola favorita de Pablo Escobar.

La pistola (una Sig Sauer) subió al escenario la mañana en que el capo se entregó a la justicia colombiana, el 19 de junio de 1991, después de que la Asamblea Nacional Constituyente estableciera la prohibición de la extradición de ciudadanos colombianos y de una escalada de atentados, secuestros y carros bomba que llevaron al país contra las cuerdas. El retrato de una sociedad aturdida por el miedo lo dibuja muy bien Andrés Wood en Noticia de un secuestro, la nueva serie de Prime Video.
Daniel Coronell cuenta en su columna titulada 'La pistola perdida de Pablo Escobar' que para demostrar su voluntad de sometimiento, "(el capo) sacó de su pretina la pistola, le extrajo el cargador de 13 tiros y se la entregó al entonces procurador Carlos Gustavo Arrieta. Nadie sabe cómo, pero la Sig Sauer regresó a manos de Escobar". Y sí, la tenía cuando lo mataron. Por otra parte, el coronel Hugo Aguilar, entonces mayor del Bloque de Búsqueda, dice que él fue quien activó el disparo definitivo. Cuando llegó al cuerpo del trofeo, con Escobar sin vida, detuvo su Rolex a las 2:50 de la tarde y lo entregó a un oficial bajo su mando para que hiciera el oficio jurídico ante la Dijín. Luego cambió su pistola 9 milímetros por la Sig Sauer del capo.
Esto constituye tres delitos: hurto, peculado y manipulación de evidencia.

Cromos
Meses después, Germán Castro Caycedo publicó una serie de reportajes en la revista Cromos sobre sus reuniones secretas con Escobar que después tomarían forma en un libro. Para perfilarlo, escribió páginas magistrales, que giraron sobre su colección de proyectiles y de armas de fuego. Lo describe como dueño de una compostura admirable, seguro de sí mismo, incluso animado. Añade el periodista que, en un momento, el antioqueño se puso de pie y sacó de la alacena una pequeña bolsa plástica que abrió sobre la mesita de centro de la sala y dejó caer siete balas sobre el vidrio.
"Cójalas, púlselas y yo le explico algo de cada una. Luego busque a los que las usan para que le cuenten lo que yo no sepa. ¿Por cuál comenzamos?".
El capo evoca los hilos que entretejieron su destino. Para ufanarse recurre a una fórmula amable, de efecto nostálgico, ligeramente cómica ligeramente seria, susceptible de provocar una "especie de admiración" particularmente pugnante: el periodista podía escoger cualquier proyectil ("la del plomo achatado", "la dum-dum calibre 38", "la 9 milímetros") y enseguida Escobar le recitaba la película completa: a ‘Ramón cachaco’ le dieron con la del plomo achatado, la .37 toca el cuerpo y se deforma con facilidad; el impacto es mucho más poderoso que el de una calibre 38 normal porque tiene más pólvora, "más propelente".
De esta manera, Escobar aparece como un experto, sus movimientos, sus ademanes, sus palabras precisas y anécdotas redondas le confieren un aire de autoridad. Habla de cada proyectil como si estuviera dando una conferencia TED. Puede explicar que la famosa dum-dum es la más peligrosa y por qué nadie que trabaje para él puede usarla porque lo considera un cobarde. Narra la procedencia del proyectil y es capaz de calcular la cantidad exacta de pólvora que tiene en su extremo.
Quiero insistir en el carácter esencialmente auténtico (y calculado) de la narración que Escobar hace de sí mismo. La arquitectura de su colección íntima y extraordinaria. Las preguntas sobre la procedencia de las armas resultan difíciles, contradictorias y amplias para zanjarlas aquí. Pero están latentes, como un hambre original:
¿La pistola que se exhibe en el Museo Histórico de la Policía Nacional junto a un fragmento de tejado de la casa donde cayó Escobar es la misma que el capo le enseñó a Castro Caycedo? ¿Habría que preguntarle a Hugo Aguilar por el paradero de la mítica arma? ¿O al curador?

Al igual que la enumeración de sus muertos "coleccionados", cualquier intento de clarificación histórica sobre el testamento de Escobar tropezaría con las mayores dificultades, y ello debido al contradictorio y raro registro histórico que caracteriza su figura. La revista Semana publicó por primera vez su rostro en la portada bajo el titular 'Un Robin Hood paisa', dando los primeros pasos de una cascada sin precedentes de aquella obsesión editorial. No habían aparecido los titulares de prensa sobre obras de arte incautadas, tampoco los lujos de las residencias familiares, mucho menos los grandes nombres del canon artístico.
Será en la humareda de un coche bomba donde vamos a admirar el desgarro de aquella colección de arte de los Escobar Henao. La bomba en el edificio Mónaco, no solamente estremeció el sur de Medellín. También puso al descubierto otra 'bomba noticiosa' que se conoció de inmediato en el país y el mundo: la fortuna del capo que se hallaba en la mansión. Valiosos carros de colección en el sótano, obras de arte que alcanzaron a semidestruirse, esculturas griegas, jarrones chinos, lámparas y muebles importados.
Dos días después, el diario El Tiempo publicó un extenso y detallado reportaje sobre aquella colección inusitada con este titular: 'Había obras de arte hasta en los baños'.

Bomba
En la lista de bienes destruidos –un desfile de Boteros, Obregones, Canos, Morales, Caballeros y Manzures; algunos Picassos y Guayasamínes– destaca un pequeño óleo, de figuras móviles y sugestivas que escapó de la destrucción por encontrarse lejos de la garganta de dinamita.
Con este parteaguas, el capo y su familia se desdoblaron como coleccionistas de arte, con sus peculiaridades, sospechas y dealers propios.

Fidel Castaño
Retrato de Fidel Castaño, de Oswaldo Guayasamín.



Dalí pintó el óleo The dance en 1944, por pedido de su amigo Billy Rose, empresario de espectáculos de Broadway y jefe de entretenimiento militar estadounidense en la etapa final de la Segunda Guerra. Por aquel tiempo, Dalí vivía entre Nueva York y Figueras, ajustando sus rutinas a los caprichos de su esposa Gala. Con la amenaza nazi respirándoles en la nuca (una amenaza física y curatorial, por decirlo así), las figuras más importantes de las vanguardias europeas (la Bauhaus, por ejemplo) hacen maletas y se instalan en suelo neoyorquino, lejos del ruido de guerra y de la posterior pobreza europea.

The dance
'The dance' ('La danza'). Óleo de Salvador Dalí.


El arte sigue el camino del dinero. O sea, de los nuevos ejes del mercado.
Después de pasar por varias manos de coleccionistas estadounidenses, el cuadro llegó a la mansión de los antioqueños el 14 de mayo de 1985. Una semana atrás, Sotheby’s Nueva York lo había subastado en medio millón de dólares, su intermediario –Édgar Fernando Blanco–, fue el encargado de llevar la obra hasta Medellín.
Por aquellos años, la relación de Escobar con la presentadora Virginia Vallejo era la comidilla de las revistas del corazón y los chismes de reuniones sociales; las fotografías de los amantes, las historias y los rumores de sus peleas y reconciliaciones desbordaban las páginas de los periódicos y los titulares de noticieros de televisión. La vida íntima del entonces representante a la Cámara por el Nuevo Liberalismo se hacía pública y su esposa, resignada a la humillación, sufría en silencio. Un marido con demasiados sentimientos de culpa y recursos de sobra la empujaron a mirar para otra parte y disfrutar los lujos.
Ella lo cuenta en su libro (Pablo Escobar: mi vida y mi cárcel, Planeta, 2018). La primera vez que vio el óleo quedó sorprendida por el "movimiento de una pareja en un desierto interminable, sexual, erótico". Añade que la pintura se convirtió en un amuleto para la buena suerte de la familia, recién instalada en el edificio Mónaco.
Después que la balanza se inclina en contra de los Escobar. Su esposo y su colección de arte compartieron el mismo destino.
Tiempo después, el óleo aparece en un lote de subasta de Christie’s y lo adquiere un coleccionista japonés. Simona Dolari, PhD investigadora del área de Impresionistas y artistas modernos de la sede londinense de la casa de subasta, me confirma que el cuadro The dance llegó a finales de 1994 y se vendió por 210.000 libras esterlinas a Teizo Morohashi. También me envía el archivo de la subasta y escribe un apartado con la historia trágica del cuadro.
En su libro, la viuda de Escobar dedica un capítulo a la colección de arte que fue conformando en el segundo piso del edificio Mónaco. El relato tiene una mezcla de chismes personales y revelaciones insulsas. Sobre los galeristas bogotanos que la asesoraron o invitaron a inauguraciones de los grandes nombres de artistas nacionales, o que gestionaron encargos especiales desde Nueva York o París, prefiere guardar silencio.
"No menciono su nombre por respeto porque son personas honorables, pero lo cierto es que con algunos de ellos hubo un genuino deseo de aprender sobre arte".
Como dijo el escritor Óscar Collazos –cuando Virginia Vallejo publicó su libro Amando a Pablo, odiando a Escobar– en su columna en El Tiempo: "Sus verdades más profundas no están en lo que dice; están en lo que calla".
O sea: en sus proveedores de obras de arte.

Para Pablo Escobar la naturaleza es la extensión de sus dominios, de su poder y, claro, es poderoso porque puede manipularla a su antojo.



Los mafiosos son sondas éticas. Las enviamos a lugares oscuros o desconocidos; los mensajes que traen nos permiten un renovado aprendizaje de la economía del país, de sus complejidades y los actores, de la ambigüedad, multiplicad e inestabilidad de nuestra sociedad. Pablo Escobar compró un terreno inmenso a orilla del río Magdalena donde comenzó a plantar centenares de árboles, construyó lagos y llenó del valle del río con miles de conejos comprados en Córdoba y traídos hasta la hacienda en helicópteros. La relación de Escobar con la naturaleza es bien distinta a la que puedo tener un científico, un ecólogo, por ejemplo, que describen e intentan organizar y relatar el mundo sensible. Juan José Hoyos escribió una crónica sobre la Hacienda Nápoles a mediados de los ochenta que, sin embargo, solo vería la luz 20 años después en la revista El Malpensante N. 44. "Él mismo (Escobar), durante muchos meses, dirigió la tarea de poblar su tierra con canguros de Australia, dromedarios del Sahara, elefantes de la India, jirafas e hipopótamos del África, búfalos de las praderas de Estados Unidos, vacas de las tierras altas de Escocia y llamas y vicuñas del Perú. Los animales alcanzaron a ser más de 200". Y agrega: "Cuando el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA) se los decomisaba, por no tener licencia sanitaria, Escobar enviaba un amigo a los remates. Allí los compraba de nuevo y los llevaba de regreso a la finca en menos de una semana".
En este punto es necesario comprender que para Escobar la naturaleza es la extensión de sus dominios, de su poder y, claro, es poderoso porque puede manipularla a su antojo.

No perdamos de vista la palabra dominios, y además manipularla. En las décadas que median entre el descubrimiento de un modo de vida que estaba al alcance de una orden –siempre había un proveedor que cumplía sus caprichos–, y la noticia de un hipopótamo baleado por un contingente militar en el Magdalena Medio, emerge un grupo de hombres y mujeres poco interesados en la experiencia y la acumulación cultural porque lo consideraban un conocimiento sin valor practico, inmediato y cuantificable. Y sin embargo, Juan José Hoyos, en su visita a la mítica hacienda del capo antioqueño, fue testigo de cómo los hipopótamos, los elefantes, los canguros y los caballos corrían libres por el campo verde. "Me llevó también al lago de los hipopótamos y me mostró un letrero lleno de humor negro que él mismo había mandado a pintar. Ya no recuerdo la frase pero hablaba de la pasividad y de la peligrosidad de estos animales".

Hopopótamo
Hipopótamo en el Magdalena Medio. Foto: Colprensa.


El artista Alberto Baraya, que ha hecho de las fábulas de las haciendas de mafiosos un ensayo visual de su obra, recuerda que desde la antigüedad, la posesión de animales exóticos ha estado asociada a la glorificación del poder, funcionando como un símbolo del triunfo del hombre sobre la naturaleza. De su trabajo artístico por las haciendas que pertenecieron a Escobar se configuró Testigos inhábiles, un collage de pintura, escultura y fotografía que juega con las fabulaciones, los paisajes, las ecologías caprichosas del capo antioqueño. "Paradojas encontradas", escribió el artista.
Le tomó al arte colombiano varias décadas llegar al fondo de la reflexión de Baraya, reconocer que los paisajes modificados no era nada distinto de lo que Escobar había venido haciendo durante una década y, finalmente, entrever en esa confidencia una suerte de identidad.

¿Qué queda hoy de sus colecciones?
La hacienda Nápoles convertida en un parque temático y decenas de ejemplares de hipopótamos de tercera o cuarta generación que se expanden incontenibles por los baldíos y las tierras del Magdalena Medio pues, salvo el hombre, en estas tierras no tienen depredadores. El destino de las obras de arte y decoración que se incluyeron en el testamento de 1980 es difícil de rastrear; los escenarios posibles de esa colección son tres:
1. Robo, tal como sucedió con el óleo de Dalí que Carlos Castaño se quedó.
2. Cambiazos, muchas obras fueron cambiadas en diligencias judiciales, tal como sucedió con la pistola Sig Sauer que el coronel Hugo Aguilar le robó al cadáver de Escobar.

Ese impulso instintivo, que produjo espacios domésticos modificados en el edifico Mónaco y en la hacienda Nápoles, dejó en evidencia una verdad: muchos de los objetos que Escobar recrea en ambas entrevistas son un refugio que mantiene a raya el tiempo.


3. Pagos por la reparación de guerra, que toca de nuevo la historia del cuadro de Salvador Dalí.
Ahora, el robo o saqueo de objetos y tesoros que son valiosos para un grupo social no es algo exclusivo de la colección de los Escobar Henao ni de los mafiosos; al contrario, cientos de querellas y apelaciones se presentan cada año ante diversos museos para mediar en la devolución de objetos considerados parte de la memoria de una nación. Desde los restos de momias del antiguo Egipto esparcidas por el mundo, pasando por las esculturas del Partenón que un embajador británico ante el Imperio Otomano se llevó a Londres sin pedir permiso o el Tesoro Quimbaya que Carlos Holguín Mallarino le regaló a la reina María Cristina en 1892, que continúa haciendo parte del Museo de América de Madrid.

Cuatro décadas después de aquella portada de Semana en la que Escobar aparece como un Robin Hood, es posible hacer reelaboraciones conceptuales (mirarlos como coleccionista) para renovar la mirada sobre sus tesoros. Andrés Malraux plantea en su libro El museo imaginario (1976) que es la mirada contemporánea la que descubre aspectos de otros tiempos que hasta ahora habían sido olvidados. El fluir del pasado en el presente
Los relatos periodísticos –Las balas que matan en Colombia (1987) y Un fin de semana con Pablo Escobar (1983)–, proponen dos historias entretejidas por la necesidad de su protagonista de distinguirse de los demás, de la necesidad de construir una memoria perfeccionada. ¿No es también Pablo Escobar un relato que hace de él mismo, los recuerdos que se filtran por el tamiz de su memoria y que los hace conscientes? Ese impulso instintivo, que produjo espacios domésticos modificados en el edifico Mónaco y en la hacienda Nápoles, dejó en evidencia una verdad: muchos de los objetos que Escobar recrea en ambas entrevistas son un refugio que mantiene a raya el tiempo. Es el lugar de sus demonios, de sus emociones discordantes, lugares donde ocurren cosas que trastocan vidas. Los relatos que Escobar cuenta en ambas historias, le permiten atravesar la distancia infranqueable de lo que fue, y es el anuncio que tiene de lo que puede llegar a ser.
https://twitter.com/Sal_Fercho
(Algunas imágenes de contexto corresponden al libro The Memory of Pablo Escobar, de Rainbow Nelson y James Mollison. Y de archivos de Cromos, Semana y El Tiempo).

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