Enrique Santos Calderón
12 Noviembre 2023

Enrique Santos Calderón

¿GUERRILLEROS O TRAQUETOS?

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    Un flagelo maldito que hace demasiado tiempo agobia a los colombianos ha resurgido de manera alarmante. El secuestro del papá de Lucho Díaz lo puso de presente. Ese acto absurdo y criminal indignó al país y obligó al ELN a liberarlo tras decir que había sido un “error”. Como suele hacerlo cada vez que comete una barbaridad. Basta recordar la tragedia de Machuca cuando dinamitaron un gasoducto y mataron a 86 personas.
 
    Otra insensatez de la que intentaron incluso culpar al ejército, hasta que les tocó admitir su responsabilidad. “Errores” que forman parte del ADN de un grupo armado que ha convertido el atroz delito del secuestro (y la voladura de oleoductos, por supuesto) en práctica habitual. Y cuando genera una reacción popular, como la que suscitó el plagio del Mane Díaz, se apresura a decir que se equivocó. Para seguir en lo mismo, inclusive cuando está en cese al fuego y hablando de negociar y de “humanizar” la guerra.
     Es un cinismo que parece no tener límites y que ha despojado de cualquier credibilidad a la guerrilla en la que murió en 1966 el sacerdote Camilo Torres, convertida hoy en una banda armada sin norte ni principios. ¿Qué le impide renunciar al secuestro como hicieron las Farc en 2012 para posibilitar  el acuerdo de paz? Hay que estar muy sordos al clamor de un país y muy adictos a esta perversa forma de financiar una revolución que nadie entiende ni desea.
 
     En el solo departamento de Arauca este año han sido secuestradas 55 personas. Una cifra impresionante. Tratándose de la principal zona de influencia del ELN hay que presumir que casi todos son de su autoría, pero a ellos no les interesa reivindicar estas sórdidas acciones económicas. En Antioquia se ha disparado asimismo el problema con 49 casos desde enero, muchos de los cuales involucran también a disidencias y a combos criminales de diversa índole.   
 
    En cualquier caso, que el secuestro haya aumentado en más del 70 % en el último año revela un espeluznante fenómeno de inseguridad y descomposición que no tiene paralelos cercanos. El rapto del papá de Lucho Díaz, que parecía propio de una vulgar banda de mafiosos guajiros, resultó del glorioso ELN, dedicado a lucrarse y traficar con el dolor humano. Y esto lo dice todo.
 
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  Un secuestro de otra índole  —tal vez más escandaloso y grave por sus connotaciones— fue el que sufrieron cerca  de cien soldados del Ejército Nacional a manos de la comunidad (“instrumentalizada” por las disidencias, dicen los militares), que los cercó y aisló durante varios días cerca del Cañón del Micay. Hecho que llevó a Petro a reconocer que la decisión de iniciar una mesa de negociación con el llamado Estado Mayor Central que lidera Mordisco  ha podido ser “prematura” y a preguntarles si eran “guerrilleros o traquetos” y “si preferían el camino de  Pablo Escobar al de  Camilo Torres”.
 
   Mordisco respondió con mordacidad diciendo que “a diferencia del gobierno” no eran productores ni consumidores de droga  y no seguían el camino de Camilo Torres, sino el del “invencible Manuel Marulanda”, el icónico Tirofijo.  Sobraba la alusión al cura Camilo, porque se prestaba para este tipo de salidas, pero el sablazo de Petro es agudo y pertinente. El actual líder del residuo de una guerrilla que llegó a ser la mayor productora de coca del hemisferio mal puede lavarse las manos de un negocio ilícito que ha nutrido y nutre las arcas de su movimiento.    
 
   A mediados de los ochenta, en una reunión con el Mono Jojoy en Remolinos del Caguán, este temido jefe de las Farc me aseguró que ellos no eran narcotraficantes y que habían llegado a esos territorios antes de la hoja de coca. Pero que les tocaba manejar lo que se había convertido en principal ingreso de los campesinos y aplicar un impuesto –el “gramaje”— a los que comercializaban y distribuían el producto.  ¿O es que la revolución no puede financiarse? Poco después la coca se volvió una fuente de riqueza mayor aun que la del secuestro, que practicaron sin compasión por todo el Magdalena Medio.
 
    Muchos años después el entonces jefe supremo de las Farc, Timochenko,  hoy apacible padre de familia y directivo del partido Comunes, me confesó que el narcotráfico les había hecho mucho daño y que varios comandantes se habían torcido, pero que ellos estaban jugados por un acuerdo de paz. Se logró en 2016. Depusieron las armas, pero les fue muy mal en la lucha política legal como se vio con el lacónico devenir de Comunes. Puede ser una de las razones por las que el ELN teme cambiar el fusil por el voto.
 
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   Volviendo el presente, es claro que en todo el país está creciendo la sensación de inseguridad. Aumentan el secuestro rural y la criminalidad urbana, mientras que la “paz total” y el “acuerdo nacional” que pregona el Gobierno no aterrizan. Este último más bien se aleja, como lo indica la actitud divisionista del presidente frente a los gobernadores.
 
   Sería importante que Gustavo Petro asimilara mejor el mensaje que le envió el país en las elecciones de octubre. Es hora de rectificar el rumbo, moderar el tono y concertar una agenda realista de gobierno para sacar adelante reformas necesarias. Todo menos seguir creyendo que obtuvo un triunfo electoral.
 
PS: Cumplió diez años Los informantes, el mejor programa periodístico de la televisión colombiana. Aplausos muchos para María Elvira Arango, su infatigable directora.
 

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