‘Adolescencia’: el hermoso terror del caos
18 Marzo 2025 05:03 pm

‘Adolescencia’: el hermoso terror del caos

Juan Francisco García, periodista cultural de CAMBIO, vio, en una sola sentada, la serie 'Adolescencia' y, con lágrimas en los ojos, reflexionó sobre su potencia.

Por: Juan Francisco García

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Jamie, adolescente de trece años de una familia de clase media inglesa apuñala –hasta la muerte– a Katie, compañera de su clase. Para atender su premisa, Adolescencia, la miniserie de cuatro capítulos mantiene en sus 228 minutos de duración un plano secuencia que busca alumbrar los recovecos del crimen. Entender, pues, por qué el adolescente asesino hizo lo que hizo.

Adolescencia será premiada y quedará en el intestino y en la memoria de los espectadores, sin embargo, porque con crudeza, inteligencia y humor británico se adentra en abismos de nuestros tiempos sin caer en la tentación de resolverlos o de darles forma. O más bien: su genio y potencia radican en que su guion se vale de la sordidez, la angustia y la sordera que devienen del intento por asir esos abismos y dar con los porqués del asesinato. 

La serie indaga, como indica el canon de las tramas que implican crímenes, en el sistema del acusado: la familia clase media con su estrechez y sus miserias mínimas; la rutina perturbadora y asfixiante de un colegio público que es más bien un gran psiquiátrico; el matoneo ponzoñoso que en el ser humano alcanza su cenit en los años del despertar sexual (la edad del asesino y de su víctima); las herencias psíquicas del patriarcado; la obsesión por el sexo y la popularidad; la urgencia vital de aprobación y la ira sin contornos que le sigue al rechazo. 

Jamie y su papá, Eddie. Cortesía: Netflix
Jamie y su papá, Eddie. Cortesía: Netflix

Adolescencia puede ser leída entonces como una denuncia –letal– sobre la irreconciliable distancia semiótica de los padres y sus hijos adolescentes, cada día más alienados en sus pantallas omniscientes y emoticones. También como un ensayo sobre el caos anímico, corporal y psicológico que trae la hipersexualización y la creciente adicción al porno. O como una cruda indagación sobre ese pájaro asesino –Freud lo bautizó pulsión de muerte– que todos anidamos en el inconsciente y del que no podemos decir con certeza si está despierto, hibernando o en mejor vida. Un retrato que perdurará por generaciones sobre las inevitables fisuras de la crianza y la vergüenza mutua entre padres e hijos. 

Como las buenas obras de arte, hace muchas preguntas y da pocas respuestas. Y verla altera por completo el ánimo y el clima. Pues al final –perdón el spoiler– es muy  difícil no llorar junto al padre de Jamie, tan mundano, tan macho, tan frágil, tan arrepentido, tan asustado... tan profundamente herido por el caos de ese otro, el asesino precoz, que hace no mucho arrulló en los brazos. 

Matar o no, queda uno pensando, ser bueno o ser malo, ciudadano en regla o criminal, excede la voluntad, la crianza, el contexto. Siempre habrá quienes no puedan sino ceder ante el pájaro del que habló Freud y que se tragó vivo a Jamie. 

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