Enrique Santos Calderón
25 Junio 2023

Enrique Santos Calderón

COMO ESTÁN LAS COSAS...

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Aún no he logrado descifrar qué quiso decir el presidente Petro en su conferencia magistral hace una semana en Alemania, cuando soltó que la caída del muro de Berlín había significado la “destrucción del movimiento obrero a escala mundial” y un “debilitamiento formidable de unos valores de izquierda”.
 
   Desconcertante en un mandatario que se presume ducho en estos temas. Tal vez quiso decir lo contrario, que sería más correcto, pero imagino en todo caso el asombro de su audiencia. La caída del muro en 1989 fue la desaparición de un odiado símbolo de opresión para el pueblo alemán y el comienzo del fin de la dominación soviética en una Europa Oriental que ya se había rebelado contra las dictaduras “proletarias” propagadas por Stalin desde Moscú tras la Segunda Guerra Mundial.
 
Y, a diferencia de lo que afirma Petro, fue precisamente un movimiento obrero el que inició la rebelión. En los astilleros del puerto polaco de Gdansk nació en 1980 el sindicato Solidaridad, liderado por el electricista Lech Walesa, punta de lanza de un formidable movimiento de masas que terminó remplazando al régimen comunista de su país y contagiando de fervor democrático a toda una región sometida a la órbita soviética, cuyos gobiernos fueron cayendo uno tras otro hasta conducir, en 1991, a la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).  
 
Estuve en Berlín poco después de la caída del muro y era indescriptible la euforia libertaria que se respiraba. Alentada, además, por la izquierda democrática del mundo entero, lo que vuelve aún más incomprensible la afirmación del presidente Petro. Otra cosa es que años después, cuando ya hubo elecciones libres, en muchos de esos países —en la misma Polonia— la gente haya elegido gobiernos de derecha, o que el propio Lech Walesa haya virado hacia allá. Gajes de la democracia, pero no culpa de la caída del muro.
 
También sorprende que, refiriéndose a la exportación de carbón colombiano a Alemania, el presidente hubiera dicho que ese país “le compra a Colombia por desesperación un veneno” y que “ustedes, para no sufrir del frío invernal, prefieren envenenarse y envenenar el medio ambiente”. Algo que debió de parecer ofensivo, como bien observó el matemático José Fernando Isaza al recordar que las normas de cortesía indican que un invitado no debe hacer comentarios desobligantes hacia sus anfitriones.
 
Luego, en su paso por Francia, donde fue recibido con brazos abiertos por Macron, Petro volvió sobre el tema de la crisis climática y lanzó la sombría advertencia de que la economía de mercado y el capitalismo llevarán a la extinción de la humanidad.  Está bien que insista en asumir una vocería internacional sobre el apremiante problema del calentamiento global, y su propuesta de una Plan Marshal para combatirlo es sin duda interesante. Pero no sobraría que evitara la retórica apocalíptica y que sus asesores revisaran bien el contenido de sus intervenciones, a fin de evitar pifias como la de la conferencia en Berlín.
                                                                                                                 
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Este presidente ya acumula más salidas al exterior que Santos y Duque en el mismo periodo, y pronto irá a la lejana Kenia a una reunión de la Unión Africana. Viaje innecesario y estrambótico para la gente no entiende que salir del país es siempre un bienvenido escapismo para mandatarios agobiados por problemas domésticos. Estas pausas les permiten oxigenarse y cambiar unos días de escenario. Sus antecesores no fueron propiamente gobernantes estacionarios.  
 
Se entendería que Petro quisiera pasar más tiempo por fuera, dado el deterioro de la situación interna y de su gobierno. Reformas estancadas, caída sostenida en las encuestas y una marcha de la oposición que triplicó la gobiernista del 7 de junio son indicios más que suficientes. Para no hablar de los episodios Sarabia y Benedetti que han dejado tan mal sabor.
 
El día de la marcha en su favor, Petro pidió a sus seguidores que no lo dejaran solo y los llamó a movilizarse más. Pero después de la marcha opositora del martes uno pensaría que también está perdiendo la calle. El Pacto Histórico está seriamente emproblemado y no deja de ser significativo, cuando no paradójico, que el primer gobierno de izquierda en la reciente historia de Colombia esté haciendo agua antes de cumplir un año.
 
Como Lenin en 1917, Petro debe de estar preguntándose: ¿qué hacer?  ¿Cómo rearmar una mayoría? ¿Concertar o radicalizar? ¿Buscar consensos y abandonar soberbias? Una actitud positiva sería escuchar más a la gente, asimilar sin hostilidad la crítica y prestarles más atención a preocupaciones como las expresadas por los gobernadores departamentales sobre el incremento de la inseguridad en todo el país. Como va, el Gobierno continuará en picada. Con el riesgo adicional de que sea la oposición la que pronto le arme mayoría en el Congreso. 
 
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Más claro no canta el gallo: “el aumento de los narcocultivos en Colombia es una amenaza para el mundo”. Esta advertencia es la distancia más tajante que ha colocado Washington frente al gobierno Petro y su política antidroga, que considera ineficaz.  Habrá que ver qué proponen fuera de fumigación y erradicación forzosa, que tampoco han funcionado. Aquí sí cabría algún “Plan Marshall” que financiara alternativas realistas para los campesinos cocaleros.  
 
  Los congresistas trumpistas prefieren sin embargo el garrote a la zanahoria y han planteado “diferir” la ayuda económica a Colombia para castigar a su gobierno. De prosperar dicha iniciativa las relaciones bilaterales sufrirían un trauma y sería inconcebible que Biden no pudiera impedir semejante desenlace con su mejor aliado. Pero como están las cosas…
 

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