“En sus cartas se descubre a un Eduardo Santos cálido y empático, no el distante que yo tenía en mente”: Maryluz Vallejo
Maryluz Vallejo.
Crédito: Julieth Montejo
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A través de un minucioso examen de la correspondencia de Eduardo Santos, la periodista y profesora universitaria Maryluz Vallejo ofrece en su libro ‘Estrictamente confidencial’ una semblanza del ex presidente, así como de la historia de Colombia del siglo XX.
Por: Eduardo Arias
Los hombres públicos, y en particular los políticos, suelen proyectar una imagen que a veces no corresponde a su verdadera personalidad. Por esa razón a los investigadores les parece una tarea fascinante acceder a la correspondencia de estos personajes. Eso hizo la periodista, profesora e investigadora Maryluz Vallejo, quien leyó la correspondencia de Eduardo Santos, uno de los líderes políticos más importantes y relevantes del siglo XX en Colombia, y quien además fue un destacado periodista. Estas cartas forman parte del Fondo de correspondencia con personajes, que en 1989 recibió la Biblioteca Luis Ángel Arango de parte de Rafael González-Pacheco, “médico personal del expresidente e hijo de Doroteo, administrador de El Tiempo, y uno de tantos exiliados del franquismo”, como precisa Maryluz Vallejo.
El texto del libro es un análisis profundo que hace la autora de esta correspondencia, que dividió en tres partes: Santos estadista, santos intelectual y Santos íntimos. Al final de cada una de las partes ofrece fragmentos de algunas de las cartas. Además de develar diversas facetas de la personalidad de Santos y de mostrar sus puntos de vista sobre diversos asuntos, el libro también da cuenta de la historia de Colombia en el siglo XX, en particular en las décadas de lo 30, los 40 y los 50.
Maryluz Vallejo es periodista graduada en la Universidad Pontificia Bolivariana y doctora en Ciencias de la Información de la Universidad de Navarra. Comenzó su carrera en Medellín como reportera y editora cultural del periódico El Mundo y como profesora en la Universidad de Antioquia. A partir de 2001 se estableció en Bogotá, donde ha sido profesora de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Universidad Javeriana, donde fundó la revista Directo Bogotá, que ella dirige. En esa misma universidad fue coordinadora del Campo de Periodismo. Ha publicado los libros La crónica en Colombia medio siglo de oro (1997), A plomo herido, Una crónica del periodismo en Colombia 1898-1980 (2006), Crónicas bogotanas de Felipe González Toledo (2008), Antología de notas ligeras colombianas (en coautoría con Daniel Samper Pizano, 2011), Tinta indeleble: Guillermo Cano, vida y obra, y Xenofobia al rojo vivo en Colombia, entre otros. Cambio habló con ella de Estrictamente confidencial y de sus hallazgos al consultar y analizar la correspondencia de Eduardo Santos.
CAMBIO: ¿Por qué se interesó en la correspondencia de Eduardo Santos?
Maryluz Vallejo: Mi Santo Grial cuando me zambullí en este “Fondo de Correspondencia con personajes” era un posible cruce de cartas de Santos con los republicanos españoles que esperaban asilo en Colombia, a muchos de los cuales logró traer antes y durante su gobierno. Pero también buscaba pistas sobre la antropóloga e historiadora gringa Kathleen Romoli, que llegó a Colombia cuando Santos era presidente y forjaron una amistad, además de ser miembros de la Academia de Historia. Como el Fondo está organizado por orden alfabético, de entrada, me encontré con la abultada correspondencia de Santos con su entrañable amigo Germán Arciniegas. Ahí entendí que la inmersión prometía ser apasionante porque abría una ventana más íntima de la historia del país desde la mirada de un estadista e intelectual de la talla de Eduardo Santos, y que el cincuentenario de su muerte sería una excusa perfecta para mostrar al personaje de carne y hueso a las nuevas generaciones, que ya no lo vean solo como un retrato colgado en la pared o una foto en Wikipedia.
CAMBIO: Además de Germán Arciniegas, ¿qué hizo que usted se sumergiera en el archivo desde la A hasta la Z?
M. V: Los corresponsales de Santos son dignos de atención porque representan esa élite social e intelectual colombiana con tantos conocimientos como prejuicios y sesgos ideológicos muy marcados en esos años 40 y 50 que documentan las cartas. El anticomunismo, por ejemplo, es un sentimiento ampliamente compartido.
CAMBIO: Al revisar ese archivo, ¿qué le llamó la atención de Eduardo Santos en las cartas que leyó?
M. V: Que en ellas se descubre a un Santos cálido y empático, no el distante que tenía en mente; y surge un escritor espléndido que disfrutaba de la libertad propia del género epistolar. Por ello, a su cuñado y colega Alfonso Villegas Restrepo le dice que se siente a gusto conversando con él como si estuvieran en un potrero. Además del tono desenfadado, salpicado de finos apuntes, me sorprendieron las revelaciones que hace a sus corresponsales de confianza, incluso de hechos que pudo haber ventilado en su periódico, pero él mantuvo en reserva. O sus opiniones sobre expresidentes —en particular Alfonso López Pumarejo, Laureano Gómez y el general Gustavo Rojas Pinilla— que califica con términos que jamás habría usado públicamente.
CAMBIO: Usted también indagó su esfera familiar, más íntima. ¿Qué impresión le dejó?
M. V: En el último capítulo de su esfera íntima y familiar surge el Santos generoso a fondo perdido del que muchos se aprovechaban. Amigo leal, capaz de perdonar traiciones políticas, hermano comprensivo y devoto de Lorencita, que cultivaba sus rosas y sus amistades selectas. Así mismo, el Santos que insistía en desvirtuar las leyendas que lo rodeaban: que era débil de carácter y enfermizo, multimillonario, masón y que odiaba vivir en Colombia. En sus cartas se devela la paradoja de su vida: que la fortuna y el poder lo perseguían sin buscarlos, cuando él habría preferido disfrutar de una vida discreta sin tantas borrascas políticas, pero su elevado sentido patriótico cambió su destino.
CAMBIO: Al revisar su correspondencia, ¿cambió de alguna manera su percepción sobre el Eduardo Santos político?
M. V: Me refrendó ese sentimiento patriótico que tenían los políticos de antes, siempre asociado a un partido, y en Santos ese amor fue de nacencia. Con esa gracia que se desliza en sus cartas, le escribe a su hermano Gustavo: “Me soltaron el Partido Liberal a la puerta de mi casa, como les sueltan los niños anónimos, envueltos en una cobija, a las hermanas del hospicio”. Entendí mejor por qué fue la figura más influyente en la primera mitad del siglo XX en un país mayoritariamente liberal que creía a pie juntillas lo que dijera el doctor Santos. Si bien su hermano Enrique – ‘Calibán’– fue el columnista más popular con La danza de las horas, no se caracterizó por la ecuanimidad y la prudencia. Así mismo pude constatar el dominio que tenía Eduardo Santos de la política internacional y el respeto del que gozaba entre sus homólogos en el mundo; cómo les daba literalmente carta de navegación a cancilleres y diplomáticos colombianos con una visión compleja y de largo alcance, particularmente en relación con Estados Unidos en la coyuntura de la Segunda Guerra Mundial. Aunque desde el conflicto con el Perú había demostrado sus dotes excepcionales de internacionalista y de orador para defender los derechos de Colombia ante la Sociedad de las Naciones.
CAMBIO: Como presidente, a Santos le tocó lidiar con la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, dos episodios muy relacionados con Xenofobia al rojo vivo en Colombia, el anterior libro que usted escribió. ¿Cómo ve usted a Santos con respecto a la llegada a Colombia de españoles republicanos y perseguidos por el régimen nazi, especialmente de la comunidad judía?
M. V: Sí, desde mi anterior libro dejé claro que este tema de la inmigración fue una mancha en el gobierno de Santos, al cerrarle la puerta en las narices a los judíos que huían del holocausto nazi, con un decreto que firmó tan pronto asumió la presidencia, en total acuerdo con el canciller Luis López de Mesa, reconocido antisemita. Lo contradictorio es que Santos, tan sensible a la causa republicana, hubiera acogido a numerosos intelectuales y científicos españoles, a quienes vinculó en su diario y en distintas instituciones académicas y culturales. Sin duda su estatura de humanista se resquebraja por ahí, aunque él decía, citando a José Martí, que si se equivocó en el ejercicio del poder lo hizo de buena fe. Los judíos destacados que lograron llegar en esos años le debieron el favor al profesor francés Paul Rivet, fundador del Instituto Etnológico Colombiano, cuyas peticiones al presidente Santos, su cercano amigo, están recogidas en la correspondencia. Sin embargo, se trató de casos aislados, y el mencionado decreto resultó nefasto para la comunidad hebrea en Colombia.
CAMBIO: ¿Cómo refleja Santos en sus cartas el caso de los refugiados españoles?
M. V: En relación con los trasterrados españoles, en estas cartas se agitan tensiones subterráneas porque mientras Germán Arciniegas y los Nieto Caballero luchaban por traer a prestantes figuras, López de Mesa se oponía porque podrían serían anarquistas o comunistas peligrosos; aparte de que Calibán y otros corresponsales de confianza tenían sus simpatías franquistas, lo que también influyó para que Santos no aprobara migraciones masivas, como sí lo hicieron otros países latinoamericanos.
CAMBIO: Usted ha sido una investigadora muy profunda de la historia del periodismo. ¿Cómo definiría al Eduardo Santos periodista?
M. V: Aunque había escrito sobre la historia de El Tiempo, la empresa periodística más exitosa en nuestra tradición, por esta vía epistolar conocí mejor al director que desde París o Nueva York, donde pasó gran parte de sus exilios voluntarios, era capaz de conducir el diario con admirable tino para que no se desviara de su línea editorial, lo que lo obligaba de vez en cuando a jalarle las orejas a los directores y jefes de redacción. Para mantener el músculo económico, Santos supo rodearse de los gerentes, periodistas y colaboradores más capaces y talentosos. Y en las épocas tenebrosas de los ataques incendiarios y de la censura, prefirió cerrar el diario y asumir las elevadas pérdidas antes que ceder al chantaje de la dictadura, como lo expresa en una elocuente carta recogida en la selección.
CAMBIO: ¿Cuáles fueron sus principales cualidades para ejercer el oficio?
M. V: Fue un periodista visionario, que no tragaba entero y tenía un detector de noticias falsas, como las que sembraron los gringos sobre la invasión nazi en Colombia y Panamá. Y aunque son más conocidos sus textos doctrinales sobre el periodismo al servicio de la democracia, en sus cartas insiste en ese principio innegociable de no convertir el periódico en un monopolio de medios que pudiera afectar su independencia editorial. En esta faceta ahondan Enrique Santos Molano, autor del prólogo, y Daniel Samper Pizano, el pupilo que lo acompañó en sus últimos años, cuya voz recogí en el epílogo.
CAMBIO: ¿En Estrictamente confidencial salen a relucir los placeres y las fobias de Santos?
M. V: En el último de los tres ensayos se perfila el sibarita moderado que disfrutaba de viajar –y pasaría media vida en el exterior-, sobre todo si podía hacerlo en el anonimato y en hoteles de lujo, pero también se solazaba en su casa quinta de Chapinero y en su finca de recreo Bizerta, en Zipacón, Cundinamarca. Se revela su afición al coleccionismo de libros raros y antiguos, sobre todo de historia de América; su pasión por la literatura –que lo lleva a citar de memoria a sus autores favoritos en su lengua-, su francofilia (podría decir parafraseando a Carranza: “Salvo mi corazón, todo es francés). Por otro lado, como solitario impenitente, su aversión a los clubes sociales, a las comidas y galas de compromiso, a los lagartos y a la radio, que abominaba, aunque en su gobierno se inauguró la Radiodifusora Nacional: “a semejanza de la BBC de Londres” –decía–, pero nunca encendía el Philips de su casa.
CAMBIO: ¿Encontró corresponsales mujeres en este fondo?
M. V: Muy pocas, pero eso es un signo de la época machista. Están las cartas con la poeta chilena Gabriela Mistral, en términos muy afectuosos de parte y parte, algunos cruces con la periodista Anna Kipper, directora de la agencia France Presse en Bogotá, que le remitía despachos originales sobre ciertos temas. Pero la comunicación más duradera e intensa la sostuvo con Margaret Thompson, una joven estadounidense que conoció en la UNRRA, el Comité para la Repatriación de Exiliados de la Guerra Europea, del que Santos fue vicepresidente, y que fue para el matrimonio Santos-Villegas como la hija que perdieron a muy corta edad. En todo el fondo se siente la presencia de la gaditana Isabel Pérez Ayala, hija del periodista colombiano José Manuel Pérez Sarmiento, cónsul en Cádiz por un largo periodo. Desde 1935, ‘Isabelita’ se convirtió en la fiel secretaria que lo acompañó en su oficina de El Tiempo y en la Presidencia de la República. Hasta escribía y firmaba algunas cartas a petición de su jefe. En este marco de celebración de la Feria del Libro de Bogotá, valga recordar que su papá fue el de la idea de celebrar el Día del Idioma el 23 de abril, hace un siglo.