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¿Qué les rompe la cabeza y el corazón a los adolescentes en Colombia?
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Apoyados en muchas voces expertas, construimos una visión panorámica sobre las grietas y los dolores de los adolescentes en el país.

Además de su impresionante despliegue técnico, narrativo y actoral, la serie inglesa Adolescencia –el nuevo éxito de Netflix que está en boca de todos– caló con mucha fuerza en el público colombiano porque las problemáticas que enuncia y aborda tienen un correlato dramático en el país.
Según el Ministerio de Salud, el 44,7 por ciento de los niños y niñas muestran indicios de afectaciones en su salud mental. Las cifras más recientes de PISA y del Sistema Unificado de Convivencia Escolar en Colombia reflejan que el 23 por ciento de los estudiantes en el país reportaron ser víctimas de acoso escolar o bullying en sus instituciones educativas. Un reporte de UNICEF del año 2023 dio cuenta de que uno de cada cinco jóvenes en Colombia ha dejado de asistir al colegio en razón del mismo. Entre enero y agosto de 2024, según cifras de Medicina Legal, se suicidaron 183 menores de edad, un triste promedio de 15 casos mensuales. El ciberacoso, la adicción a las redes sociales y la hipersexualización son fenómenos que también siguen al alza en nuestra población adolescente.
Así, examinar las cifras sustenta la sensación general de que Colombia es un país árido y distópico para los adolescentes. CAMBIO conversó con varios expertos en adolescencia y salud mental para ir más allá de los números y presentar un panorama completo y matizado sobre las grietas y los dolores de este grupo poblacional que, en 2025, supera los 4,7 millones de personas.
La escasez de los grupos de pertenencia
Según Daniela Calderón, psicóloga clínica sistémica formada en constelaciones familiares y de amplia trayectoria como psicóloga escolar, la disminución de los grupos de pertenencia es un tema central para pensar la salud mental de los adolescentes en Colombia. “En mi caso –recuerda–, además de los grupos de amigos del colegio, hacía parte del grupo de amigos del bus, del conjunto, del barrio, además de una gran cercanía con mis primos. Ahora, con familias cada vez menos numerosas en las que tener dos hijos o más es una rareza, la situación es muy distinta y los adolescentes están, y se perciben, mucho más solos”, afirma.
De la soledad no escogida que enuncia Calderón, que en sí misma es un caldo de cultivo para vivencias de ansiedad e inseguridad, se desprende una hipervigilancia abrumadora que trasciende lo normal entre individuos para estas edades. Como los grupos de pertenencia son menores y en muchos casos se reducen al grupo de amigos del colegio –explica– , el riesgo de no encajar y dejar der ser parte se expresa con un nerviosismo muy acentuado con respecto a la mirada ajena. "La lectura que se hace en estos grupos sobre las inflexiones de la voz, la mirada o la no mirada, el lenguaje verbal, se ha vuelto mucho más minuciosa e intensa", dice.
Otro vector que complejiza esta problemática, según Calderón, tiene que ver con la atiborración de referentes que les llegan a los adolescentes a través de las redes sociales, especialmente Snapchat y TikTok –que en 2020 ya contaban con casi 2 millones de usuarios adolescentes–. “Lo que veo en mi consulta privada son chicos abrumados que tienen demasiadas categorías en su cabeza".
Sobre esto, la psicóloga analiza que si bien al final del siglo pasado ya había una gran influencia y presión de pertenencia simbólica y material en razón de las tribus urbanas –emos, candys, punks, etc..–, ahora esto se ha ramificado exponencialmente y las tendencias que se imponen mutan y se transforman a una velocidad muy abrumadora. La exigencia de actualización y vigencia para los adolescentes, que cada mes ven nacer y morir una nueva tendencia con sus mandatos estéticos y de comportamiento, es para la experta una de las grandes fuentes de ansiedad y angustia.
La adicción a las redes sociales: radicalización y aislamiento
Viviana Quintero, psicóloga experta en protección en línea, le dijo a CAMBIO que lo más grave de la adicción al celular, el internet y las redes sociales en adolescentes es que mina dramáticamente las posibilidades de socialización real (por fuera del algoritmo y el velo de las pantallas). Para la experta, los adolescentes contemporáneos empiezan a percibir el mundo del contacto físico, las conversaciones en persona y el juego análogo como una realidad paralela. Abrirse al otro por fuera de la madriguera del perfil virtual, nos dijo, es hoy un comportamiento marciano.
Este hallazgo tiene todo el sentido, explica, si entendemos que el contacto temprano con las pantallas tiene una participación directa en el desarrollo tardío del lenguaje, que por ende trunca y retarda la socialización y hace proclive la experiencia vital de aislamiento, angustia, depresión y, en los casos más agudos, ideación de muerte y suicidio.
A la amenaza del aislamiento, el creciente uso de pantallas en Colombia –un estudio de Tigo y de la Universidad de los Andes de 2023 arrojó que los niños, niñas y adolescentes activos pasan en promedio 2,2 horas al día socializando en internet y otras 2,7 horas en actividades de ocio en línea– se suman las amenazas de radicalización y pobre gestión de la frustración y el desencuentro.
Los algoritmos que deciden qué ven, qué juegan, qué leen, con qué contenidos pasan (pierden) el tiempo los adolescentes, parten de una lógica de placer y recompensa que se basa en darle al usuario, ad infinium, contenido con el que resuena. El problemático revés de esta lógica, elabora Quintero, es que además de imponer una cotidianidad cerebral y anímica hiperstimulada y al servicio de la recompensa constante e inmediata, hace que las fricciones naturales e inevitables de la vida –el desacuerdo, la desaprobación, el debate, el no me gusta– se expresen y experimenten en clave de un malestar desbordado.
“Veo que los adolescentes de hoy son como islas, cada uno absorto, de forma radical, en sus gustos, inclinaciones y creencias”, afirma Quintero.
Sobre la relación entre el suicidio y el uso del internet, la experta fue enfática en que hacer una relación monocausal es erróneo y reduccionista. Aunque la naturaleza persuasiva del internet y sus mecanismos debe ser tomada en cuenta para investigar el malestar de los adolescentes, Quintero afirma estos no se quitan la vida por algo que vieron en línea o por una idea que allí les fue sembrada. “Siempre hay múltiples causas: violencia familiar, aislamiento, desesperanza sobre el estado del mundo, acosos”, puntualiza.
Además, afirma que en muchos casos, por decisiones negligentes a la hora de difundir y comunicar ciertos temas, los adultos les transferimos temores, miedos y obsesiones a los adolescentes; que, de otra forma, no estarían ni en su cabeza ni en su cuerpo. Como ejemplo paradigmático de esta tesis se refiere al juego Ballena Azul que, gracias a padres muy preocupados por su supuesta potencialidad para inducir a las autolesiones y el suicidio, se hizo viral entre los jóvenes y causo mucha zozobra. Esto puede estar pasando –alerta– con la celebrada y comentada serie Adolescencia.
Analfabetización digital y confusión parental
“La comunicación con los adolescentes de hoy es completamente distinta a la comunicación con los adolescentes de nuestra generación y la generación de nuestros padres”, explica Dary Velasco, psicóloga clínica de Profamilia y experta en población adolescente.
La colonización de lo digital –que tuvo su Big Bang en la pandemia– y el auge de las nuevas plataformas en las que los jóvenes pasan gran cantidad de su tiempo, suponen un reto de crianza y comunicación enorme incluso para los padres –entre los treinta y cuarenta años– que se suponen familiarizados con el internet, sus vicios y sus bondades.
Velasco le dijo a CAMBIO que en muchos casos lo que ve son prácticas de crianza obsoletas que no responden al cataclismo digital de esta era. “Muchos padres vienen a mi consulta con el anhelo de que sus hijos obedezcan ciertas pautas, pero sin entender realmente qué es lo que quieren regular o prohibir ni el sistema del que sus hijos participan”.
Su diagnóstico es que la brecha de comunicación se cimienta en gran medida en la falta de interés real por parte de los padres y cuidadores para entender los medios y las maneras de comunicación de sus hijos adolescentes –con sus pares, con las figuras de autoridad, con las comunidades digitales–.
La psicoterapeuta explica que lo anterior se exacerba por la falta de claridad y constancia en las normas para regular el uso de internet y los celulares en las familias. “Lo sano sería que así como hay un tiempo para jugar, para hacer tareas, para comer, debería haber un tiempo delimitado para el uso del internet y las redes sociales... y que esto de verdad se cumpla".
En consonancia con esta afirmación de Velasco, el estudio citado anteriormente entre la Universidad de los Andes y la compañía telefónica Tigo, arroja que el 30 por ciento de los adolescentes encuestados intentaron fallidamente disminuir el uso diario del internet y el celular, el 40 por ciento afirmó haber descuidado a la familia o tenido conflictos con ellos en razón de su uso excesivo, y el 15 por ciento bajó su desempeño escolar por la adicción al aparato.
Bullying y ciberacoso, el dolor omnisciente
Para Enrique Chaux, doctor en Educación de Harvard, profesor titular de la Universidad de Los Andes y líder de investigaciones sobre acoso escolar, violencia y educación para la paz, el bullying debe entenderse como una agresión repetida y sistemática contra la misma persona en una situación que, casi siempre, implica desbalance de poder. En Colombia, dice, aunque las cifras de ciberacoso han crecido notablemente, el bullying presencial, tanto físico como verbal, sigue predominando.
Para responder sobre las características específicas del fenómeno en nuestro país, Chaux le dijo a CAMBIO que el longevo conflicto interno y la violencia sistemática que nos atraviesa explican en gran medida que los adolescentes en Colombia tengan menos niveles de empatía que los de la región. El educador afirma que en las regiones con mayor inequidad y más altos índices de violencia hay mayores y más violentos casos de acoso.
La idiosincrasia para resolver los conflictos por parte de los padres de familia, que por un lado los minimiza y normaliza bajo el estribillo de “no le pare bolas que eso no es para tanto"—, y por otro promueve el ojo por ojo – "¡pues cásquele más duro!”–, no construyen un abordaje audaz para tratar el problema.
La paradoja está en que Colombia, desde lo legislativo, gracias a la Ley de convivencia escolar de 2013, es pionera en América Latina sobre prevención y trato del acoso. Las grandes fallas del sistema, para Chaux, no pasan por la voluntad política ni por la ausencia del debate público, sino por la implementación (como casi todo). Su hallazgo es que todavía es muy precaria la capacitación de docentes para poner en marcha las estrategias pedagógicas y de protocolos, y son ellos, en contacto con los niños desde muy temprano, los que más pueden marcar la diferencia.
En cuanto al ciberacoso, para Chaux este es potencialmente más dañino que el acoso presencial. La falta de empatía, tras el velo de las pantallas, se agudiza y las ofensas escalan hasta niveles de crueldad alarmantes. La naturaleza omnisciente de las ofensas –que en el internet se perpetúan como un amargo recordatorio 24/7– diferencia del acoso físico en el que está la posibilidad de distanciarse espacialmente, lleva a una sensación de no escape que tiene graves consecuencias en el autoestima y el sistema interno de los jóvenes. La comunidad LGTBIQ+ es la que más sufre ataques en línea, aunque el académico advierte que ha visto un avance en la disminución de la violencia discursiva y material en contra de las minorías. "Cuando el acoso está destinado a la persona, simplemente por ser quien es, es cuando más graves consecuencias tiene", dice.
