En los últimos lustros la política internacional del país ha sido tan errática y contradictoria como inconsecuente. Como se diría en vernáculo, diplomacia no se maneja. Una espoleta irresponsable cargada de oportunismo parece ser el resorte de las actuaciones internacionales. Una muestra de ello es la condecoración para conmemorar el aniversario de las relaciones con los Estados Unidos, decretada en lenguaje macarrónico y que será impuesta a troche y moche para coronar el épico viaje del espléndido subpresidente por tomarse una foto con el presidente de los Estados Unidos. Después de más de un año de rechazos de la Casa Blanca, para castigar el trumpismo de nuestro gobierno, este fue el pretexto que le funcionó a Iván Duque. Por suerte es un partido corto, porque si fuera largo, habría peligro de que preventivamente nos mandaran extraditar a todos los precandidatos. Se salvaría Vargas Lleras, que puede ser algo así como el falso centrodelantero de la contienda.
No nos va a alcanzar el presupuesto nacional para tantas condecoraciones que habrán de crearse: una por cada país, divididas en órdenes con sus grados, categorías y clases, insignias, bandas y botones, como manda la heráldica. Visto que el daño ya está hecho, ojalá un creativo diseñe un portal (podría ser Colombia/ condecoraciones.com), al que pueda acceder cualquier gobierno, organismo internacional, ONG, Iglesia o quien quiera y registrarse para que se decrete la respectiva condecoración y se asigne a granel… ¡virtualmente!
Ni siquiera es claro quién lleva la personería internacional del país, que el derecho internacional atribuye a jefes de Estado y de gobierno, y ministros de Relaciones Exteriores. Aquí no es claro qué tipo de representación y qué compromisos generan las intervenciones siempre desatinadas del ministro Molano, de Defensa, o los convenios internacionales que celebra el fiscal Barbosa, o las correrías de la canciller coadjutora y jefe de gabinete, María Paula Correa. Cuando se pronuncia la señora Ramírez hay que indagar si lo hace con el sombrero de vicepresidenta, caso en el cual todo depende de si cumple función oficial; o si se encasquetó la gorra de canciller, cuando todo lo que diga o calle es susceptible de generar repercusiones en lo internacional; o si simplemente habla Martuchis… cosa que sería un alivio y ameritaría muchos aleluyas.
Colombia apoyó la invasión de Irak y condenó la de Ucrania. Respaldó regímenes autoritarios y a otros aplica el cerco diplomático. Somos adalides del recurso a los órganos previstos en el derecho internacional para resolver las disputas, pero al mismo tiempo renegamos de ellos. Apoyamos alternativamente a Israel y a Palestina. Reconocimos a la RASD, Sahara Español, pero luego la canciller vicepresidenta Ramírez declaró que es territorio de Marruecos.
Cuando se fundó la OEA en 1948 sobre los escombros del Bogotazo, Colombia era la más decidida partidaria de todos los organismos multilaterales; ahora es las más empeñada en expoliarlos. La OEA, el BID, la CAF han caído en las garras de colombianos para convertirse en aposento temporal de la elite nativa. El IICA se recuerda por el escándalo de Agro Ingreso Seguro. El Convenio Andrés Bello se erigió en el más colosal monumento a la vagabundería impermeabilizada y sanforizada contra el escrutinio, a costa del abudineo de las contribuciones gigantes que le inyectaba el gobierno colombiano. Entre otras extravagancias, financiaba mataderos en Magangué y pagaba salarios al lugarteniente y segundo de Uribe, José Obdulio Gaviria, quien con inverecundia se jactaba de que el Estado no podía fiscalizar sus ingresos porque provenían de un organismo internacional.
Hemos sido propulsores de la integración y de la desintegración, del libre comercio y del proteccionismo, del multilateralismo y del individualismo. Proclamábamos la obligación de resolver por vías pacíficas las controversias y hasta llegamos a coincidir con Venezuela en que bajo determinadas circunstancias una nación podía ser llevada a la fuerza a un arbitraje o proceso judicial. El principio de la buena fe como guía sagrada de conducta, leitmotiv, se adoptó en la Carta de la ONU a propuesta de Colombia, y es regla cardinal reiterada en la Carta de la OEA y en la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados de 1969.
Aquello es historia. Hoy en día no sabemos qué rige. El concordato con la Santa Sede firmado en 1973 y en vigor desde 1975... el tratado de extradición con los Estados Unidos, firmado en 1979 y en vigor desde 1980... la doctrina Santos sobre la inaplicabilidad de los fallos internacionales... las posiciones pendulares y la corrida de instrumentos que permitían acudir a la Corte Internacional de Justicia... todos los anteriores juntos nos llevan cuesta abajo en la rodada, como en el tango. Tanta inconsistencia es la expresión máxima del doble pensamiento orwelliano: la capacidad de sostener posiciones contradictorias. Se sorprendería el profeta George Orwell viendo como su mundo distópico opera aquí, sin necesidad del Gran Hermano, tan solo bajo la sombra del Eterno.
Con la abundancia actual de precandidatos nadie sabe qué piensan sobre nada. Menos que nada, en lo internacional. Por lo demás, como la esencia de la diplomacia es la cautela y la prudencia en el actuar, cuanto menos digan, mejor. El escenario internacional es de arenas movedizas y cualquier paso en falso puede ser fatal. Ocurre, sin embargo, que sin el mundo internacional el país no sobreviviría una semana. Por ello es vital contar con una política exterior, así la política sea no tener ninguna; y el principio, no tener principios.