Enrique Santos Calderón
5 Noviembre 2023

Enrique Santos Calderón

¿Y AHORA QUÉ?

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El nítido triunfo de Carlos Fernando Galán en Bogotá fue también una reivindicación del legado de su padre, Luis Carlos Galán, el líder político más promisorio que tenía este país, asesinado en 1989 por los narcos miserables del Cartel de Medellín cuando su hijo tenía doce años. Admiré mucho y conocí de cerca a Luis Carlos, un hombre vertical y valiente, y muy fugazmente a Carlos Fernando cuando trabajó hacia 2006 como editor político en El Tiempo. Recuerdo haberlo impulsado a escribir una columna de opinión, lo cual hizo.
 
    A los 46 años y avalado por la más grande votación en la historia electoral de Bogotá, el nuevo alcalde enfrentará sinnúmero de retos que no es del caso detallar aquí. No se trata de hacerle un plan de gobierno, como les gusta a algunos columnistas, sino de estar atentos a que se concentre tiempo completo en los problemas de esta capital diversa y compleja (seguridad y movilidad, por ejemplo), y no se distraiga en tentaciones presidenciales tan comunes al cargo que ocupa. Casos se han visto, aunque no ha sido el de Claudia López.
 
  No cabe duda de que tras su desempeño el pasado domingo, Galán queda proyectado a la Presidencia. Pero también dependerá de cómo le cumple a Bogotá y de cómo medios y ciudadanía fiscalicemos su gestión. Una cómoda mayoría en el Concejo lo obligará a ponerse las pilas y presentar sin dilación medidas concretas y viables para una ciudad donde acumulados problemas sociales pueden estallar en cualquier momento. 
 
  En el plano nacional, el veredicto de las urnas fue claro. El Gobierno y sus aliados fueron duramente castigados, como previsto, y se consolidóel centro derecha como tendencia política (hubiera preferido el centro centro). El presidente Petro lo ha asimilado con espíritu democrático (más aun Gustavo Bolívar) y se entienden incluso sus cuentas alegres. Es cierto que en anteriores elecciones regionales el Pacto Histórico no existía como tal y cualquier votación se podría contabilizar como “ganancia”.  Pero que no sea comparable con el pasado en nada oculta el pobre balance electoral de la coalición de gobierno. Y no hay forma de disimular que resultó un pésimo plebiscito de opinión para el presidente.
 
    Los aislados hechos de violencia tuvieron un componente distinto: casi todos fueron motines promovidos por caciques políticos descontentos o derrotados, más que ataques al sistema como tal. Como bien lo planteó un editorial de El Espectador, estas elecciones confirman que el Acuerdo de Paz de 2016 no solo no les entregó el país a las Farc como advertían los energúmenos del NO, sino que consagró la desaparición casi total de la influencia política de esa guerrilla y de los desmovilizados que optaron por la lucha legal. De los 144 que aspiraron a ser elegidos solo salió un alcalde en Cumaribo, Vichada.
 
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   Mas allá de su desarrollo tranquilo y de la rápida transmisión de resultados, los comicios del domingo expusieron viejos vicios y dolencias del sistema electoral colombiano. No hubo mayor renovación de liderazgos y en casi todo el país predominaron maquinarias de clanes políticos tradicionales. “Ha retrocedido la opinión pública”, clamó la senadora del PH María José Pizarro, como si fueran culpables los votantes. Hay que preguntarse más bien, como lo hace el politólogo Eduardo Pizarro, si es viable un sistema con 36 partidos políticos legalmente constituidos y si esto puede llevar a que “Colombia se deslice hacia la ingobernabilidad”.
 
  La gran mayoría de estos partidos —“entelequias jurídicas”, las llama el exfiscal Gómez Méndez— son microempresas electorales unipersonales o clanes familiares al estilo Gnecco, incrustados en las tetas del Estado para ordeñar el tesoro público. Del bipartidismo obligado del Frente Nacional el país pasó tras la Constitución del 91 a esta caótica multiplicación de minigrupos políticos y de caciques especializados en perpetuarse gracias a su manejo de la mecánica electoral.  
 
       El ruso de Tunja fue para mí la mayor sorpresa de la jornada. Tal vez porque nunca había oído hablar de Mikhail Krasnov, el economista nacido en la antigua URSS de madre ucraniana que vino a Colombia hace quince años, se enamoró de Boyacá, se lanzó para la Alcaldía de su capital y terminó arrasando. En una tierra donde pululan veteranos gamonales y astutos manzanillos, esta es una proeza. Además de una refrescante noticia que pinta una cara más amable de la democracia colombiana.

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      También me llamó la atención que mientras que el excomandante de las Farc en Magdalena Medio Pastor Alape quedó en quinto lugar para la Alcaldía de Puerto Berrío, su lugar de origen, el hermano del notorio exjefe paramilitar Macaco ganó holgadamente la Alcaldía de Dosquebradas, Risaralda. Con el apoyo, aunque parezca insólito, de Colombia Humana que es parte del PactoHistórico.  
  
Y en Gamarra, Cesar, donde una turba enfurecida incendió la víspera la sede de la Registraduría, ganó el voto en blanco. Este triunfo es una significativa protesta contra la corrupción y desidia de los políticos locales, que lamentablemente no se extendió al resto del departamento. En tierra vallenata la nueva gobernadora proviene del oscuro Clan Gnecco, cuya jefa prófuga también logró que le levantaran la orden de captura. Poderosa señora es doña Cielo.
 
Con el nuevo mapa político, la pregunta del momento es cómo entenderá el presidente Petro el reto de gobernabilidad que ahora tiene por delante. 

PS: El secuestro infame del padre de Lucho Díaz nos avergüenza ante el mundo. "Peor que un crimen, una estupidez", diría Fouché. Pero se sabe que el ELN es experto en ambas cosas.  
 

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