Daniel Samper Pizano
13 Diciembre 2020

Daniel Samper Pizano

Corruptología

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Una mirada de reojo al futuro (es peligroso mirarlo de frente, porque engaña, sorprende y desconcierta) muestra que en Colombia se acabará la pandemia primero que la corrupción. Cada día trae su podredumbre y del pasado cercano reaparecen sucios fantasmas como el cómicamente denominado Zar Anticorrupción, que Estados Unidos nos reexpide para que delate a otros de su ralea. La materia prima abunda y los cimientos están echados para que, así como existe la ciencia de la violentología, nazca en estas tierras la de la corruptología dedicada a estudiar diversas formas de enriquecerse mediante el robo, la trampa, el engaño, la marrulla, la triquiñuela, el embuste... La víctima por lo general es el Estado, pero existen otras posibilidades interesantes.

Colombia debe superar la etapa de limitarse a informar sobre episodios de corrupción y adentrarse en su estudio científico. Buen precedente es el Periódico de la Universidad Nacional, que en su última entrega dedica diez páginas a analizar aspectos especializados del asunto. Desde la sofisticada “captura del Estado” por una plutocracia hasta la corrupción en la Justicia y la inequidad tributaria, lente de aumento de la percepción del fenómeno. Los ensayos fueron escritos por profesores o alumnos de la UN y en ellos se habla del qué, el cómo, el por qué y el quiénes y se ofrecen fórmulas para combatir una plaga que corroe las instituciones, hace más pobres a los pobres y –miren qué sorpresa— más ricos a los ricos.

Se presta la corruptología para hondos y variados estudios. Algunos tratarán temas duros, como son los indicadores económicos, el PIB, el índice de Gini y cosas así; otros pesquisarán la influencia de los costos electorales en la sinvergüencería de gobernantes y políticos; unos más versarán sobre la psicología del corrupto y otros desbrozarán la jungla legal donde se crían delitos e impunidades. Confío en que en este amplio menú de estudios no falte la historia nacional e internacional de la corrupción. Como aspiro a ser catedrático cuando se inaugure la primera escuela de corruptología, presento aquí mis credenciales con algunos apuntes sobre la que cabría titular como Historia patria pútrida.

El primer secuestro. Fue cometido por aborígenes de Tamalameque (Cesar), cuando asaltaron en 1540 al grupo original de mujeres españolas que llegó al Nuevo Reino. A una de las seis raptaron y nunca más se supo de ella. Se ignora si buscaban rescate, venganza o satisfacer su curiosidad e instinto naturales.

El primero que se voló con bienes públicos. En 1538 el adelantado español Alonso Luis de Lugo huyó con un costalado de oro tairona que debería haber repartido con sus soldados y la Corona.

El primer traficante de influencias. El licenciado (abogado) Jerónimo Lebrón, gobernante de lo que hoy es Colombia, favoreció en el reparto de encomiendas (territorios de múltiple explotación) a un grupo de conquistadores primerizos. Estos lo recompensaban con oro y mercaderías. Se volvió multimillonario y se largó a Santo Domingo a gozar de su dinero mal habido.

El primer Cartel de la Toga. Por quejas contra los magistrados (oidores) que fundaron en Santa Fe la Real Audiencia (“órgano de administración y justicia”), España envió en 1562 a un juez especial de vigilancia (visitador) llamado Juan de Montaña. Este sujeto “áspero y aborrecible” fundó el primer Cartel de la Toga al aliarse con unos oidores y maltratar a otros. Súpolo el rey, mandolo regresar a Madrid, procesolo y cortáronle la cabeza. (En esos tiempos no había jugaditas ni trucos dilatorios). Data de entonces la corrupción judicial. “Las concusiones de los dispensadores de la justicia se repitieron en diversos lugares y diversos tiempos, hollando toda ley y vulnerando todos los derechos” (Henao y Arrubla).

Sobornos. En 1582, el visitador Piero de Orellana fue enviado a poner paz en los pleitos entre oidores. En un claro antecedente del Inpec, soltó a los presos “y prendió a otros muchos, de los cuales sacó muy grandes dineros” (Freyle).

Calumnias. Otro visitador, Andrés Salierna de Mariaca, llegó en 1600 dispuesto a juzgar el mal gobierno del presidente Francisco Sande. Este se defendió con calumnias ruines, hasta el punto de que el enviado enfermó de depresión. Poco antes de morir retó a Sande a encontrarse en el más allá al cabo de nueve días. Aunque parezca mentira, a los nueve días falleció Sande y cumplió la macabra cita.

La primera unidad investigativa. En 1849, el semanario El Alacrán publicó una serie titulada Los ricos de Bogotá, donde señalaba que “los ricos de la Nueva Granada llenan sus arcas a costa de los pobres”. Divulgaba entonces los nombres de dirigentes públicos y privados que se enriquecían con maniobras ilícitas, evasiones fiscales, agiotismo y explotación. Al séptimo número, el famoso El Alacrán tuvo que cerrar, obviamente.

Mi cuaderno de notas registra asuntos del siglo XIX que me toca investigar algo más, entre ellos los empréstitos de los próceres Zea y Santander. Pero el tema es tan vasto que debo sobornar a algunos funcionarios para que me pasen cartapacios por debajo de la mesa, al estilo de la DEA y de un exfiscal cuyo nombre me reservo.

(Fuentes: Rodríguez Freyle, Pedro M. Ibáñez, El Alacrán, Henao y Arrubla, J.O. Melo).

ESQUIRLA. Acaba de morir en Madrid Alicia del Carpio, cuyo personaje de doña Alicita marcó el estereotipo de la rola, con su acento, sus dichos, sus costumbres. Yo y tú sigue siendo la mejor comedia familiar de nuestra televisión; más que un clásico es un mito. La creó, escribió, dirigió y actuó esta rubia madrileña que merece una estatua al lado de Jiménez de Quesada, pues él y ella fundaron a Bogotá.

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