Rodrigo Botero fue director territorial de Parques Nacionales Naturales en la Amazonia y la Orinoquía y lideró la iniciativa de ampliar el Parque Nacional Chiribiquete, hoy la mayor área protegida de Colombia y Patrimonio Natural y Cultural de la Humanidad.
Crédito: Cortesía de Rodrigo Botero - foto de Juan Carlos Sierra
Entrevista a Rodrigo Botero, el guardián del Amazonas que será reconocido por la Universidad de Stanford
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Rodrigo Botero ha dedicado su vida a cuidar la selva amazónica y a trabajar por los derechos de las comunidades indígenas y campesinas. Como reconocimiento a su lucha incansable, este 8 de octubre recibirá el Premio Bright Award de Sostenibilidad Medioambiental de la Universidad de Stanford. En entrevista con CAMBIO, Botero habló del significado que tiene este galardón y de cómo ha visto la transformación del ecosistema en más de cuatro décadas.
Por: Santiago Luque Pérez
Cuenta Rodrigo Botero que cuando tenía 12 años, la selva amazónica lo raptó. Y como si se tratara de la vorágine, nunca pudo salir de ella. Desde ese entonces no ha dejado de visitarla y cuidarla. Por aire y por tierra, Botero se volvió uno de sus guardianes.
La selva está en su sangre, pues su padre, Pedro Botero, fue uno de los primeros en mapear la Orinoquia y el Amazonas en Colombia para el Instituto Geográfico Agustín Codazzi. También fue el primero que lo llevó a visitar el llamado pulmón del mundo y con quien regresó tantas veces que, a los 20 años, cuenta Rodrigo Botero, ya la había recorrido de lado a lado.
Pedro Botero también fue quien le dijo a su hijo que tenía que ir a la universidad. Sin embargo, el llamado de la selva fue más fuerte que las intenciones del padre.
Con 19 años, después de que lo expulsaran de la universidad y mientras el gobierno de ese entonces negociaba con las Farc, se fue a trabajar a San José del Guaviare con cooperación internacional.
Rodrigo Botero lleva más de cuatro décadas trabajando en la Amazonia: hizo parte del equipo de Parques Nacionales Naturales y creó la Fundación Conservación y Desarrollo Sostenible. Esta última se ha convertido en una de las referentes en la protección del Amazonas, no solo colombiano, sino que en los últimos años también abrió su sede en Perú.
Este 8 de octubre Botero recibirá el Premio Bright Award de Sostenibilidad Medioambiental de la Universidad de Stanford.
Teniendo como excusa el reconocimiento, hablamos con él sobre cómo lo atrapó el Amazonas, los conflictos socioambientales que ha visto durante todos estos años y los acuerdos que ha logrado. Además, habló de lo que espera de la COP16 que se realizará en Cali y del proyecto de trazabilidad ganadera.
CAMBIO: Rodrigo, me gustaría que empecemos por el comienzo de su interés por la Amazonia. Cuéntenos, ¿cómo fue?
Rodrigo Botero: Lo que pasa es que mi papá es uno de los primeros geógrafos que todavía había en el siglo XX y que hacía procesos de exploración con el Instituto Geográfico Agustín Codazzi. Y por allá desde los años setenta, cuando él entró al instituto y empezó a trabajar de la mano de la cooperación holandesa, se desarrolló el primer gran proyecto de exploración de la Amazonia colombiana. En los años setenta se llamaba Pro-Radam, fue la primera vez que se crearon los primeros mapas para el país de la Amazonia completa.
Yo era un niño y me llamaba poderosamente la atención cuando ellos llegaban de las expediciones con cantidades de materiales, de muestras, de historias sobre los indígenas, que a mí me parecían absolutamente fantásticas. Las fotografías parecían de otro universo, como una cosa que era absolutamente diferente a lo que yo había conocido aquí en el ambiente urbano. Entonces yo muy rápidamente expresé mi interés por ir a la selva y teniendo 12 años mi papá me llevó por primera vez. Recuerdo que estuve en Araracuara y eso me marcó en la vida porque confirmó toda mi expectativa sobre ese universo que había allá, sobre lo diferente e importante que era y además conocí por primera vez a viejos indígenas que eran otra forma de conocimiento y otra cultura que yo no entendía.
Después, cuando terminé el colegio, seguí insistiendo en que yo no veía la relación entre lo que yo estudiaba y lo que llamaba la realidad. Entonces pedí que, por favor, no me hicieran ir a la universidad, pero en ese entonces no había tanta flexibilidad y mis papás me decían que fuera en las vacaciones a conocer la realidad. Pero resulta que las ganas mías eran muy grandes y me expulsaron de la universidad, yo tenía 19 años y me fui a vivir a San José del Guaviare. Estuve allá un año, era el primer proceso de paz con las Farc y trabajaba de la mano de la cooperación holandesa en un programa de desarrollo territorial asociado también a la colonización, a la paz. Me tocó vivir ahí mismo el primer gran auge de la economía de la coca. Entonces yo vi esa colonización, esa destrucción de la Amazonia que apenas empezaba, pero que era una cosa tremenda, ver estos grupos armados ejerciendo poder territorial y gobierno. Ver esa gran economía que movilizaba todo eso, me dejó marcadísimo. Y dije, bueno, creo que ya entiendo para qué me puede servir la universidad, yo trabajaba con un grupo interdisciplinario increíble, con antropólogos, sociólogos, economistas, agrónomos, trabajadores sociales, con todo. Y eso creo que también me marcó de una forma de abordar las cosas que no fuera puramente disciplinario.
CAMBIO: Ha estado toda una vida en la selva…
R.B.: Sí, increíble. Y pareciera que los próximos 25 o 30 años van a ser iguales, porque cada día uno descubre que hay nuevas cosas. Ahora, por ejemplo, 40 años después de que me fui a San José del Guaviare estamos abriendo nuestro trabajo como fundación a nivel regional con nuestra oficina en Perú, estamos haciendo incursiones también sobre otros países de la Amazonia. La verdad es que uno empieza a ver cómo esto realmente hace parte de un gran todo, independientemente de qué país esté.
CAMBIO: Y ya que hablamos de toda una vida conociendo el Amazonas, ¿cómo ha visto la transformación de los conflictos ambientales en esta zona?
R.B.: Haber asistido a tres escenarios de diálogos de paz, que han tenido tantas dificultades y tantos procesos de alguna manera infructuosos, dice uno, carajo, es muy triste. Esto ha derivado en que hay una mayor resistencia cultural a entender el ser parte de un Estado. Y yo entiendo perfectamente esa racionalidad, porque ha sido un Estado que no le ha hecho un esfuerzo grande al reconocimiento de los derechos en estas últimas cuatro décadas. He visto que el narcotráfico ha derivado en una cantidad de cosas mucho más fuertes, más grandes, hoy veo un portafolio de economías ilegales que ya no son solamente en Colombia, sino que se expanden rápidamente por todas las fronteras de la cuenca. Hoy hay más de seis países con una frontera común que tienen esos problemas de economías ilegales. Esas economías son más fuertes hoy por hoy que las economías de la legalidad. Pero esas economías no están solas, vienen con una cantidad de grupos que no son solamente armados, también grupos políticos que operan estas formas de ilegalidad. Y que la gente siente más lealtad hacia allá.
Debo decir también que yo hubiera esperado que en 40 años hubiese habido una reacción más contundente de cómo crear Estado, fortalecer la institucionalidad y las formas de gobernanza, que claramente van a depender de qué tanto reconozcamos a las poblaciones locales. No solo a las indígenas, también las campesinas. Pero ole, ni lo uno, ni lo otro. Ni institucionalidad fuerte y tampoco el reconocimiento de derechos. Entonces ahí me queda un sinsabor muy fuerte.
Y lo otro, que algún día lo escribí en el libro de El Testigo, de Jesús Abad Colorado, es que hace 40 años todavía era una fortaleza en lo ambiental esa Amazonia. Todavía era posible y previsible pensar en que podría generarse todo un proceso de frontera agropecuaria y mantener ese baluarte ambiental del que dependía el país. Y carajo... en 40 años he visto cómo hemos entrado a una fase crítica, porque la magnitud de las inversiones de esas economías ilegales para el acaparamiento de tierras era impensable.
CAMBIO: Rodrigo, se podría decir que en estos 40 años usted también ha sido testigo de cómo la deforestación en el Amazonas está afectando a las grandes ciudades como Bogotá, hoy lo vemos con la falta de lluvias y el racionamiento.
R.B.: Exacto, esa es otra historia muy linda, porque yo empecé por mi papá, que es de la escuela holandesa, una vaina que se llama la aerofotogrametría, de la cual todos los institutos geográficos de América Latina se nutrieron para armar su cartografía básica. Y resulta que para hacerla tocaba montarse en un avión, poner unas cámaras y empezar a tomar rollos de fotos para poder armar los pares estereoscópicos, eso después fue reemplazado por las imágenes de satélite.
Pero resulta que por allá en el año 2005 o 2006, cuando yo estaba en Parques Nacionales, empecé a darme cuenta de que podía tomar fotos y encontraba cosas muy interesantes y muy nuevas, pero en esa época el conflicto armado no me dejaba bajar la avioneta. Cuando yo salgo de Parques, por allá, entre 2010 y 2015 empiezo a hacer sobrevuelos de baja altura y para mí era una fantasía todo lo que estaba pudiendo encontrar. En términos de cómo avanzaban las carreteras, los cultivos, el ganado, la gente, el tipo de gente, la relación con el paisaje, la transformación, las inversiones, el tipo de arquitectura de las construcciones, bueno, todo. Y resulta que me ha impresionado cuando yo empiezo a registrar en fotografías y en videos una vaina que era la evapotranspiración de los bosques. Y eso de la evapotranspiración es pues, ni más ni menos, que los ríos voladores.
Ya siguiéndole la pista, no solo el tema de la evapotranspiración, sino la llegada de esas masas de agua a la parte central del país, se da la posibilidad de registrar cómo es todo un sistema interconectado. Hay una interconexión absoluta entre la existencia de esos bosques, las masas de agua que vienen del Atlántico, de esa evapotranspiración y luego cómo llegan a los grandes páramos que iban desde Chingaza, hasta Picachos y más abajo, en la frontera con el Cauca. Haber podido dimensionar lo que significaba esta Amazonia en términos de la seguridad climática del país y después del continente fue una maravilla. Porque entonces ya apareció la discusión y la conversación con científicos de otras partes del mundo que nos mostraban cómo el fenómeno no era solamente nacional, sino que es un fenómeno continental. Eso cambió por completo muchas de las narrativas y ha permitido que haya un mayor impacto y una mayor aprehensión de la ciudadanía de lo que es la importancia de los bosques en un momento como este para el país y para el mundo.
CAMBIO: ¿Qué significa para usted ganar este premio de Stanford?
R.B.: Hay que recibirlo con mucha tranquilidad y con mucha humildad, porque hay muchas personas trabajando en la región amazónica y en los bosques del mundo que también se merecerían este y muchos más premios. Entonces, primero que todo es dar gracias por la suerte que yo he tenido de que haya gente que se haya fijado en el trabajo que se hace. Lo otro, es que esto significa que he podido tener el apoyo de un equipo maravilloso dentro de la Fundación y fuera de ella. Por eso esta mañana yo hablaba con varias de las personas que le han apostado a esto a ojo cerrado, entre ellos, al grupo de periodistas, que yo no sé si llamarlos ambientales o cómo se los podría llamar… Periodistas con sensibilidad, que le han puesto la atención a esto seriamente. Porque yo tuve, digamos durante muchos años, una cierta prevención por la banalización que yo veía del tema ambiental por parte de muchos sectores del periodismo. Sin embargo, de hace unos ocho años o diez años, yo encuentro una cantidad de gente que no solamente lo ha entendido en su complejidad, en su magnitud, sino que inclusive también han avanzado en cosas de investigación propia.
También hay redes de apoyo en el Congreso, hoy yo puedo decir que hay un grupo de congresistas amigos de los bosques y de la Amazonia, son de todos los partidos. Eso es una maravilla. El hecho de haber tenido personas que han estado dentro de la guerra y ahora en la paz y que se vinculen a esto de una manera tan íntegra, a mí me hace decir gracias por todo eso, el haber mostrado que esto es un tema común de la humanidad. Esto no es un capital de nadie en específico, es de todos. Entonces da mucho ánimo que este tipo de premio me permita seguir impulsando muchos más años, muchas más décadas, ojalá, un esfuerzo por el bien común. He visto y he recibido unos comentarios bellísimos de gente que ni conozco, pero que se sienten representadas y se sienten confortables con saber que uno está dando lo mejor para ese bien común. Esa vaina me parece una berraquera.
CAMBIO: Como usted dice, hay cientos de personas trabajando por el Amazonas y también muchos de ellos han sufrido amenazas y violencia por el cuidado del medioambiente. ¿Usted cómo lo ha sentido de manera personal?
R.B.: Yo tuve situaciones muy complejas hace más de una década, que inclusive me llevaron parar por un momento y salir del país. Yo estaba muy optimista con el acuerdo de paz con las Farc, pero después de eso empieza ese deterioro tan fuerte y tan progresivo que hay hoy. Además, el tipo de actores que hay inmersos en esa conflictividad no son, insisto, solo los actores armados, si no que, por el contrario, hay algunos de ellos vinculados a las economías legales o al sector político, ya sea nacional o regional. Esto me hace preocuparme y pensar en que uno de los temas en los cuales más hay que trabajar para una Amazonia viva, es precisamente la vida de su gente, de sus defensores y eso empieza por las poblaciones locales.
CAMBIO: Una de las cosas que dice el decano de derecho de la Universidad de Stanford es que usted "nos demuestra que encontrar puntos en común, negociar y construir puentes puede marcar la diferencia, incluso en uno de los lugares más difíciles del mundo para defender el medioambiente". Cuéntenos cómo ha sido ese trabajo, esas negociaciones en el territorio.
R.B.: Yo recuerdo que era funcionario de Parques Nacionales en el segundo proceso de paz con las Farc, el del gobierno Pastrana. A mí me tocó ver ese rompimiento tan brutal y a pesar de eso, yo debo decir que nosotros fuimos de las pocas instituciones que quedamos en la mitad de lo que era la antigua zona de distensión. Pudimos permanecer y crecer en nuestra gestión y nuestra relación. Eso me enseñó exactamente lo que dijo el decano de Stanford, que hay que encontrar puntos comunes y demostrar cómo el tema del ambiente es una necesidad y apuesta colectiva.
Después de eso, el gobierno de Guatemala y el de Estados Unidos nos invitaron para llevar la experiencia de parques de Colombia y cómo trabajar en medio del conflicto en temas de mediación y concertación. Curiosamente, yo me traigo de Guatemala una de las experiencias que me ha parecido más interesantes, la idea de las concesiones forestales comunitarias, que por azares de la vida se la pude presentar al entonces candidato Gustavo Petro cuando íbamos en un sobrevuelo, que yo llevé a varios candidatos presidenciales a mostrarles lo que pasaba en la Amazonia. Y a mí me llamó poderosamente la atención de que esa historia se hubiera vuelto realidad dos años después de que empezó este Gobierno.
También cuando estaba finalizando el segundo periodo del expresidente Uribe trabajamos muy de la mano con la Oficina del Comisionado de Paz en una primera experiencia que se llamaba consolidación de estrategias de paz en áreas protegidas. Fue una cosa maravillosa porque fue la primera vez que pudimos, en la mitad de semejante guerra tan brutal que había, plantear un proceso de erradicación voluntaria de coca con las organizaciones sociales a cambio de la creación de unas zonas de reserva campesina y de relocalización voluntaria. Eso fue una cosa gigantesca, que no se ha vuelto a repetir, desafortunadamente.
Ya lo último es que a partir de esas experiencias tuve la oportunidad de ser parte de una delegación de paz con el ELN, en donde también vi cómo cualquier proceso de paz en Colombia, con mesa de diálogo o sin ella, tendrá que pasar por una intervención de alto nivel en la recuperación ambiental de los territorios afectados por la guerra. Y eso para mí es algo que también me alimentará las próximas décadas, cómo poder ofrecer herramientas de encuentro y de recuperación de territorios y poblaciones que hoy están inmersos en la guerra y que han sufrido los impactos de la degradación ambiental.
CAMBIO: Hablando de acuerdos, ¿cómo ve ahora el proyecto de trazabilidad ganadera que se volvió a presentar en el Congreso? ¿Esta vez se logrará aprobar?
R.B.: Espero fervientemente que sí, creo que es el momento. Pero además del proyecto hay que apuntar a nuevas herramientas para fortalecer el mecanismo de trazabilidad in situ, es decir, no solamente desde las bases de datos, sino desde el seguimiento mismo del hato ganadero, a los procesos de georreferenciación. Hay que preparar al país a que los procesos de trazabilidad se lleven con los chips de geolocalización por cada animal. Entonces soy optimista con la discusión del proyecto, pero creo que será muy importante y muy necesario acompañarlos de otras iniciativas.
CAMBIO: ¿Qué expectativas podemos tener de lo que se va a discutir en la COP16?
R.B.: Vamos a tener COP16 y COP30, biodiversidad y cambio climático, de forma consecutiva aquí en Suramérica, en dos países amazónicos, Colombia y Brasil. Significa que el foco mundial frente a estos temas está aquí, en América Latina, en la región amazónica. A mi manera de ver, no hay un escenario más importante que la COP, en donde están los grandes actores que tienen que ver con la movilización de los recursos y los compromisos de las economías más fuertes del mundo. Hay una hoja de ruta con los planes nacionales de acción en biodiversidad que han tomado mucha fuerza por un proceso de participación, no solo comunitaria, sino de todos los sectores de la sociedad por tres razones.
La primera es que la crisis de la biodiversidad nos está poniendo ad portas de nuevas pandemias. Lo segundo es que nos está poniendo en un escenario en donde por la pérdida de la integridad de los ecosistemas, la agricultura industrial y la generación de alimentos se encuentra también en altísimos riesgos. Y, por último, también está el tema del potencial genético y de usos de la biodiversidad que tenemos en el mundo y que, particularmente en estos países, se encuentra en altísimo riesgo y que pone un escenario de incertidumbre frente al desarrollo económico de nuevos productos para la salud que hacen de esto una necesidad urgente.
Entonces, aunque a mí no me gusta mucho usar esa palabra, estamos ante una alerta global. Estamos dando unos pasos demasiado acelerados en términos de crisis por biodiversidad y por cambio climático. Por eso soy muy optimista frente a que estas COP sean un hito en un cambio global. Yo insisto en que el tema de trazabilidad en Colombia es solamente la punta del iceberg de lo que se viene frente al reacomodamiento de mercados mundiales que tienen que acomodarse a las restricciones en la protección de la biodiversidad y de los bosques. Esto es definitivo en lo que va a ser la adopción del marco jurídico internacional por parte de los países de alta biodiversidad. Y ojalá la movilización de grandes recursos, porque un dato que me dieron es que es más grande el valor que se paga por gaseosas en un año en Estados Unidos, que el presupuesto total de biodiversidad mundial. Con cifras como esas estamos lejos y las amenazas crecen. Entonces, yo aspiraría a que haya un proceso de sensatez global.