Aureliano Buendía
Claudio Cataño y el viaje hacia Aureliano Buendía
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CAMBIO habló con Claudio Cataño, el actor que le da vida a Aureliano Buendía en la nueva serie de Netflix basada en 'Cien años de soledad', novela escrita por Gabriel García Márquez. El artista contó del proceso de interpretación: "Investigué sobre el general Uribe Uribe y también sobre el abuelo de Gabo, pero al final entendí que debía construir mi propia versión de Aureliano", aseguró.
Durante casi dos décadas frecuenté la casa del poeta Mario Rivero en el barrio La Candelaria. Lo hacía dos o tres veces por semana con cualquier pretexto: corregir las pruebas de imprenta de la revista Golpe de dados, conversar sobre la actualidad política del país y del mundo o sencillamente asistir al espectáculo de la lucidez que era escuchar al autor de Poemas urbanos, un libro fundamental para delinear mi sensibilidad literaria en mis años de formación como lector y escritor, y hablar y opinar sobre cualquier tema que atravesara las emociones humanas. Por esos días un niño corría por la casa y miraba el mundo desde sus profundos ojos azules y se inventaba historias jugando en medio de esa casona.
Aquel niño era criado por sus abuelos y era el verdadero polo a tierra afectivo del poeta Rivero, cuyo nombre de pila era Mario Cataño, y quien adoptó el apellido Rivero en honor del cantante de tangos Edmundo Rivero. Mario siempre se ilusionaba ante cualquier ocurrencia de su pequeño “Piyoyo” como lo llamaba con infinita ternura. Aquel niño, que debía luchar con los currículos convencionales de los colegios y con materias que interrumpían su verdadera formación, terminó estudiando teatro, ya adolescente, con Rubén Di Pietro.
Aquello le cambió la vida a Claudio Cataño, aquel niño que habitaba la casa como habitar el mundo mismo y que había crecido viendo cómo su abuelo, con la poesía y el arte, sostuvo con dignidad no solo aquella casa sino la familia y sus estudios. Así lo vi crecer entre las cotidianas conversaciones semanales y los asuntos del día a día.
Claudio Cataño después se convirtió en el actor, director y guionista que muchos han conocido en el medio escénico al que ha estado vinculado desde los 16 años. Aquel personaje de Manuel Guerra en A mano limpia y otros tantos en producciones como La sucursal del cielo, Bermúdez, Rosario Tijeras, Comando élite y Tiro de gracia, entre otros, permanecen en la memoria visual del país.
Esa trayectoria y su talento natural lo llevaron a enfrentar el mayor desafío de su vida: interpretar al coronel Aureliano Buendía en la serie Cien años de soledad de Netflix. Consciente de que cada lector tiene su propio Aureliano Buendía dibujado en su imaginación y de que se trata de un personaje que nos pertenece a todos, asumió el reto y, frente al pelotón de fusilamiento, cerró los ojos y recordó a sus abuelos Mario y Blanca y con los ojos llenos de lágrimas recordó aquella tarde remota en la que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Mi reencuentro con él para esta entrevista es una montaña rusa de emociones y recuerdos. Y se nos encharcan los ojos recordando versos de su abuelo, instantes que hicieron de aquella casa de la carrera segunda con calle once un pequeño Macondo. El “Piyoyo” de mi inolvidable Mario se había convertido en Aureliano Buendía, el héroe que mejor representa nuestra derrota y frustración nacional.
CAMBIO: ¿Cómo recibiste la noticia de que interpretarías a Aureliano Buendía?
Claudio Cataño: La primera vez que me llamaron para una audición de Cien años de soledad, estaba a punto de comenzar el rodaje con Paulina García de Horizonte, una película dirigida por César Augusto Acevedo, quien había ganado la Cámara de Oro en Cannes. Después me convocaron para otra audición, esta vez para el personaje de José Arcadio. Sin embargo, tengo una forma de trabajar muy particular: necesito resonar personalmente con los personajes. No puedo interpretarlos solo por oficio; debo sentir una conexión profunda con ellos. Pasó el tiempo hasta que me llamaron para la audición del personaje del coronel Aureliano Buendía. Recuerdo que lo primero que sentí al pensar en él fue la idea de la dignidad en la derrota. Es un personaje que, a lo largo de su vida, es derrotado constantemente. En ese momento, mi vida atravesaba experiencias similares: desprendimientos y pérdidas. Había perdido la casa donde crecí con mis abuelos en La Candelaria, un lugar cargado de memoria, familia y raíces. La muerte de mi abuelo fue el inicio de todo aquello que se desmoronó, y más recientemente, la partida de mi abuela Blanca profundizó ese sentido de orfandad. Sus muertes fueron mis grandes desprendimientos Ellos fueron mis padres más allá de otra cosa.
CAMBIO: Tus ojos y tu mirada son los de tu abuela...
C.C.: Totalmente. Esa conexión emocional me permitió conectar con el personaje desde la audición. Me preparé intensamente, especialmente porque no tenía una relación cercana con el acento ni la cultura costeña. Fue un trabajo arduo, pero entendí que la responsabilidad era enorme y debía abordar el papel con un rigor muy especial.
CAMBIO: Me conmueve lo que mencionas sobre la derrota. Tu abuelo siempre diferenciaba entre derrota y fracaso. Me enseñó que “el fracaso es de quien no lo intentó, pero la derrota es de quien peleó con dignidad, aunque cayó”. Su epitafio-poema que aparece en el libro Flor de pena ratifica esto: “Aquí yace Mario Rivero, / acribillado por soledad, / ---de quien siempre podría / haber sospechado--- / por la espalda. // Tras perder todas / las batallas, / ---aunque las batallas / se lucharon--- / al final, tampoco ganó / la guerra”. Ahí siento que se juntan el mundo de tu infancia y de tus abuelos con el personaje de Aureliano Buendía.
C.C.: Exacto. Esa dignidad es clave en Aureliano. Al prepararme para el personaje, volví a leer Cien años de soledad. Ya la había leído unos siete años antes, pero desde que asumí el papel, la he releído al menos 17 veces. La novela tiene innumerables capas por descubrir. Para mí, fue fundamental entender el cuerpo, la voz y los registros del personaje. Gabo describe a Aureliano como un hombre de voz estentórea, delgado, huesudo, con una gravedad solitaria que lo rodea. Trabajé minuciosamente para encarnar esas características. La voz era muy importante. Gabo es muy específico en este aspecto del personaje: la voz estentórea del coronel, que mencioné anteriormente, es una cosa que describe, pero dice además que Aureliano en un momento específico desarrolló una voz que comenzó a salir porque no siempre habló con esa voz. La mirada del coronel con esos ojos abiertos que siempre parecen que están mirando más allá de lo que son capaces de ver para encontrar algo que nadie más puede ver y que sin embargo pareciera que algo en la vida se va y vuelven a aparecer los presagios. Esta cosa solitaria que lo encierra como en una especie de círculo de gravedad, que siempre lo rodea a lo largo de su vida y que después se manifiesta a nivel físico cuando él manda con su círculo de prisa alrededor, ya en medio de su delirio de grandeza y de, también, su podredumbre como ser humano.
CAMBIO: ¿Qué te recomendaron los directores durante el rodaje?
C.C.: Llegué al set con una base muy trabajada. Mi coach personal y el coach de la serie me ayudaron durante siete meses antes del rodaje. Alex tiene una forma de trabajar diferente a la de Laura. En los primeros ensayos Laura me dio una premisa esencial: “El movimiento va por dentro; no actúes”. Esa idea resonó profundamente en mí, porque creo que una actuación poderosa no se muestra, se contiene. Esa recomendación dio a mi interpretación una inmovilidad que considero perturbadora y eficaz. El movimiento va por dentro como en la vida.
CAMBIO: ¿Cuál sientes que fue tu aporte personal al personaje?
C.C.: Mi contribución fue integral. Trabajé en la transición de las edades de Aureliano: al principio, su voz es suave, melancólica; luego, se rasga y adquiere tonos graves. También me enfoqué en lo gestual. Por ejemplo, relajé mis expresiones faciales para transmitir ligereza en la juventud del personaje. Además, adelgacé diez kilos para reflejar su figura nervuda y fibrosa. Todo esto fueron propuestas mías que los directores aceptaron. Esa verticalidad en el Aureliano que yo construí con rasgos faciales de una vida en el que las guerras y las derrotas lo van marcando también fue un aporte que pude imprimirle al personaje.
CAMBIO: Muchos lectores ven a Aureliano Buendía como una representación del abuelo de Gabo, Nicolás Ricardo Márquez Mejía. Para otros es la representación de Rafael Uribe Uribe. ¿Investigaste a ambos personajes?
C.C.: Por supuesto. Investigué sobre el general Uribe Uribe y también sobre el abuelo de Gabo, pero al final entendí que debía construir mi propia versión de Aureliano. Debía entender que estábamos hablando de personajes de la ficción y que y no podía representar el coronel Aureliano Buendía que cada lector tiene en su cabeza y su imaginario porque sería una tarea imposible. Este personaje habitó en mí de manera personal. Lo que hice fue crear mi versión propia y vincularlo con mi propia vida. Para mí, la casa de los Buendía fue como regresar a la casa de mis abuelos en La Candelaria. José Arcadio amarrado al árbol me recordó a mi abuelo, y Úrsula Iguarán fue mi abuela. Interpretar a Aureliano fue revivir mi infancia y la construcción de mi identidad. Gracias a esta interpretación he podido volver a estar en la casa de mis abuelos una vez más.
CAMBIO: Hablando de memoria y olvido, ¿cómo los reflejas en tu vida y en el personaje?
C.C.: La memoria es raíz y el olvido, una forma de sobrevivir al impacto de los recuerdos. Aureliano lucha contra la nostalgia, pero los recuerdos terminan por consumirlo. Es así como Aureliano Buendía resiste al peligro de la nostalgia, al peso devastador de los recuerdos, evitando ahondar en ellos. Finalmente, se convierte en el coronel Aureliano Buendía para transformarse en un monstruo capaz de hacer todo lo necesario. Sin embargo, detrás de esa figura temible, no es más que un hombre profundamente triste y sensible. Por eso, al final, regresa a su lugar de origen, a su casa, donde muere, encerrándose en ella mientras lucha una y otra vez por navegar ese océano de olvido que lo protege del peso de los recuerdos de su vida. Porque todos esos recuerdos, intuyo, tienen el poder de destrozarlo, herirlo, quebrarlo. Y una sensibilidad así, en un hombre marcado por la guerra, significa habitar un campo que no es de flores, como podría sugerir la literatura, sino de orín, excremento, lágrimas y gritos. Porque eso es un campo de batalla: no la gloria, sino el excremento del miedo y el horror. La literatura de Gabo explora esta tensión, y en la adaptación audiovisual, la guerra y la soledad se retratan con cruda realidad. Los pescaditos de oro que Aureliano fabrica son su refugio, una meditación para resistir el peso de la memoria.
CAMBIO: ¿Cómo ves a Aureliano dentro de la figura del héroe o antihéroe?
C.C.: Hay algo absolutamente trágico en el concepto del heroísmo. ¿Por qué trágico? Porque ser héroe es, quizás, la condición más trágica que existe. También es un acto de infinita arrogancia. Identificarse con el heroísmo, como lo hace el coronel Aureliano Buendía en algún momento, implica una profunda arrogancia, un orgullo desmedido: “Yo voy a salvarlos porque puedo, porque soy diferente”. Ese orgullo forma parte de la lectura que puede hacerse de la figura del héroe. Los primeros héroes en la vida de la mayoría de los seres humanos suelen ser figuras masculinas cercanas. En mi caso, fueron los hombres que me rodearon en mi infancia, especialmente mi padre, a quien conoces bien. Él tenía un carácter muy particular, casi mítico. Imagínate: yo, con 5 o 6 años, viendo a ese hombre enorme, imponente, siempre llegando en carros distintos, con una presencia arrolladora. Era un personaje. Pero también, el primer gran desamor y la primera gran desilusión llegan cuando uno comprende que ese padre, ese héroe, no es más que un ser humano común y corriente. Ese descubrimiento es una traición brutal. En la adolescencia, incluso, uno puede llegar a odiar al padre porque se siente traicionado. “¿Cómo así que es un ser humano normal?” Esa revelación, tan dolorosa, marca profundamente. Esa idea del héroe roto también resuena en otros aspectos de mi vida. Podría decir que Mario, con su inmensa dignidad, es otro de mis grandes héroes. Mario ha sido un referente fundamental para interpretar a Aureliano Buendía. Su humor cáustico, su reserva infinita, su contundencia, su brutalidad, esa fuerza devastadora que tenía como un león... Todo eso lo hace un héroe trágico en el mejor sentido.
Me he identificado con esas características grandilocuentes que también forman parte del heroísmo, pero sin olvidar que el héroe, en esencia, es un ser profundamente roto. Héroe y antihéroe son dos caras de la misma moneda: la humanidad intentando encontrar un propósito, una idea superior por la cual sacrificar su vida, buscando un camino y un sentido para su existencia. El camino del héroe, como lo llamamos, es en realidad el camino de todo ser humano que desea construir una vida con propósito. Es un descenso a los pozos oscuros del alma para encontrar la revelación, tal como lo explica Joseph Campbell en El héroe de las mil caras. El arquetipo del héroe es, en última instancia, el arquetipo de la humanidad misma, en su búsqueda de conocimiento y trascendencia. Por supuesto, entendemos al héroe desde una perspectiva épica, con todo lo que eso implica en su trayectoria. Y eso es precisamente lo que encuentro fascinante en el coronel Aureliano Buendía: representa el camino de todos los seres humanos, pero de una manera singular, épica y extraordinaria. Aureliano representa esa dualidad: un antihéroe profundamente roto, pero también un hombre extraordinario en su humanidad.
CAMBIO: Muchas de las primeras impresiones de muchos críticos y lectores en el mundo frente a esta adaptación coincidieron en lo impactante de tu mirada, desde la primera escena hasta el final. ¿Qué nos puedes contar sobre eso?
C.C.: Esto, necesariamente, está ligado a todo lo que guía la interpretación. Y, bueno, quién mejor que tú para iniciar este diálogo, porque sabes de qué casa estoy hablando. Esa mirada... y sí, entiendo perfectamente a qué imagen se refieren. Sé exactamente en qué momento me pusieron esa bestialidad de cámara en frente y dónde estaba mirando. Estaba mirando a mis viejos. En mi cabeza, estaba mirando algo muy personal. Antes de explicar esto, haré un paréntesis: creo que siempre debo estar mirando algo, algo profundo, algo que sea lejano, pero, al mismo tiempo, tan real y cercano para mí que me permita, al interpretar, construir un puente entre lo que se está viendo y lo que yo estoy sintiendo.
Por eso, esa mirada que describía Gabriel García Márquez, esa mirada profunda de Aureliano tiene que ver con estar viendo algo realmente significativo, algo que nace muy adentro. ¿Qué estaba viendo yo, por ejemplo, en relación con todo esto que describen? Estaba viendo la mano de mi abuela. Porque Blanca murió mientras me sostenía la mano. Estuve con ella en sus últimos cinco días, y lo que me queda de esa experiencia es saber que me amó tanto que incluso quiso regalarme su último aliento. Me lo dio para decirme, de alguna manera, que siempre me quiso mucho. Entonces, ¿qué estaba mirando? La mano de mi vieja. Eso es lo que estaba viendo. Por eso digo que necesito tener una conexión profunda con los personajes que interpreto. No puedo hacerlo de otra manera. En ese momento, mientras me enfrentaba a ese maldito teleprompter, estaba viendo la mano de mi vieja. Porque no tengo otra forma de habitar lo que hago.