"Quise dar cuenta de la escritura vegetal, uno de los aspectos más apasionantes de ‘La vorágine’": Efrén Giraldo.
28 Abril 2024 03:04 am

"Quise dar cuenta de la escritura vegetal, uno de los aspectos más apasionantes de ‘La vorágine’": Efrén Giraldo.

Efrén Giraldo.

‘Caminos del moriche’, de Efrén Giraldo, mira y analiza la novela ‘La vorágine’, de José Eustasio Rivera, desde el punto de vista de las plantas y su protagonismo en la obra.

Por: Eduardo Arias

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El centenario de la publicación de La vorágine ha despertado un gran interés en esta novela de José Eustaquio Rivera entre lectores, críticos y editores. Uno de los varios libros que se publicaron y se han presentado en la Feria Internacional del Libro de Bogotá es Caminos del moriche - Cuaderno vegetal de La vorágine (editorial Laguna Libros), de Efrén Giraldo. Se trata de un diario de lectura que da cuenta de cómo el autor se sumerge en el universo vegetal de la novela. Como si fuera un expedicionario, relata su travesía por las páginas de La vorágine que se sumerge en la selva y da cuenta de sus hallazgos y reflexiones. 

Efrén Giraldo nació en Medellín en 1975, ciudad donde vive y trabaja. Es escritor, crítico, investigador, curador y profesor universitario. Obtuvo el Premio Autores Antioqueños en 2009, el Premio Nacional de Literatura Universidad de Antioquia, Modalidad Ensayo, en 2012, el Premio Nacional de Curaduría Histórica del Instituto Distrital de las Artes en 2013 y el Premio Latinoamericano Independiente de No Ficción en 2022.distinguido de la Universidad Eafit, institución en la que fue Jefe de Humanidades y director de la revista Co-herencia. Textos suyos han aparecido en publicaciones periodísticas, académicas y culturales de Colombia, España, Estados Unidos y América Latina. Su libro Sumario de plantas oficiosas. Un ensayo sobre la memoria de la flora lo publicaron a lo largo de 2023 seis editoriales de América Latina. Entre 2005 y este año ha publicado una veintena de libros. Textos críticos y literarios suyos han aparecido en publicaciones periódicas de América Latina. CAMBIO habló con él acerca Caminos de moriche y de sus impresiones alrededor de La vorágine.


CAMBIO: ¿Por qué decidió escribir este ensayo tan exhaustivo sobre la selva y el reino vegetal en La vorágine?
Efrén Giraldo:
Como ocurre muchas veces con la crítica y el ensayo, quise tratar de entender la obra de Rivera y, a la vez, entenderme a mí mismo como lector y relector, pero sobre todo como aficionado a las plantas reales y las plantas de ficción, que es el tema que más me interesa ahora. Ese fondo doble me parece crucial. Así que llevar una suerte de diario de lectura me pareció la oportunidad ideal para escribir la lectura de una obra donde las plantas tienen una importancia única. Por haber sido tan poco leída desde esa perspectiva, la de los agentes no humanos, La vorágine ofrece una posibilidad inmejorable para considerar nuestro destino humano desde la alteridad. Estas alteridades, con las que los humanos tienen un profundo antagonismo, se resuelve una vez se acepta que el camino futuro colectivo es vegetal y las plantas y árboles se convierten en compañeras de viaje y modelos existenciales. Busqué todas las referencias vegetales, pero también quise ir más allá y encontrar pruebas de pensamiento y comunicación en las plantas. Sobre todo quise dar cuenta de la escritura vegetal, uno de los aspectos más apasionantes de la novela.


CAMBIO: ¿Usted considera que 'La vorágine' ha sido históricamente mal leída o interpretada?
E. G.:
En cierto sentido, me interesa la idea de la “mala lectura”, una expresión que no debe tomarse por un prejuicio, sino como una suerte de condición de la tradición literaria. No es que leamos mal, ya que la lectura perfecta no existe. Se trata de que nuestra lectura está siempre determinada por nuestras circunstancias: resulta incompleta, parcial, discontinua. Yo mismo, mientras leía y hacía anotaciones sobre las plantas en la novela de Rivera, recordé muchas veces a mi yo lector del pasado, pues la primera vez que leí la novela fue en el colegio y luego cuando empecé a estudiar literatura en la universidad. Lo que resulta muy interesante de considerar ahora, en esta mi tercera o cuarta lectura, es que la interpretación que podemos hacer de La vorágine hoy es bastante diferente porque nuestras preocupaciones son muy particulares. Creo que los aspectos ambientales, la pregunta por la frontera humana, la historia de la deuda o la cuestión extractiva asoman con un poder muy especial en la novela. Es como si Rivera hubiera tenido la agudeza para considerar muchas cosas con esa capacidad de inminencia que sólo tiene el arte de la ficción. La vorágine prueba que las obras relevantes siempre pueden ser obras del tiempo en que se las lee. La vorágine, si pudiera decirlo con palabras sencillas, es una obra “contemporánea”.


CAMBIO: Se ha dicho que la selva es la verdadera protagonista de la novela. ¿Usted está de acuerdo con eso?
E. G:
Esta cuestión ha sido ampliamente debatida por la crítica. Yo creo que este asunto se puede enfrentar desde dos perspectivas que podrían llevarnos por caminos bien distintos. De alguna manera, dar esa condición a la selva y a los seres que la integran ayuda, por un lado, a admitir algo que va a ser crucial en nuestro futuro: que la ficción y la filosofía deben incluir, además de la humana, otras subjetividades y otras formas de agencia y estar en el mundo. Eso significa conceder carácter de personajes y narradores a, por ejemplo, plantas y animales. Sin embargo, esta manera de ver las cosas podría perpetuar el especismo que la misma novela de Rivera critica de una manera tan visionaria. En La vorágine, plantas y animales son alteridades compañeras, entidades que, pese a su opacidad, condicionan el desarrollo de la historia y pueden llegar a responder nuestras inquietudes como humanidad. Pero también, podría pensarse que al darle el carácter de personaje protagónico estamos metiendo lo que no es humano en categorías antropocéntricas. ¿Por qué? Porque estaríamos codificando la complejidad de la selva en marcos que, como los de la ficción, difícilmente pueden separarse de las representaciones convencionales de la naturaleza como algo secundario o como un mero símbolo útil para la comprensión de nosotros mismos. Lo que resulta interesante en la novela de Rivera es que él se ocupa de la cuestión misma de la superación del antropocentrismo.

Caminos del moriche


CAMBIO: ¿Qué papel juega entonces lo humano en 'La vorágine'?
E. G.:
Si se buscan en la novela palabras como “humano” o “humana”, es sorprendente la cantidad de veces que la mención está atravesada por la negatividad o por la necesidad de superar esta categoría. Eso, a mi juicio, es bastante elocuente de una mirada crítica que dista del ethos del capitalismo extractivo o de la visión liberal que defiende la idea del progreso humano a costa del deterioro ambiental. Esto, en cualquier caso, debería servir para superar uno de los infundios más absurdos divulgados por la crítica y por la generación de los escritores del boom: que estamos ante una novela folclórica o “local”. La vorágine es una obra que trasciende esa vinculación que le debemos a Vargas Llosa y Fuentes y también, de alguna manera, a García Márquez. Su capacidad de considerar problemas humanos de alcance global está ahora afuera de duda, y falta ver si, en el contexto que viviremos en el futuro de cuenta del calentamiento global, las crisis migratorias y la precarización laboral, las obras de esos autores podrán gozar de la actualidad con que hoy cuenta la obra de Rivera.


CAMBIO: ¿Puede decirse que es una novela adelantada a su tiempo, en el sentido de que hace unas denuncias sobre el maltrato a comunidades indígenas que en aquellos tiempos eran muy escasas o nulas?
E. G.:
Me siento tentado a dar otra vez una respuesta doble. Por un lado, como toda gran novela, el mundo referencial es muy importante. Rivera, en efecto, debate la cuestión indígena de manera directa, se pregunta por el futuro de los niños de las tribus afectadas por la intrusión cauchera, y presenta este estado de cosas como una suerte de metonimia del futuro de la humanidad. La única vez en que la palabra “holocausto” aparece en la novela es, de manera muy significativa, cuando menciona la violación masiva de niñas indígenas. La idea de “fraude contra las generaciones del porvenir”, una expresión extraordinaria que aparece al inicio de la tercera parte, está muy cerca de los episodios donde se narran las atroces agresiones a las etnias de la zona. En ese sentido, el mensaje sobre la extinción (la extinción de algunas especies vegetales, pero también la extinción humana) pone a Rivera en la órbita de una preocupación a la que podríamos llamar “directa”. Aun así, me parece que la localización muy precisa de los pueblos originarios en episodios finales de la novela tiene diversas capas. En cierto sentido, me ha parecido que los indígenas hacen más bien parte del decorado y tengo la impresión de que aparecen en algún momento para satisfacer una necesidad de verosimilitud. La manera en que se contempla la atroz tortura de los pueblos indígenas tiene una especie de impavidez que siempre me ha desconcertado. Sé que todo esto está visto a través de los ojos de Arturo Cova, pero aun así es difícil no pensar en esos seres como cosas. Quizás mi lectura de este aspecto de la novela de Rivera tiene al antecedente traumático de aquel poema de Tierra de promisión en el que se estetiza la violación de una niña indígena, algo que siempre me ha provocado repulsión. Pero esto no obsta para poner a Rivera en un lugar donde las preocupaciones por los pueblos indígenas, que se harían tan importantes pocos años después en autores latinoamericanos como Manuel González Prada, Armando Solano o José Carlos Mariátegui, tienen un importante lugar. Su interés dialogante por las alteridades es innegable y también la cuestión indígena está en este lugar.

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