
Para todos los ciudadanos colombianos y estadounidenses que trabajan por la prosperidad de la sociedad civil.
Hace una semana presenciamos en pleno en vivo de Los Danieles el escalamiento de una crisis diplomática sin precedentes en la historia de las relaciones bilaterales entre Colombia y Estados Unidos. El presidente Gustavo Petro devolvió a los migrantes indocumentados porque venían esposados y maltratados y los dejó al cuidado de sus verdugos dos días más. El presidente Donald Trump respondió con aranceles, tarifas y remoción de visas, entre otras sanciones con efectos devastadores. Este panorama, ahora temporalmente superado, opacó otras novedades que prometen pobreza y caos para Colombia y el mundo.
Claro que la imposición de aranceles y tarifas desde Estados Unidos puede generar crisis económicas nunca antes vistas; para Colombia la noticia de hace una semana hubiese tenido consecuencias fulminantes para una economía cuyas exportaciones dependen en un treinta por ciento del país norteamericano. Pero la decisión ejecutiva de Trump de detener todas las inversiones y programas de la agencia estatal USAID (por sus siglas en inglés: United States Agency for International Development), con la excepción de Israel y Egipto, producirá resultados inmediatos de pobreza y desorden para muchos sectores de la sociedad civil organizada del planeta.
Lo cierto es que USAID es uno de los más importantes actores de la cooperación internacional. Gracias a sus inversiones muchas personas comen, reciben medicamentos y otros servicios básicos que sus Estados no proveen. Quienes aplauden el cierre de USAID no conocen el trabajo que hace. Claro que la manera y temas que decide cobijar pueden y suelen recoger los tintes políticos del Tío Sam, pero eso no quiere decir que no adelanten intervenciones fundamentales.
En muchos rincones los programas de USAID sirven para alimentar a los pueblos más afectados por la hambruna, como ocurre en Sudan; para brindar vacunas y atención médica de urgencia a los pacientes abandonados en Myanmar, que padecen enfermedades crónicas pero tratables; para entregar ayudas humanitarias a los refugiados de Siria o Ucrania; para los niños que nacen en Uganda y dependen de los retrovirales para no llegar al mundo infectados de VIH; para combatir la malaria en Cambodia; para quienes luchan contra la expansión del sida en Sudáfrica y Haití; para que las mujeres en Afganistán y Pakistán accedan a servicios de maternidad que el Estado les niega.
La desaparición de USAID, incluso si por ahora es solo por tres meses como han anunciado, es una catástrofe humanitaria. Lo es para el planeta y para nosotros. En América Latina y específicamente en Colombia la inversión de USAID marca la diferencia entre que exista o no una sociedad civil organizada y robusta. Colombia es el país en el que más inversión se dedica en el continente, y lo es por mucho. La mirada de USAID ha permitido el diseño, desarrollo, afianzamiento y éxito de muchos programas sociales que traen bienestar para la gente.
Ha contribuido significativamente en la consolidación de los procesos de paz, en la sustitución de cultivos ilícitos, en la restauración de derechos de las víctimas de todos los actores armados, en la ampliación del acceso a la administración de justicia para comunidades marginadas, en el desarrollo de infraestructura en lugares apartados, en la contención del desplazamiento forzado y otras violaciones masivas de derechos humanos, en acciones para frenar la deforestación, en el fortalecimiento de los gobiernos locales, en el fomento de cultivos sostenibles, en la reducción de índices de pobreza en lugares recónditos, en la defensa del periodismo independiente, hasta en el impulso de reformas de regímenes legales. La lista cubre casi todas las funciones e intervenciones que el Estado colombiano les ha negado a los más vulnerables. Y ya se cumplen seis décadas de la presencia de USAID en el país.
Las organizaciones que hoy se quedaron sin piso en Colombia son muchas, como el Círculo de estudios que trabaja con las madres de jóvenes asesinados en el Chocó, la Amazonía Mía que impulsa procesos de financiación de prevención de desforestación en la selva, los de Nuestra tierra prospera para defender la sustitución de cultivos, Suma social para empoderar el trabajo comunitario, el Proyecto integra para los migrantes. Todos estos regados por Colombia, en especial en las zonas más abandonadas: Tumaco, Cartagena, Cauca, Buenaventura, Putumayo.
Por supuesto, no todo ha sido perfecto, pero, si hay una agencia gringa que realmente ha traído bienestar para Colombia y otros rincones adoloridos del mundo, que realmente ha ejercido como “líder del mundo libre”, como les gusta decir en las películas, es USAID.
La orden ejecutiva que firmó Trump, en la cual suspende todos los programas de apoyo internacional mientras no verifiquen que estén alineados con su administración, es una condena de muerte para el trabajo humanitario en el mundo entero. Además, una agencia técnica y profesional se convertirá en un muñequito de la ultraderecha que ahora gobierna en EE. UU. para avanzar su causa antiderechos, antimujeres, antiLGBTIQ, antimigrantes… antihumanidad.
Todos los que celebran que se vaya USAID y ruegan para que la suspensión se vuelva una decisión inamovible, los que creen que es una presencia menos del “imperio” en nuestras tierras, esperen un rato corto y la realidad silenciará sus aplausos, mientras la pobreza, la desigualdad, la injusticia, la hambruna, las enfermedades crónicas y la soledad de las víctimas del conflicto crecen como nunca antes. ¿Está preparado el Estado colombiano para enfrentar esta ausencia?
*La organización que codirijo, El Veinte, no ha recibido apoyo de USAID.

