“Somos naturaleza pero también su mayor amenaza”: Santiago Beruete
14 Abril 2024

“Somos naturaleza pero también su mayor amenaza”: Santiago Beruete

Santiago Beruete.

Sus libros llevan títulos como 'Verdolatría', 'Jardinosofía' y 'Aprendívoros'. Es doctor en filosofía y se ha dedicado a estudiar los jardines. Santiago Beruete es unos de los invitados de España a la Feria del Libro de Bogotá.

Por: Eduardo Arias

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Uno de los invitados internacionales a la Feria del Libro de Bogotá es un autor muy particular. Es Santiago Beruete, quien nació en Pamplona, España, en 1961. Vive en la isla de Ibiza donde enseña filosofía, psicología y sociología. Licenciado en Antropología Social y Cultural y doctor en Filosofía, desde 2006 busca los hilos que conectan la teoría de la utopía con los estilos en jardinería, y a analizar cómo desde la Antigüedad los jardines han representado los ideales de la felicidad y la buena vida. Es autor de varios libros de poesía y de relatos, de las novelas Líneas negras sobre fondos blancos y Para no morir, y de los ensayos Libro del ajedrez amoroso, Verdolatría. Jardinosofia y Aprendívoros.

Durante su estadía en Colombia tendrá una agenda muy agitada. Antes de su participación en la FILBo irá a Pereira para participar en el Festival del Libro y la Biodiversidad Cafetera, donde ofrecerá una charla que tituló No hay cultura sin natura. Además, durante la Feria participará en distintos encuentros. El domingo 28 conversara a las 11 de la mañana con Carolina Sanín en el Centro de Eventos del Jardín Botánico de Bogotá. La charla se titula El jardín, un cuerpo por recorrer. Ese mismo día, a las cuatro de la tarde, dialogará con su amigo Pablo d’Ors sobre la dimensión espiritual de la naturaleza. El lunes 29 conversará con Marina Matija e Ignacio Priedrahíta en la charla titulada Escribir la naturaleza para sentirnos humanos. Por último, el martes 30 conversara en la librería Hojas de Parra con Santiago Espinosa y Adrián Martínez sobre su libro Aprendívoros. El domingo 28 y lunes 29 y firmará libros. “Se trata de un momento especialmente significativo porque me brinda la oportunidad de conocer a los lectores de mis obras y hablar con ellos de tú a tú”. CAMBIO habló con Santiago Beruete acerca de sus libros y de su relación con los jardines, la filosofía y también de los posibles escenarios que le esperan a una humanidad que no ha aprendido a convivir de manera adecuada con la naturaleza.
 

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CAMBIO; ¿Cuáles relaciones ha encontrado usted entre la filosofía y la botánica?
Santiago Beruete:
La filosofía nunca se ha alejado mucho del jardín. Su historia está íntimamente unida desde sus orígenes a esos espacios verdes. Tendemos a pasar por alto que la Academia platónica y el Liceo aristotélico eran unos parques, por no mencionar El Jardín de Epicuro, el gimnasio de Cinosarges, donde enseñó Antístenes, o la escuela pitagórica. Resulta evidente que el jardín no sólo ha representado a lo largo de la historia un marco privilegiado para la práctica de la filosofía sino también un vehículo de transmisión de pensamientos y saberes. Y en este sentido es también un documento de la singularidad de una cultura y un lugar, si bien desde Walter Benjamin sabemos que todo documento de civilización lo es también de barbarie.


CAMBIO: ¿Ha encontrado usted alguna relación entre la naturaleza misma de las plantas y la filosofía?
S. B.:
Las plantas son seres autótrofos, es decir, producen endógenamente su propio alimento mediante la fotosíntesis. En este sentido se puede decir que materializan el antiguo ideal de la filosofía clásica de la autosuficiencia. Vistos desde esta perspectiva, representan la viva imagen del sabio, al que Platón describió en su República como “aquel que se basta a sí mismo para ser feliz”. No sólo su autarquía sino también su impasibilidad o imperturbabilidad hacen del árbol un maestro de vida. Tanto es así, que el lema estoico “aguante y paciencia” parece presidir su modus vivendi. Puesto que no puede huir de los depredadores o ponerse a buen recaudo de las inclemencias atmosféricas, ha aprendido a adaptarse para sobrevivir. Si “sólo es filósofo el que vive de forma filosófica”, como afirma Erasmo de Rotterdam en sus Adagios, nadie merece más ese atributo que el árbol.

Aprendívoros
 

CAMBIO: Tres de sus libros tienen títulos muy llamativos: Jardinosofía, Aprendívoros y Verdolatría. ¿A qué obedecen?
S. B.:
Estos neologismos, que dan título a mis libros, delimitan un nuevo campo semántico, al que pertenecen términos como biomimetismo, ecópolis, tecnohumanismo o permaeducación. Tales conceptos encierran, a mi entender, la simiente de un futuro deseable. Necesitamos acuñar nuevos conceptos para pensar una realidad que cambia a un ritmo vertiginoso y navegar la complejidad del mundo contemporáneo. Por lo demás, las obras que componen este ciclo filosófico literario eluden las etiquetas y saltan las barreras entre géneros al servicio de una escritura más poliédrica y rica en matices. Son fruto de la polinización cruzada entre literatura, filosofía, cultura jardinería, educación y espiritualidad, lo que justifica asimismo el empleo de neologismos como títulos. La idea del jardín como una metáfora visual de la buena vida y un símbolo de una mente cultivada preside el ciclo filosófico literario que inicié con Jardinosofía, y proseguí con Verdolatría y Aprendívoros. Estas obras, a las que más recientemente se le ha unido la narración Un trozo de tierra, son fruto de la polinización cruzada entre literatura, jardinería, filosofía, educación y espiritualidad. Este proyecto se cerrará con un quinto título que, actualmente, se halla en prensa.

CAMBIO: Usted es muy reconocido por su afinidad con los jardines. ¿Por qué los considera tan importantes?
S. B.:
Porque la experiencia del jardín ofrece un lenguaje universal, unos símbolos comunes y una narrativa compartida por todos los terrícolas que habitan el jardín planetario, sin importar su lugar de procedencia, estatus, ideología o credo. Y por si todo esto no fuera suficiente, el verbo ajardinar trasmite tanto un ideal de vida como un proyecto de sociedad, presididos por el cuidado y la belleza. El jardín está asociado en la mente de las personas a vivencias como reposo, intimidad, recogimiento y sosiego, entre otros elementos imprescindibles en la receta, sea cual sea esta, del bienestar y el bienser. Sea cual sea esa receta, hay una corriente subterránea, un vínculo secreto que une la felicidad con los huertos y jardines desde los inicios de la civilización. Véanse muchos de nuestros mitos fundacionales: el Paraíso Terrenal, el jardín del Edén, los Campos Elíseos, el Jardín de las delicias... Desde el más suntuoso parque histórico al más humilde huerto doméstico de un suburbio cualquiera, todos los jardines representan esbozos del paraíso terrenal, y este es el arquetipo de todas las utopías concebidas por la humanidad a lo largo de los siglos. Entre las dos sílabas de la palabra jardín cabe la inmensidad de los sueños humanos.


CAMBIO: Usted relaciona al jardín con la buena vida. ¿Cómo se manifiesta esa relación?
S. B.:
Los hábitos que ejercita la jardinería: paciencia, tesón, confianza, esmero, humildad… resultan imprescindibles para disfrutar de una buena vida. Hay muchas respuestas a la pregunta de cómo vivir de la mejor manera posible, pero todas ellas insisten en cultivar el carácter. Estamos llamados a ejercer de jardineros, siquiera sea en un sentido figurado o metafórico, y aplicarnos a preparar el terreno de la conciencia con el propósito de que florezca nuestra vida. La jardinería, entendida menos como una técnica de plantación que como el oficio de vivir conforme a la naturaleza, constituye una práctica filosófica. Los jardines y los huertos nos permiten imaginar un futuro diferente del que parecemos condenados por la entropía climática y la celeridad tecnológica. No olvidemos que mucho antes de que se hablase de ecología y Ernst Haeckel acuñara en 1866 ese término, los jardineros ya asumían el compromiso de cuidar de la tierra, apreciaban la belleza vegetal y se esforzaban por entender el comportamiento de las plantas. No parece exagerado afirmar que los jardineros fueron ecologistas avant la lettre, antes de que existiera el nombre.

Verdelatría

CAMBIO: ¿La idea del jardín cuidado no es un poco contraria al de la naturaleza silvestre o, por el contrario, se complementan?
S. B.:
Si el bosque es la patria originaria del primate humano, pues según la teoría de la evolución nuestros ancestros eran monos arborícolas, el jardín representa el mito fundacional de las civilizaciones agrarias. Así como nuestra arquitectura ósea y nuestro primitivo cerebro se modelaron en contacto con los árboles, el cultivo sembró de metáforas y símbolos nuestro imaginario colectivo. Maravillarse ante la belleza de la naturaleza representa una versión secular de la iluminación espiritual. El asombro reverencial que nos causa un bosque primario o un jardín logrado despierta un júbilo al que solo cabe calificar de religioso. No sólo porque nos religa con todo lo viviente y nos persuade de formar parte de algo más grande que uno mismo, sino también porque dilata nuestro corazón y ensancha nuestra mente para que podamos aceptar lo que escapa a nuestra comprensión.


CAMBIO: Desde su punto de vista, ¿cómo ve usted la relación que ha establecido la Humanidad con la naturaleza y, en particular, con el reino vegetal?
S. B.:
Con el neologismo verdolatría, que podría traducirse como veneración o adoración por lo verde, intento describir nuestra ambivalente y contradictoria relación con el mundo natural. Lo que hacemos a la Tierra nos lo hacemos a nosotros mismos, porque somos naturaleza pero también su mayor amenaza. A las sociedades supuestamente avanzadas les fascina “lo verde”, si bien participan activamente en su destrucción. Sabemos en nuestro interior que no somos los dueños del planeta, pero continuamos consumiendo más recursos de los que debiéramos y comportándonos con imprudente temeridad. Asumimos que el crecimiento económico no puede ser ilimitado, pero nos resistimos a vivir por debajo de nuestras posibilidades. Progreso es un concepto vacío de significado si se profana la naturaleza en su nombre. Una civilización es tanto más avanzada cuanto menos degrada la biosfera.


CAMBIO: ¿Cree posible que surja una verdadera verdolatría, no tan ambigua como la actual?
S. B.:
Cuanto mayor sea la huella ecológica y la concentración de carbono en la atmósfera, cuanto más superpoblado esté el planeta y mayor sea la concentración urbana, más grande será el anhelo de retornar a la tierra y mayor también la veneración por la naturaleza. De ahí que, sin temor a equivocarnos, podamos afirmar que la edad de oro de los jardines está todavía por llegar. La verdolatría no ha hecho más que empezar. Siempre habrá muchos y buenos motivos para sentirse desmoralizado por la marcha del mundo, pero la fascinación por la naturaleza nos vacuna contra la desesperanza, previene contra la arrogancia de sentirnos superiores y nos ayuda a mantener la fe en el futuro y en que no todo está perdido.

jardinosofía

CAMBIO: En estos tiempos se habla mucho de un planeta en peligro y de la necesidad de establecer una relación más armónica con la naturaleza ¿Esos mensajes plantean soluciones que usted considera suficientes y
enfoques correctos?
S. B.:
La marcha triunfal de la tecnociencia nos ha conducido a una encrucijada histórica: colapso climático o cultura biocéntrica, de la que sólo saldremos mediante una transformación del sistema de creencias vigente. La transición hacia una sociedad descarbonizada, además de energética y digital, debe ser también espiritual o, si se prefiere, ética. Nos engañamos pensando que la tecnología es la respuesta a una pregunta eminentemente filosófica: cómo vivir de la mejor manera posible. Si no incorporamos a nuestro código de conducta los valores de la moderación, la prudencia el espíritu crítico y la suficiencia racional, que identifican a los amantes de la sabiduría, no podremos avanzar hacia una sociedad más justa, y no sólo climáticamente hablando. No hay mayor innovación que un cambio de mentalidad. Cada vez resulta más difícil imaginar el futuro sin visualizar escenarios de pesadilla. La distopía ha colonizado nuestro imaginario colectivo y ha raptado la esperanza.
 

CAMBIO; ¿Qué se puede hacer desde el arte y las humanidades?
S. B.:
Ahora que las fantasías más desbocadas son alentadas por tecnólogos y científico (IA, Chat GPT, ingeniería genética...) la labor de los escritores y los pensadores tal vez consista en volver la mirada a la naturaleza en busca de un principio de realidad y esperanza, y mantener viva la fe en el mañana. La creencia de que la Tierra y la gente están unidas por un vínculo indisoluble y sagrado forma parte esencial de muchas de las culturas nativas, que aún sobreviven a todo lo largo y ancho del planeta. La sabiduría ancestral indígena entendía algo que nosotros parecemos haber olvidado: no estamos solos. Hemos roto los lazos emocionales que nos unían a las plantas y los animales, y nos hemos condenado a una soledad más profunda que estar solos: la pérdida de la capacidad de amar lo vivo.

 
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