La cultura es mucho más que un ministerio
25 Junio 2023

La cultura es mucho más que un ministerio

Músico del programna Sonidos de Esperanza que impulsan la Fundación Batrutra y el Ministerio de Cultura.

Crédito: Fundación Batuta

Casi un año después de haber comenzado el actual gobierno, la cultura sigue siendo un panorama incierto. Gonzalo Castellanos, experto en gestión cultural, ofrece este análisis del sector.

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Por Gonzalo Castellanos V. (*)
Apenas pasadas 24 horas desde su posesión en la que proclamó un gobierno comprometido como nunca antes con la sociedad del conocimiento, la cultura y con las aspiraciones de una juventud hastiada, el 8 de agosto de 2022 el gobierno de Gustavo Petro radicaba una reforma tributaria en la que se eliminaban los más importantes incentivos hacia los sectores artísticos y culturales en el país.
Una movida a todas luces insólita, pues en general la población joven es la que con mayor profundidad se nutre de la cadena de creatividad, trabajo y circulación en campos audiovisuales, escénicos, musicales o artesanales.
Algo empezaba así por no encajar, pues en ese momento existía la idea generalizada de que la cultura ahora tendría más y más aire para expresarse y participar de algo así como una reconstrucción.
Al Ministerio de Cultura llegaba un símbolo respetable, Patricia Ariza, con un grupo de gente joven, activistas sociales, y entonces no podía menos que esperarse una visión remozada que, a partir de lo construido con brío en años anteriores, trabajara con más ánimo, por ejemplo, en frentes culturales abiertos a los lejanos lugares del país, que solucionara brechas de acceso de los jóvenes a la oferta cultural, que apoyara la disminución de precios en los libros, que promoviera infraestructuras y centros culturales en todos esos sitios a los que el país había dado la espalda, que potenciara la importante red de bibliotecas públicas o que le diera a este país musical y de danza un piso sólido.
Los artistas, gestores y trabajadores de la cultura masivamente apoyaron el llamado al cambio; habían visto o habíamos visto con ilusión la posibilidad de un resurgimiento ante el sombrío gobierno de Iván Duque en materias de derechos humanos, en su negación a los compromisos con el acuerdo de paz, o su postura obtusa ante las protestas sociales que fueron reprimidas de la forma más violenta en la historia local.

Es indispensable que el Ministerio de Cultura y sus funcionarios dejen de ser la noticia para que esta sea todo cuanto acontece en la mágica vida cultural, en la creatividad en estos campos en el mapa nacional.


En años precedentes de gobiernos de derecha, en tiempos de paramilitarismo, de violencia, las expresiones de las artes y la vida cultural fueron una coraza, un campo resiliente, una propuesta enérgica de diálogo (Manifiesto cultural por la paz 2015); Colombia había llegado a ubicarse entre las cuatro mayores industrias culturales en el terreno editorial, audiovisual y una referencia mundial de resistencia a la violencia desde la cultura viva de las comunidades.
Lo que vino
Como en el Naufragio de la Medusa, cuadro de Géricault en el que náufragos aferrados a astillas piden ayuda a un barco que se aleja, empezar gobierno suprimiendo incentivos no era buen augurio.
Pese a eso algunos incentivos se salvaron gracias a la gestión intensa de voceros culturales que le mostraron al Ministerio de Hacienda, porque además de un profundo daño social, eliminarlos le daba un golpe a las finanzas nacionales que han podido comprobar, por decirlo gráficamente, que el gobierno pone un peso y la cultura (cine, artes, fiestas tradicionales, patrimonio, literatura, escenarios musicales) le devuelve tres.
Splo en los últimos momentos la ministra se montó en esta defensa e incluso agradeció públicamente a su homólogo de Hacienda, jamás al sector que asumió con empeño cuidar sus incentivos.
Ariza generó entonces una idea de desconocimiento del pasado edificado en Cultura, perdiendo de vista caminos abiertos, los aportes del sector, de la gente del sector; situación impropia en un gobierno que plantea reivindicar la memoria.

Los artistas, gestores y trabajadores de la cultura masivamente apoyaron el llamado al cambio; habían visto o habíamos visto con ilusión la posibilidad de un resurgimiento ante el sombrío gobierno de Iván Duque en materias de derechos humanos, en su negación a los compromisos con el acuerdo de paz, o su postura obtusa ante las protestas sociales que fueron reprimidas de la forma más violenta en la historia local.


Aunque durante años anteriores la vida cultural hubiera servido de contra-discurso ante la guerra, Ariza y personas de su equipo sostenían extrañamente que “ahora sí” había llegado el tiempo para que la cultura fuera paz. Ahora sí la cultura contribuiría a la reconciliación, a cerrar brechas; ahora sí sería democrática, un planteamiento vacío y, más que otra cosa, negacionista de tanta fuerza de resistencia que el sector tuvo en años precedentes, resistencia en la que ella misma participó en momentos duros.
Es la noción ideológica de la “construcción desde abajo”, suprimir el “antiguo régimen”, una concepción bella que incluso conoció el presidente Petro para tiempos pasados radicales, pero irrealizable en el concierto global actual.
A pesar del ingreso de personas con gran experiencia al ministerio o el mantenimiento de algunas otras con tal conocimiento, arribó gente nueva, autoproclamada de un partido que no existe, sin mayor conocimiento de las cadenas de valor de las artes, la música, el audiovisual o el ecosistema del libro, así que todo se dio a la tarea de cambiar nombres, comas, por ejemplo, en una débil agenda legislativa, sin comprender bien que al hacerlo estaban olvidando los puntos.
El ministerio, las polémicas, cuestiones simplemente burocráticas e interinidad se volvieron noticia cotidiana, y la cultura misma dejó de serlo. El fuerte de la agenda se centró en cambiar el nombre a ese despacho, una andanada legislativa para eso y para reemplazar rótulos de la economía naranja, una idea de Duque que en realidad nunca prosperó porque era aserrín. Esto sin desconocer instrumentos creados en ese gobierno que se mantienen en este.
En poco más de seis meses, sin logros y con exceso de anuncios, la ministra fue removida y el país de la más rica diversidad musical asistió con desconcierto a un confuso mensaje de trasplantar a Colombia un limitado sistema de orquestas como el de Venezuela.

Todo indica que el presidente no hará cambios por presión de un sector, pues si aceptara someter sus nombramientos a los pedidos de alta dosis mediática de un grupo en teoría débil políticamente, qué acontecería con otros como los de minas o salud.


La situación ministerial llevó, pues, a muchos valiosos representantes de órdenes artísticos mediante cartas, proclamas o noticias, a exigir decisiones presidenciales, un gesto de tranquilidad para que el cambio se haga realidad, para que la llamada potencia de la vida lo sea desde el magnífico lienzo social de la cultura.
Pero no hay respuestas. Todo indica que el presidente no hará cambios por presión de un sector, pues si aceptara someter sus nombramientos a los pedidos de alta dosis mediática de un grupo en teoría débil políticamente, qué acontecería con otros como los de minas o salud; sin embargo, también es posible que la cartera de Cultura como en otras ocasiones sea canjeable en el balancín de alta tensión entre el Ejecutivo y el Congreso y que, en consecuencia, de un momento a otro se diera un nuevo nombramiento. Si esto fuera así, ojalá correspondiese a uno con conocimiento y pasión de sobra para conseguir en tiempo breve lo correspondiente a cuatro años.

A pesar del ingreso de personas con gran experiencia al ministerio o el mantenimiento de algunas otras con tal conocimiento, arribó gente nueva, autoproclamada de un partido que no existe, sin mayor conocimiento de las cadenas de valor de las artes, la música, el audiovisual o el ecosistema del libro.


Es indispensable que el Ministerio de Cultura y sus funcionarios dejen de ser la noticia para que esta sea todo cuanto acontece en la mágica vida cultural, en la creatividad en estos campos en el mapa nacional.
Ojalá el ministerio pudiera concentrarse en movilizar proyectos (no es que no lo haga hoy, pero las noticias negativas suenan más), en asignar recursos de la manera más democrática posible y bajo lupas de control social; ojalá prescindiera de cosas que no aportan: por ejemplo, eso de llenar de cambios la impecable Ley de Cultura que es ejemplar en reconocimiento de derechos, para atiborrarla de retóricas; ojalá prescindiera de cambiar el nombre de esa cartera, ojalá se concentre en apoyar una sólida iniciativa de Ley de Música en este país musical.
Sería importante que en lo que resta ponga todo en el fortalecimiento de la educación artística en los colegios; en recuperar el Galeón San José para los colombianos y la humanidad; en fortalecer la nueva tasa para la preservación del patrimonio arqueológico (iniciativa formulada por el ICANH dos años atrás con otro nombre); en movilizar incentivos económicos para que la población joven pueda tener acceso a la oferta cultural (libros, cine, música, teatro); sería importante fortalecer un sistema de Cultura más descentralizado y participativo; vincularse más a los recursos y a los campos de ciencia, tecnología e innovación social.
Tanto por hacer. La cultura es mucho más que el Ministerio de Cultura, más que los funcionarios que hoy y siempre son de tránsito.

*Promotor, asesor de múltiples mecanismos y políticas culturales y sociales en Colombia y América Latina.

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