
Crédito: Redes sociales.
El asesinato de Sara Millerey: la exclusión como adoctrinamiento
A propósito del atroz crimen en Bello, Antioquia, las columnistas invitadas Lina y Carolina Flórez García señalan a la sociedad que castiga la diferencia, que normaliza la exclusión y que se escuda en el conservadurismo para justificar lo inhumano.

La tragedia de Sara Millerey, mujer trans en Antioquia, nos atormenta y aterra. Verla abandonada, completamente frágil, con los brazos quebrados, en aguas putrefactas y voraces, reflejan la degradación humana. Es un mal macabro y mucho más profundo: el de una sociedad ultraconservadora, antiderechos y moralmente enferma, que se arraiga a la exclusión como forma de orden.
Estas sociedades se construyen sobre una ilusión o un delirio: la de una verdad única, pura e incuestionable. Se creen defensoras de la moral, cuando en realidad son fábricas de penitencia, exclusión y sufrimiento. Operan con un pensamiento rígido, tradicionalista y jerárquico que clasifica a las personas entre “dignas” e “indeseables”. En esa clasificación, las personas trans, las mujeres libres, los pobres, las personas con limitaciones físicas, las disidencias sexuales y quienes piensan diferente, son tratados como errores del sistema, de la naturaleza o amenazas al orden establecido.
La crueldad más peligrosa es la que se normaliza: a veces toma forma de indiferencia. La exclusión de las personas con discapacidad, por ejemplo, no es solo física o legal: es social, simbólica y estructural. En una cultura donde solo se celebra la productividad, la velocidad y la perfección del cuerpo, y quienes no encajan en ese ideal son maltratados, apartados, ignorados o convertidos en objetos de lástima.
El conservadurismo radical no solo legisla con el Código Penal o con la Biblia: legisla con el miedo, la vergüenza, la indiferencia y la hipocresía. Su “superioridad” moral es una máscara que oculta el desprecio más crudo por la vida ajena y la diferencia. Se alza en nombre de Dios o de la patria, pero su devoción no es a Dios, sino al dominio y al estatus.
Este no es solo un problema ideológico: es una estructura de poder que perpetúa la violencia simbólica, institucional y física. Y su verdadero pecado es justificar lo injustificable... La muerte de Sara no fue solo tolerada: fue prevista, naturalizada e incluso silenciada por una horrible cultura que niega sistemáticamente el derecho a existir fuera de sus moldes.
Una sociedad así no está bien. Está rota. Enferma de miedo, de odio, de arrogancia. Y si no es capaz de mirarse al espejo y asumirlo, seguirá condenando al abismo a quienes no se arrodillen ante su idea de “normalidad”.
La verdadera salud moral no es la pureza, sino la capacidad de convivir con la diferencia sin necesitar aniquilarla.
*Lina y Carolina Flórez García son columnistas invitadas de CAMBIO
