Silicon Valley, en la mala
La caída de ingresos en las big tech, la irrelevancia de la mayoría de innovaciones producidas allí, y los dolores graves de cabeza que causó en la economía norteamericana, desinflan el orgullo tecnológico de Estados Unidos.
Por Álvaro Montes
Quedan pocos que aplaudan a Silicon Valley como antaño. Ganar dinero por montones no es suficiente para que una empresa le sirva a la sociedad y Estados Unidos ya no parece disfrutar en carne propia los beneficios del milagro financiero que un puñado de empresarios obtuvo en los alrededores de San Francisco.
Durante los días más dramáticos de la pandemia, el mundo hizo conciencia de que casi nada de lo que se produjo en Silicon Valley durante la última década tenía utilidad alguna para solucionar los verdaderos problemas de la humanidad. Mucho algoritmo para las redes sociales y el entretenimiento; plataformas inteligentes para que pasemos horas viendo series y compremos rápidamente en línea mercancías que no necesitamos. Ni un solo respirador para quienes morían asfixiados, ni vacunas, ni tecnologías para reducir el calentamiento del planeta. Donald Trump señaló -y no le faltaba razón en ese punto- que de nada servían a la economía estadounidense las bestiales cantidades de dinero que amasan las big tech si reposan en paraísos fiscales en Europa o el Caribe. Les ofreció irresistibles amnistías tributarias si repatriaban sus capitales.
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Durante los días más dramáticos de la pandemia, el mundo hizo conciencia que casi nada de lo que se produjo en Silicon Valley durante la última década tenía utilidad alguna para solucionar los verdaderos problemas de la humanidad.
Joe Biden puso en marcha un apresurado programa para devolver a Estados Unidos la soberanía tecnológica en materia de chips, porque de nada sirve tener en suelo propio a los genios del diseño si la manufactura se realiza en países rivales como China, Taiwán o Singapur, que es donde, además, se genera el empleo que las innovaciones tecnológicas propician.
Hasta los ciudadanos comunes y corrientes de la antigua San Francisco aborrecen a Apple, Google y demás emblemas del poder digital, porque los salarios astronómicos de sus empleados encarecieron tanto el mercado inmobiliario que se hizo imposible vivir allí para quien no sea ingeniero de desarrollo o ejecutivo de negocios al servicio de una gran tecnológica. El fenómeno conocido como "gentrificación" hizo que, por votación popular, Nueva York rechazara ser la segunda nueva sede de Google. La gente ve más problemas que soluciones en las empresas que han hecho famosa la cultura Silicon Valley.
Por primera vez en años, las empresas más emblemáticas de lo que conocemos como el mundo de Silicon Valley reportan pérdidas (y muy graves, en algunos casos), despidos de personal y previsiones tímidas en sus pronósticos de facturación. En conjunto, los multimillonarios tecnológicos perdieron en lo corrido de 2022 315.000 millones de dólares en sus fortunas personales. Nada que los preocupe, pero algo así no había ocurrida antes. Jeff Bezos, el fundador de la poderosa Amazon, vio reducir su riqueza en 50.000 millones de dólares este año, según la famosa lista Forbes, y Bill Gates perdió 28.000 millones de dólares. El que mayor reducción de riqueza registra es Marck Zuckerberg, fundador de Facebook, quien perdió 77.000 millones de dólares.
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Los ciudadanos comunes y corrientes de la antigua San Francisco aborrecen a Apple, Google y demás emblemas del poder digital, porque los salarios astronómicos de sus empleados encarecieron tanto el mercado inmobiliario que se hizo imposible vivir allí para quien no sea ingeniero de desarrollo o ejecutivo de negocios al servicio de una gran tecnológica.
No se veían números negativos en gigantes tecnológicas desde mucho tiempo atrás. La más afectada es la industria de contenidos, la que parecía tener el futuro del planeta en sus manos. Los ingresos de Netflix cayeron este año 67 por ciento; los de Facebook, 39 por ciento; Disney, 26 por ciento, y Google, 8 por ciento. Mauricio Cabrera, un conocedor del tema, señala el hecho de que hay demasiadas series, demasiado entretenimiento, demasiada competencia y demasiada información. La saturación amenaza los propios modelos de negocios. Monstruos del tamaño de Netflix, Disney, Amazon y Apple se disputan el mercado de suscripciones de streaming audiovisual. No hay cama para tanta gente.
Este año las big tech no resultaron inmunes a los vientos de recesión mundial, contrario a lo ocurrido en 2020, cuando en plena pandemia, con la economía global congelada, hicieron sonar sus cajas registradoras más que nunca. Tres incrementos de las tasas de interés decidas en pocos meses por la Reserva Federal hicieron mella. Uber y Airbnb vieron caer sus astronómicas valoraciones históricas a menos de la mitad.
Un síntoma del mal momento que pasan las grandes tecnológicas es la fatiga en la contratación de personal. El mes pasado Meta, la casa matriz de Facebook, congeló la contratación y anunció medidas drásticas para reducir sus costos operacionales, entre ellas no sustituir a quienes se retiren y despedir un volumen no informado de trabajadores. Pero Google, Microsoft y Apple ya habían anunciado lo mismo unas semanas atrás.
Si alguna empresa es emblemática de lo que significa Silicon Valley en la innovación mundial es Intel, líder de la industria de procesadores, que reportó resultados decepcionantes en julio. Esperaban ganancias por acción de 70 centavos, y obtuvieron 29 centavos. Los ingresos de la compañía cayeron 22 por ciento en el último año.
Zoom, la startup estrella durante la pandemia, perdió dinero en forma estrambótica en el último año, cuando el mundo regresó a la presencialidad. En octubre de 2020 el precio de la acción estaba en 588 dólares y hoy está en 75 dólares.
No significa realmente el final de Silicon Valley. Eso está, en realidad, lejos de suceder. Pero sí el final del boom, al menos de momento. Muchas empresas empezaron a salir de la zona de San Francisco. Tesla, por ejemplo, se mudó a Texas, así como Oracle y Hewlett-Packard, nombres históricos de ese centro de innovación. No es primera vez que Silicon Valley enfrenta momentos críticos. En 2001 y en 2008 afrontaron recesiones mundiales y se recuperaron rápidamente. Pero en aquellos años, la percepción pública sobre las tecnológicas norteamericanas era avasalladoramente positiva.
Las cosas han cambiado. Una investigación reciente de Pew Research Center encontró que el 56 por ciento de los estadounidenses apoya una mayor regulación sobre las grandes empresas tecnológicas y el 68 por ciento cree que estas empresas tienen demasiado poder e influencia en la economía.
El tamaño descomunal que alcanzaron las big tech les causa ahora problemas. Google tiene más de 150.000 empleados y Meta (Facebook) más de 80.000. Reducir los costos operativos no es tan fácil. Hay discusión interna acerca del impacto que podría tener la reducción de personal en la capacidad innovadora de estas empresas.
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No es primera vez que Silicon Valley enfrenta momentos críticos. En 2001 y en 2008 afrontaron recesiones mundiales y se recuperaron rápidamente. Pero en aquellos años, la percepción pública sobre las tecnológicas norteamericanas era avasalladoramente positiva.
Pero el mundo político no quiere esperar a que las big tech decidan reducir su tamaño y planean decretarlo mediante la regulación. El triunfo demócrata dio mayor fuerza a la bancada que desde varios años viene proponiendo dividir a las grandes tecnológicas, una tendencia que lidera Elizabeth Warren, del ala más a la izquierda entre los demócratas, pero que tiene el apoyo de un importante sector de congresistas republicanos.
El poder enorme que este puñado de empresas amasaron debe tener un límite. Y tal vez están llegando a él.