'Solo un poco aquí', una novela de animales errantes
8 Julio 2023 09:07 am

'Solo un poco aquí', una novela de animales errantes

María Ospina Pizano

Crédito: Cortesía Penguin Random House

En la novela 'Solo un poco aquí', de la escritora bogotana María Ospina Pizano, los protagonistas no son personas sino dos perras callejeras, una tángara migratoria, un puercoespín y un cucarrón. A través de estos personajes la autora cuestiona la manera como los humanos se relacionan con las otras especies que comparten este planeta.

Por: Eduardo Arias

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Los protagonistas de Solo un poco aquí, la novela que publicó este año María Ospina Pizano no son seres humanos. Son animales. Pero no son los animales humanizados propios de las fábulas, que hablan o piensan como personas. Estos personajes que no hablan ni piensan ni miran el mundo como seres humanos son muy diversos entre sí. Una tángara migratoria, un cucarrón, un puerco espín, dos perras callejeras. Son individuos que conviven de una u otra forma con las personas que habitan ciudades pero a los que casi nunca les prestamos atención.
El tema de la novela no es una ocurrencia de María Ospina Pizano sino el resultado de su pasión por la naturaleza, que ella ha conocido gracias a su condición de caminante eximia. Además durante varios años de su vida pasó temporadas largas y cortas en una finca en Boyacá, lo que le ha permitido observar con detenimiento el comportamiento de los animales.
Ella publicó en 2017 el libro de cuentos Azares del cuerpo, que ya ha sido traducido al italiano y al inglés. También escribió El rompecabezas de la memoria: literatura, cine y testimonio del comienzo del siglo XX en Colombia, un libro de no ficción en el que ella explora la memoria, el territorio y el conflicto en la cultura latinoamericana, tema en el que es especialista. Ella nació en Bogotá en 1977, estudió Historia en la Universidad de Brown y es doctora en Literatura Hispánica por la Universidad de Harvard. En la actualidad enseña en la universidad de Wesleyan, en el estado de Connecticut, Estados Unidos.
CAMBIO habló con ella acerca de la novela y de la manera como interpreta la relación entre los animales y las personas.

Ospina Pizano
¿CAMBIO: Cómo surgió la idea de escribir esta novela?
María Ospina Pizano:
Las formas en que los animales no humanos son partícipes de la historia del mundo, de dimensiones de espacio y tiempo que nos trascienden y de las que establecemos los humanos es un tema que me obsesiona hace mucho tiempo. Mi interés de más de una década por las migraciones de los pájaros, mi curiosidad por cómo cruzan el territorio, fue uno de los motores de este libro. Esta novela sobre perras, pájaros migratorios y otros animales que se desvían y cambian de lugar, sobre los viajes a los que sometemos o que hacen voluntariamente los animales, fue también un intento por pensar en lo que quiere decir perder la morada y encontrar un nuevo hogar, reflexiones que están ligadas a mi propia migración, a mis ires y venires entre Colombia y Estados Unidos a lo largo de mi vida adulta. Cuando empecé a escribir este libro acababa de perder un lugar que siempre fue el centro de mis peregrinajes, una tierra rural en el altiplano cundiboyacense donde crecí gran parte de mi vida y a la que siempre retorné a pensar y a reponerme de todo. En ese momento tuve que indagar más a fondo sobre la errancia y la naturaleza transitoria de cualquier hogar. Especular sobre cómo viven los animales el cambio de casa (tantas veces provocado por nosotros), qué podría constituir un hogar para ellos, y cómo su acto de habitar complica las nociones de la propiedad y la pertenencia, ha sido la forma más lúcida que encontré para abordar estos temas que siempre trascienden la dimensión humana. En cualquier consideración sobre el hogar humano, sobre su brevedad, está implícita la pregunta de a qué animales desplazamos y cuáles se quedan, de cuáles atestiguan nuestra errancia, es decir la pregunta política de quién es el huésped y quién el anfitrión.


CAMBIO: ¿Por qué decidió, por decirlo de alguna manera, ponerse en los zapatos de unos animales?
M. O. P.:
De hecho, tomé la decisión contraria. Mi inquietud siempre fue cómo acercarme a los animales no humanos, a sus vidas marcadas por las nuestras, sin caer en la trampa simplista de darles una voz, no porque carezcan de una (claro que la tienen, solo que su comunicación es diferente a lo que solemos entender por lenguaje) sino porque considero que hay un problema ético en asumir que sus emociones, su pensamiento, sus modos de escuchar, oler y ver el mundo se pueden traducir completamente a nuestros parámetros. No es que la existencia de los animales no se deba conceptualizar –es urgente preguntarnos por su experiencia– pero si queremos escribir la historia desde un punto de vista que abarque más que lo humano tenemos que evitar el impulso violento de proyectar significado sobre ese otro animal y equiparar sus emociones a las nuestras o catalogarlas como inferiores. Respetar su soberanía es aceptar que el animal no humano es partícipe del mundo desde otras orillas, alturas y superficies, desde unas ontologías espaciales, temporales, sónicas y visuales propias que difieren de las nuestras, aunque se crucen con ellas. Para mí esto implicaba alejarme de un legado filosófico y científico dominante en la tradición occidental que ha planteado que los animales carecen de emociones y de pensamiento complejo, o que se rehúsa a hacer esas preguntas. Y aunque la literatura ha sido por siglos un espacio central de cuestionamiento de las ideas dominantes sobre la superioridad de lo humano, también quería alejarme de una tradición que les da a los animales una función meramente simbólica. Mi desafío fue acercarme lo más posible a la comprensión del animal, abordarlo como persona no humana con una personalidad irreducible a nuestros parámetros, y a la vez reconocer los límites de este acompañamiento.


CAMBIO: Llama mucho la atención que usted se pregunta por el punto de vista de cada animal (lo que ven, lo que viven), pero lo que no sabe lo plantea como una posibilidad, no como un hecho.
M. O. P.:
Concebí a la narradora como una compañera que viaja con los animales, pero no como benefactora ni ser superior ni parásita, sino más bien como alguien que les pide un aventón para ser testigo, desde su limitado conocimiento humano, de cómo cambian de morada y cómo cruzan por un mundo que muchas sociedades humanas insisten en demarcar como su hogar exclusivo. Cuando la narradora se pregunta sobre las emociones y pensamientos que podrían tener los animales siempre da cuenta de que nunca podrá descifrarlos del todo. Me pareció que la alusión explícita a esa curiosidad sobre quiénes son, junto con el reconocimiento de su otredad, era la forma de evitar antropomorfizarlos o convertirlos en metáfora o alegoría de otra cosa. Es una forma de cuestionar también la idea de una superioridad intelectual humana que sostiene las fantasías de supremacía sobre los animales. Donna Haraway dice que una de nuestras obligaciones como gente que comparte el mundo con otros seres es tener curiosidad sobre lo que estos hacen, sienten, piensan, sobre cómo sus miradas se cruzan con las nuestras. ¿Podemos encontrarnos con los seres no humanos y rehacernos, descentrando a la vez nuestra racionalidad? Esa fue una de mis grandes inquietudes narrativas.


CAMBIO: ¿Por qué escogió estas especies? 
M.O.P.:
Después de vivir toda una vida con perros quería investigar esos vínculos de admiración y hospitalidad que creamos con ellos, pero también todo lo que les pedimos, la compañía tan asimétrica que nos rogamos mutuamente, las fantasías de control que sobre ellos proyectamos, la forma en que los manipulamos y, a veces, también, los abandonamos. Desde pequeña he admirado a los perros callejeros de Bogotá, que son tan soberanos y valientes, y llevaba tiempo queriendo reflexionar sobre su lugar como testigos de la vida pública. La lectura de El coloquio de los perros de Cervantes, en el que dos perros callejeros se encuentran una noche a cuestionar el mundo humano, me inspiró a escribir sobre la relación entre unas perras en Bogotá que no tienen aquello que solemos considerar como casa.


CAMBIO: ¿Y cuándo decidió escribirla?
M. O. P.:
Quizás el detonante más concreto de esta novela llegó hace unos 15 años cuando encontré un ave migratoria deslumbrante aturdida en el balcón del apartamento de Bogotá en el que yo estaba viviendo una temporada. Al investigar descubrí que venía desde el noreste de Estados Unidos, que es de donde yo también había llegado. Esa visita tan extraña de un ave que prefiere los árboles despertó en mí una enorme curiosidad por los viajes hemisféricos de algunos pájaros. Desde ahí no he parado de investigar sobre ellos y de buscarlos en los bosques de aquí y de allá. Finalmente logré ponerme a narrar sobre su heroísmo de cielo y altura. También quise hablar de viajes de animales que a la gente urbana le parecen más ajenos porque no pueden reducirse a la categoría de “animales de compañía”. En los últimos años he pasado mucho tiempo en unos bosques de niebla en Boyacá donde habitan, entre tantos otros, puercoespines que están casi extintos en el resto de Colombia porque este es un país que ha talado la mayoría de sus bosques de niebla. El puercoespín de esta novela está inspirado en una historia que atestigüé de cerca cuando escribía sobre los demás animales, y que me hizo reflexionar sobre el cuidado entre especies y la tensión entre la domesticación y la vida en el bosque.

Solo un poco aquí
CAMBIO: También llama la atención el capítulo dedicado a un cucarrón, que es un animal minúsculo que ni siquiera es vertebrado.
M. O. P.:
Los cucarrones, que son más enigmáticos para nosotros que otros animales pues son menos afines a nuestros afanes de domesticación y a nuestra comprensión sensorial del mundo, me interesaban porque sus desplazamientos están ligados al mundo subterráneo. Estos escarabajos voladores marcaron mi infancia en Bogotá y luego, justo cuando escribía este libro, me topé en el bosque de niebla que ahora frecuento con un mundo transformado por su llegada masiva. En el suelo se localiza una historia mineral que guarda y exhala la tierra, que es también la historia de nuestros cuerpos, de las ideas que forjamos sobre el hogar y de aquello que trasciende lo humano. El accidentado viaje de una cucarrona me permitía, entre otras cosas, dar cuenta de los numerosos roces entre diferentes criaturas en movimiento por aire y tierra. En la novela aparecen muchas otras especies, incluidos animales del bosque que la gente captura, tortura y extermina en Colombia. Este libro también es sobre ellos.


CAMBIO: Es evidente que usted investigó mucho para escribir la novela. Háblenos un poco de ese proceso.
M. O. P.:
No habría podido escribir este libro sin el aprendizaje de décadas de caminar por muchos bosques y montañas, de convivir con perros y aprender a escuchar y observar pájaros y follajes. Esa experiencia vital que he tenido desde pequeña gracias a mi madre y a mi abuela ha sido mi investigación más profunda.


CAMBIO: Pero su conocimiento parece ir más allá de la simple observación de un caminante.
M. O. P.:
Sí. Fuera de mis travesías a pie por caminos rurales, durante años leí artículos científicos, reportajes diversos sobre animales, escritos de filosofía, antropología, historia medioambiental y teoría sobre el lugar que ocupan los seres no humanos en nuestras sociedades. Investigué también sobre modos indígenas y populares de concebir los animales en Colombia y en Suramérica. Examiné varias gramáticas de la lengua chibcha (siglo XVI), diccionarios que fueron centrales para el proyecto evangelizador del imperio español en el altiplano cundiboyacense, que es a donde llegan o de donde salen varios animales de la novela, porque allí hay otros modos de concebir el movimiento y las relaciones con los animales que me interesaban. Como este es un libro sobre modos de representar las travesías de los animales fue importante para mí investigar sobre tecnologías de rastreo y medición de flora y fauna, que en algunos casos están ligadas a las tecnologías de la guerra y que recientemente se han hecho más sofisticados y accesibles al público. También están las lecturas literarias, que fueron abundantes, pero que no quisiera reducir a una lista breve.

"Y aunque la literatura ha sido por siglos un espacio central de cuestionamiento de las ideas dominantes sobre la superioridad de lo humano, también quería alejarme de una tradición que les da a los animales una función meramente simbólica. Mi desafío fue acercarme lo más posible a la comprensión del animal, abordarlo como persona no humana con una personalidad irreducible a nuestros parámetros, y a la vez reconocer los límites de este acompañamiento".


CAMBIO: Al leer el libro queda la sensación de que el hombre ha perturbado en grado sumo el “orden natural”, pero también que esos daños que causa el Homo sapiens como especie, o la Humanidad, también afectan a los individuos que acompañan a estos animales o interactúan con ellos.
M. O. P.:
Para mí era crucial descentrar lo humano y complicar la fantasía antropocéntrica de que otros seres vivos, localizados en un supuesto orden distinto, son irrelevantes o inferiores o deben estar siempre catalogados bajo lógicas humanas. Lo hice poniendo en el centro de la ficción a unos personajes animales que se resisten a ser humanizados, pero que están situados históricamente, como siempre lo están las criaturas no humanas. En este sentido, me interesaba explorar las relaciones entre especies, en particular las maneras en que los animales hacen reclamos a los humanos y sus tecnologías, y viceversa, aunque estos reclamos nunca sean simétricos. Para mí nuestro devenir tiene que dar cuenta de otros seres y de cómo nos configuramos mutuamente. ¿Cómo se puede contar la historia de Colombia, donde se talan bosques por todas partes para meter vacas, se fumigan químicos letales desde avionetas y se libran guerras, sin preguntarnos sobre cómo viven esto los seres no humanos?¿Cómo es testigo un animal de conflictos y deseos humanos que lo acallan o lo exilan? ¿Qué nos revela su acto testimonial? Creo que es urgente que la literatura y la historia aborden estas preguntas difíciles. Concuerdo con Haraway y muchas otras personas que por siglos han insistido en que, para hablar del trabajo, del afecto, del juego, de la vida comunitaria, de la política, de las relaciones de género, de la vida espiritual, debemos tener un enfoque multiespecies. Las comunidades que tejemos están determinadas por esos cruces, como nos lo recuerdan muchas tradiciones indígenas. ¿Cómo tenemos en cuenta o ignoramos a otros seres? ¿Qué les debemos? ¿Cómo reconocerlos como actores y acompañantes puede ampliar las formas de la política? Mi novela es un intento por comenzar a reflexionar sobre todo esto, lejos de una tradición que insiste en la superioridad del orden humano y su racionalidad.

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