Historia del agua en Bogotá: de la abundancia a la escasez
12 Abril 2024

Historia del agua en Bogotá: de la abundancia a la escasez

Crédito: Colprensa

La ciudad está en racionamiento de agua, a pesar de tener páramos y humedales. Las explicaciones radican en El Niño y nuestra relación con el agua de la capital.

Por: Pía Wohlgemuth N.

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Las corrientes de aire provenientes del Amazonas cargan humedad hasta las montañas colombianas. Llueve en el páramo y su suelo y su vegetación, como esponjas, absorben el agua que cae sobre esas montañas de más de 3.000 metros de altura. Así baja del cielo y nace el agua que consumimos los bogotanos. Sin la selva no tenemos nada.

Bogotá es una ciudad con quince humedales y cuatro páramos: Sumapaz, Cruz Verde, Verjón y Piedras de Moyas. En el imaginario de cualquiera, sería un territorio en donde el agua nunca podría faltar. Una ciudad reconocida por sus lluvias y su frío no tendría por qué enfrentar una crisis como la que atraviesa en estos tiempos.

Neusa-Colprensa

(Foto: Neusa, Colprensa)

La historia del agua en Bogotá 

Hace unos 2 millones de años, en tiempos del pleistoceno, la ciudad era un lago. Los cerros orientales que bordean la ciudad estaban cubiertos de nieve y “el páramo llegaba casi hasta Girardot. Era un paisaje absolutamente determinado por el agua”, cuenta Daniela Sierra, antropóloga de la Universidad Externado. El ecosistema ha cambiado con el paso de milenios y con las intervenciones humanas.

 

Desde la colonia, los españoles llegaron a Suramérica con el poder de las armas y los barcos, pero sin el entendimiento de la naturaleza de las comunidades originarias. Sierra explica que, desde muy temprano durante esa etapa -la fundación de Bogotá “de facto” ocurrió en agosto de 1538-, los españoles hicieron lo posible por secar la planicie de Bogotá. Pusieron vacas para convertir el territorio en un pastizal y sembraron trigo y otras especies no nativas que transformaron gran parte del suelo.

La historia en el medio es larga. Daniela Sierra hizo su tesis de grado sobre el agua y su relación con la historia cultural y ambiental de Bogotá. Encontró que sus abuelas de origen muisca, de Sesquilé, vivieron durante finales del siglo XIX e inicios del XX en una relación más armoniosa con el agua, en tiempos de tensión entre la naturaleza y los humanos. “Entienden el agua, saben cómo manejarla, saben cómo limpiar el agua, cómo descontaminarla”, dice. 

Hoy sabemos que la relación de la mayoría de los ciudadanos con el agua no es cercana y poco sabemos de su proveniencia, tratamiento, cuidado. No convivimos con ella más allá de darla como un hecho en nuestra vida diaria. 

Pasa que asumimos que los páramos producen el agua que tomamos y usamos para lavar la ropa, y que los humedales son garantía de que el agua está ahí. Pero ambas son ideas equivocadas. Lo cierto es que Bogotá no tiene tanta agua disponible para nuestro consumo como creemos y el páramo no es una fábrica de agua. La capital hoy no tiene una capacidad de abastecimiento tan amplia como exige su población cada vez más grande en el siglo XXI.

¿De dónde sale el agua de Bogotá y su región metropolitana?

Hay tres fuentes principales de suministro de agua en la ciudad: el sistema Tibitoc, en el norte, que recoge el agua de la parte alta del río Bogotá, compuesto por los embalses Neusa, Sisga y Tominé, que dan al río Bogotá; el sistema Chingaza, que embalsa el río Chuza y transfiere el agua al embalse San Rafael por un túnel; por último está el sistema La Regadera, que se alimenta de la cuenca alta del río Tunjuelo, cuenta con tres embalses de menor escala y abastece Usme y Ciudad Bolívar.

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(Foto: Sisga, CAR)

El ingeniero civil de la Universidad Nacional (Unal), Leonardo Donado, dice que la planta de Tibitoc es muy costosa, porque el agua que se descarga allí llega muy sucia y potabilizarla vale mucho. Lo explica con una metáfora de café: con la falta de lluvias provocada por el fenómeno de El Niño, las cargas de agua son menores y llegan con contaminación más concentrada -como el espresso-; para limpiar esa agua y volverla, al menos, como un café americano, es necesario agregar mucho más líquido y químicos para diluirla.

Por eso, la contaminación del río Bogotá también está relacionada con la crisis. Si en este afluente de agua no se inicia un plan de saneamiento en la cuenca alta, el uso de agua de Chingaza para limpiarlo seguirá siendo un gasto adicional, según el académico.

Estamos en un momento de variabilidad climática. Todavía no está del todo claro que la intensidad del fenómeno de El Niño de este año se deba al cambio climático. Sin importar la explicación para esta sequía, lo cierto es que los niveles de los embalses están más bajos que nunca. La gerente del Acueducto de Bogotá, Natasha Avendaño, aseguró que el embalse de Chuza tiene apenas 35 millones de metros cúbicos de agua, cuando su capacidad es de 220.

“El Niño no había sido tan fuerte en Chingaza en el pasado. Se había sentido fuerte en otras partes del país, no tanto en el páramo. No sucede igual en todas partes”, explica Donado, quien también es coordinador del Laboratorio de Hidráulica de la Facultad de Ingeniería de la Unal. Es sencillo: estaba advertido que venía este fenómeno, pero que habría lluvias fuertes después. Los expertos en el clima predijeron el fin de El Niño pero el agua no llegó a Chingaza con la intensidad ideal.

Una oleada de aguaceros podría ser un pañito de agua tibia para lo que sucede en Bogotá, que no construye un embalse desde hace casi 30 años, piensa Donado. La ciudad y su área metropolitana pasaron de albergar a 6 millones de personas a casi 12 millones en toda la región. “Los Niños anteriores ocurrieron con una ciudad más pequeña, no había tanto consumo”, considera.

Soluciones posibles

Leonardo Donado considera que construir otro embalse podría ser la solución, si se demuestra con una evaluación de impacto, que Bogotá tiene demasiada sed. Sin embargo, explica que las autoridades ambientales no lo permitirían, por tratarse de una obra posiblemente arriba del páramo de Chingaza.

Aparte del cuidado urgente de la Amazonia -"deforestar la Amazonia nos puede costar muy caro”-, Donado asegura que cuidar el páramo para que siga regulando el agua también es clave.

Tominé-Colprensa

(Foto: Tominé, Colprensa)

El profesor de Ingeniería de la Javeriana Jorge Alberto Escobar, doctor en Mecánica y Fluidos Ambientales, piensa que construir más embalses no es la solución, por su impacto en los ecosistemas. Por ejemplo, los ciclos migratorios de los peces se ven afectados y los “sedimentos y nutrientes que vienen en el agua ya no llegan a los suelos”.

No obstante, Escobar piensa que la exploración de aguas subterráneas provenientes de la lluvia podría ser una alternativa. “La gestión del sistema de acueducto se puede optimizar minimizando las pérdidas -como lo son las pujas o captaciones ilegales- y promoviendo que los municipios que se abastecen con agua del Acueducto de Bogotá busquen fuentes alternativas”, explica, en un video compartido por la universidad.

La ciudad apenas comienza su primer ciclo de racionamiento de agua. Es difícil prever por cuánto tiempo los capitalinos vivirán con esta medida que podría endurecerse si no llueve, porque, en este momento, la única solución es ahorrar y esperar.

 

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