
Crédito: Freepick
De Kaputt a Kínder: el nuevo parque de diversiones de los amantes de la noche en Bogotá
- Noticia relacionada:
- Entretenimiento
- Bogotá
- Música
CAMBIO habló en exclusiva con el director creativo y el director musical de Kínder, el nuevo megaclub nocturno de Bogotá situado en el corazón de Chapinero, donde se levantaba el colegio Nuestra Señora de Chiquinquirá. ¿Cuál es la propuesta de este lugar que ofrecerá entretenimiento hasta las cinco de la mañana?

A finales de julio, el colegio Nuestra Señora de Chiquinquirá, ubicado en el corazón de Chapinero, reabrirá sus puertas en clave de uno de los clubes nocturnos más ambiciosos y experimentales que haya conocido Bogotá. Cuatro mil metros renovados en su primera fase –en la que se usaron más de 200 toneladas de chatarra y material reciclado–, cinco pisos con cinco venues de música alternativa, una galería multimedia de 250 metros y un gran salón para conciertos son algunas de las locaciones de Kínder, el nuevo ‘parque de diversiones’ para los amantes de la noche en la capital.

El proyecto, según le contó a CAMBIO Felipe Rodríguez, arquitecto y director creativo, responde a la necesidad de construir para Bogotá un club nocturno a la altura de su diversidad, vitalidad y neurosis. “Los bogotanos necesitan salir a llorar y lamentar sus miserias en la noche… por eso la escena nocturna de esta ciudad es tan poderosa y profunda”, dice Rodríguez.
La adecuación del espacio, el refuerzo estructural y la insonorización han implicado una inversión que supera los 6.000 millones de pesos; más de 200 personas hacen parte del equipo que trabaja a toda marcha para abrir las puertas en el tiempo pactado y llenar su aforo de 4.500 almas, se ha convertido en el vertiginoso reto de los 20 socios que fondearon el proyecto. La mayoría de ellos son empresarios que han dedicado su vida y sus recursos a la movida nocturna de nuestra gran ciudad.
Del Ghetto al Kínder, de la pesadilla a la fiesta
Entre febrero de 2019 y octubre de 2023, en la calle 72 con Avenida Caracas, operó Ghetto Bar, el club al que le bastaron cuatro años para consolidarse como paradigma de la escena nocturna en Bogotá. Tres niveles y cuatro venues destinados a ritmos distintos: Pantera, con música afro y latina; Meridian, con música de los cincuenta y sesenta; Sector Nueve, con disco, post punk y new wave, y Kaputt, el legendario room electrónico... Todos moldearon una propuesta con la que el bar logró figurar en la lista de los clubes más importantes del mundo.
En 2022 –cuenta Rodríguez– 225.000 personas entraron al Ghetto; es decir que el club tuvo mejor aforo que el del estadio El Campín al sumar, para ese mismo año, el equivalente a las boletas de Santa Fe y Millonarios: los dos grandes equipos de la capital. Entre 13.000 y 15.000 millones de pesos en ventas fue el balance anual que registraron antes de que, en octubre de 2023, cerraran sus puertas por la construcción del Metro de Bogotá.

En realidad, el cierre de operaciones se vislumbraba desde la apertura del club, pues, aunque la empresa encargada de la construcción del metro les dijo en repetidas ocasiones que el lote no hacía parte de los predios que tendrían que demolerse para darle paso a la primera línea, la decisión administrativa cambió abruptamente y fueron notificados de su inminente demolición y desalojo. El detrimento patrimonial del cambio de planes del Distrito excede los 5.000 millones de pesos que el grupo de inversionistas detrás de Ghetto Bar invirtió en la adaptación del espacio –y que esperaba recuperar en los diez años de arriendo que pactaron con el dueño del lote–. Hasta la fecha, según Rodríguez, no han recibido ni la quinta parte de la indemnización que contempla la ley.
El revés de la pesadilla burocrática que los obligó a cerrar fue la confirmación, por más de 1.200 noches, de que los adeptos de la escena nocturna en Bogotá añoran a gritos un espacio alternativo como el que forjaron en la 72 con Caracas: la certeza de que son cientos de miles las personas que le confían a la noche el conjuro y la purga de sus miserias.
Y entonces, de los mismos creadores del Ghetto, casi dos años después de su defunción, nacerá Kínder, a menos de diez de cuadras, como la continuación de un sueño o de un trip.
Kínder, mucho más que un club
Jorge Pizarro, reconocido fotógrafo y director musical de Kínder, le dijo a CAMBIO que, así como al Ghetto le dio un ADN singular haberse erigido sobre el antiguo teatro María Luisa, Kínder abrirá sus puertas con un espíritu singular por apropiarse y transformar un colegio. “Nos encanta aprovechar estructuras que antes fueron otra cosa. En Kínder, el auditorio del colegio tendrá una nueva vida como sala de conciertos con un aforo para más de 1.500 personas”, cuenta.
Pizarro también explica que el antiguo Ghetto Square, en donde los asistentes al club que cerró sus puertas se encontraban para decidir a qué venue ir a bailar, tendrá en el nuevo sitio que abre en julio –bajo el nombre de Kínder Platz– cinco veces más de espacio y un DJ que les dará la bienvenida a los transeúntes del lugar.
Uno de los espacios del megaclub se llama Cráter que, según Pizarro, los sábados tendrá música rave, mientras que en los otros días de la semana servirá de galería multimedia a la vanguardia. “Se podrá bailar entre proyecciones de películas y obras de arte”, detalla.

Tanto el director creativo como el director musical le dijeron a CAMBIO que Kínder buscará trascender la mera fiesta y ofrecerle al público un centro multiespacial y multimedia en el que el arte, el cine, el teatro y la moda también tengan lugar. “Entendemos Kínder como un centro cultural que nunca se termina del todo”, afirmó Pizarro. En la visita que CAMBIO hizo al colegio que mutará a centro nocturno en el segundo semestre del año, pudimos constatar que más allá de los 4.000 metros cuadrados que serán renovados en la primera fase, el lote cuenta con abundante espacio para seguir expandiéndose.
Como pasó en el Ghetto en sus años de operación –dice Felipe Rodríguez–, en Kínder seguirán teniendo lugar los esfuerzos para que la noche y la fiesta sirvan de plataforma para darle visibilidad y público a las otras expresiones artísticas. Así, como ejemplo, antes de que la fiesta se apropie de sus sentidos, los asistentes tendrán acceso a obras de teatro que “de otra forma no tendrían tanta concurrencia y público, o que simplemente no se verían”.
“Más que la vivencia de una discoteca”, complementa Jorge Pizarro, “lo que queremos para Kínder es que el público se sienta como en un festival en el que no sabe a priori con todo lo que se va a encontrar”. Nicolás Saavedra, uno de los DJs más importantes de la escena local y socio del megaclub, le dijo a CAMBIO que no es casual que después de mucho tiempo de buscar, hayan decidido apropiarse de un colegio para su nueva propuesta. “Kínder será un lugar para aprender de nosotros mismos; más que un sitio de entretenimiento será un espacio de distensión, para oxigenarse y respirar... centros como Kínder son absolutamente necesarios para sociedades tan heridas como la nuestra”.
Bogotá, ¿lista para ser una ciudad que no duerme?
Para facturar los 15.000 millones de pesos que logró el Ghetto en su mejor momento, el club generó más de 150 empleos directos. Muchos de ellos de poca o mediana cualificación y que fueron el primero de la vida laboral, dos de los segmentos más complejos con respecto a la desocupación laboral de la ciudad. Bármanes, meseros, logísticos, técnicos y bouncers, entre otros, encontraron trabajo formal y estable en los cuatro años en los que el club operó.
Ahora, con Kínder, para atender un aforo de hasta 4.500 personas, el cálculo de Felipe Rodríguez es que podrían necesitar hasta 350 empleados directos –más del doble de los contratados en su primer megaclub–. Según El Observatorio Económico de Asobares, la economía nocturna aporta el 12,71 por ciento del empleo nacional y el 8,87 por ciento del PIB. Es imposible, al indagar en proyectos de la envergadura del nuevo megaclub, no preguntarse sobre la conveniencia o no de que Bogotá se convierta en una ciudad abierta las 24 horas.
En oposición al prejuicio y los estigmas que genera la prolongación de la vida nocturna, Jorge Pizarro recordó para CAMBIO que cuando la administración de la ciudad tomó la decisión de aumentar la hora de cierre de las 3 a las 5 de la mañana, los robos, las riñas y la congestión vehicular disminuyeron considerablemente. “Que la gente tenga la posibilidad de irse a la casa cuando quiera, y no todos a una misma hora impuesta por la ciudad –dice–, hace mucho más segura la vida nocturna y el final de la fiesta”. Asimismo, tanto él como su socio Rodríguez denuncian que el cierre precoz de la fiesta le da gasolina a los establecimientos ilegales, que abundan en Bogotá, y que, sin estándares de seguridad, sin pagar impuestos, sin contratar formalmente, ofrecen after parties por debajo de la mesa.
Ambos confían en que el centro cultural de la noche que procuran abrir a finales de julio también reabrirá la discusión sobre Bogotá como una metrópoli con vida nocturna de sol a sol. Los cientos de miles de empleos y el dinero que esto generaría, así como la libertad de los ciudadanos para enfiestarse o habitar la noche cómo y hasta cuándo les plazca, son, en su concepto, razones lo suficientemente poderosas para ganar el debate.
