
El libro de inglés de Evelyn y los otros sueños chamuscados en el incendio de Bosa
Evelyn Méndez en la mitad de lo que hasta hace un par de días era su cuarto.
Crédito: Pablo David
Varias familias aún duermen a la intemperie y viven una situación muy dramática después de que 30 casas resultaron afectadas por el incendio de una fábrica de icopor y una bodega de plástico, en el sur de Bogotá, durante la Noche de velitas. Esta es su historia.
Por: Rainiero Patiño M.

Un boquete casi del tamaño completo de la pared se abre como una ventana terrorífica. El paisaje es negro, como si un aguacero de brea caliente hubiese caído, sobre todo. El piso es una capa de, más o menos, 1,50 metros de plástico derretido y compactado, del que sobresalen varillas, otras estructuras metálicas y cientos de picos de botellas luminosas.
La superficie es brillante y desprende un olor ácido que penetra en la nariz y en los ojos. Luce como la lava artificiosa que recrean en las películas, pero es la realidad que se ve desde lo que hasta hace dos días era el cuarto de Evelyn Méndez, una de las decenas de personas damnificadas por la conflagración que dejó alrededor de 30 casas destruidas la noche del pasado 7 de diciembre en un sector de Bosa, en el sur de Bogotá.
La última vez que Evelyn vio la hora en la noche del incendio, el reloj marcaba las ocho. La muchacha trataba de quedarse dormida en medio del ruido y la música de la celebración de velitas. Algunos vecinos notaron que salía humo de la parte de atrás de la casa. Entonces los golpes presurosos contra la puerta y los gritos desesperados salvaron a la joven de quedar atrapada en la habitación.
Tiene la sonrisa entristecida de quien no ha podido dejar salir sus sentimientos. Casi 48 horas después de la tragedia, la mirada se le pierde entre el hueco que da hacia la bodega, los escombros y el arrume de cosas chamuscadas sobre el piso, su ropa, su televisor, papeles y su libro de inglés recién comprado, con el que estaba a punto de empezar los estudios que tanto había soñado y el motivo por el cual se vino a vivir a Bogotá junto con su padre, Franki Méndez.
Las llamas también consumieron el mueble donde guardaba unos pocos ahorros para la matrícula. En el momento del incendio estaba sola en la primera planta de la casa, espacio donde junto con su padre rentaban dos habitaciones. Al verse sin él quedó en shock. Por el ataque de nervios no supo qué hacer. Salió a la calle y allí tampoco se pudo mover. Su papá llegó a los pocos minutos a auxiliarla, pero el fuego ya era incontrolable y lo mejor era huir.
Evelyn y su papá son colombo-venezolanos y hace un año llegaron al barrio San Bernardino. Ella se rebusca los sábados y domingos en trabajos ocasionales, y él trabaja por días en obras de construcción. Todos sus documentos, incluyendo los de los trámites para la nacionalidad colombiana, se quemaron esa noche. En un rincón la estructura carbonizada de la cama, a un paso el televisor que su papá le compró y al fondo, unos zapatos achicharrados.
Todos los vecinos. Saquen todo
En la misma casa de Evelyn, pero en el apartamento del segundo piso vive Alejandro Páez González, con su mamá, dos hermanos y su padrastro. En el momento de la emergencia regresaba del trabajo, pero hizo una parada en una panadería del barrio para comprar algo para la cena. De repente escuchó a dos personas que pasaron diciendo que se estaba prendiendo la fábrica de icopor.

Como muchos otros vecinos, se acercó para ver en qué podía ayudar. No tenía idea de la magnitud del incendio. Cuando se percataron de la realidad, rompieron los contadores del agua para sacar la mayor cantidad de líquido. Al cabo de unos minutos de lucha contra el fuego, se dieron cuenta de que no iban a poder hacer nada. Decidieron que lo mejor era evacuar las casas porque las paredes se estaban cayendo.
Los bomberos, dice, “llegaron aproximadamente después de una hora”. En los rincones de su cuarto quedaron quemadas las herramientas y algunos de los equipos que usa como instalador de circuitos cerrados de cámaras de seguridad. Unos paneles de alarmas, discos duros, un taladro, un multímetro, pulidoras y otras herramientas de mano, con las que poco a poco estaba construyendo el sueño de su pequeña empresa independiente. Todo sumaba como 5 millones de pesos, según las cuentas que hace.
El lote, “un volador” y la culpa
A Cristian Camilo Beltrán el humo del incendio lo sorprendió mientras contemplaba los cabos de unas velas. Esperaba que se derritieran por completo para irse a la casa de un amigo donde tenían una fiesta. La nube de humo inundó los tres pisos de su casa, que estaba justo detrás del borde oriental de la bodega. En minutos, la montaña de casi tres pisos de icopor que era el paisaje habitual desde la azotea, se convirtió en una masa hirviente.
Lo primero en lo que pensó fue en Juancho y Milo, sus dos perritos pug. Subió corriendo y los halló resguardados en su casita de madera, muertos de susto. Se habían salvado. Un grupo de gallinas que la familia tenía en una jaula no corrió con la misma suerte. En ese momento se dio cuenta de que todo estaba prendido y “fue duro no poder hacer nada”.

Los vecinos, sin embargo, se metieron a las fábricas y comenzaron a sacar icopor para evitar que el fuego creciera. Beltrán calcula que “los bomberos llegaron como 45 minutos más tarde”, pero después de sacar las mangueras dijeron que no tenían presión de agua suficiente. Entre todos intentaron apagar, y desde las casas vecinas lanzaron baldes de agua.
“Los vecinos nos dicen que en reiteradas ocasiones habían denunciado las fábricas y que había venido gente de la Alcaldía, pero no hicieron nada. Dijeron que todo estaba en orden. Raro, cuando ni siquiera tenían algo para mitigar alguna emergencia”, indicó Beltrán.

Las paredes de la casa quedaron agrietadas, las estructuras del techo superior colapsaron. La vivienda de al lado es de su cuñado, por ahora se está quedando allí con su novia y sus sobrinos. Como tuvieron que echar agua por las paredes, todos los electrodomésticos se dañaron. La preocupación de Beltrán ahora es que “en el sector hay muchas más bodegas parecidas que son una ‘bomba de tiempo’”, por eso pide que se hagan controles.
Desde la cámara de un dron se puede ver la dimensión espacial del incendio. Al enfocar el terreno de casi dos manzanas pequeñas del barrio parece la fotografía de la superficie de algún planeta carbonizado. En el lote funcionaban dos negocios. El primero y más grande era una fábrica de icopor, que estaba en el costado sur. Y en la otra parte, una bodega de elementos de plástico que pertenecía a Floralba Castiblanco y a su esposo.
En las primeras declaraciones las autoridades dijeron que un volador de pólvora podría haber caído sobre la zona donde se encontraba el material y esto causó el incendio. Sin embargo, los vecinos creen que eso no exime a los dueños de sus responsabilidades.
Castiblanco señala que, contrario a lo que se ha dicho, no se trataba de un centro de reciclaje, sino de una bodega de almacenamiento de canastillas, estibas plásticas y canecas de pintura. Ellos mismos las fabricaban en un local cercano reutilizando otros materiales que guardaban en ese sitio desde hace tres años. En el momento de la conflagración, según sus cuentas, tenían almacenadas unas 300 toneladas de material.
Según la mujer, “al parecer por una de las calles estaban prendiendo voladores, velas y todo eso, entonces algo cayó y con el fuego se estalló una caldera en la fábrica de icopor, que nos mandó el fuego hacia acá. Aquí en ningún momento había nada que tuviera que ver con reciclaje”.
En el momento de la emergencia, Castiblanco y su familia estaban de paseo fuera de Bogotá. Por las llamadas de los vecinos se devolvieron corriendo, pero cuando llegaron no había nada que hacer. Sobre los cuestionamientos por las supuestas fallas en las condiciones de seguridad de las fábricas, Castiblanco señaló que por las recomendaciones para el funcionamiento “hacía algún tiempo separaron la mercancía a un metro de las paredes”. No obstante, reconoció que no contaban con pólizas de seguros, “porque hoy día es difícil que le vendan una en un sitio así”.

En las últimas horas, han tenido discusiones acaloradas con los vecinos, quienes los señalan de ser los culpables. Y han recibido visitas de los funcionarios de la Alcaldía de Bogotá. Pero, dijo que no ofrecen soluciones, sino que parece que solo vienen a cuestionarlos.
“Uno entiende que ellos (los vecinos) tienen toda la razón porque se les quemó. Pero, eso no fue culpa de nosotros, que teníamos plástico que prende fácilmente. Tampoco es de la fábrica de icopor, porque eso venía de la calle. Parece que es mejor esperar a que pase un poquito el problema, el dolor”, concluyó, mientras camina sobre la montaña de plástico quemado. Hace tres años, en el sitio había un parqueadero.
Colchonetas, una olla, silencio
A la medianoche del 7 de diciembre, la directora del Cuerpo Oficial de Bomberos de Bogotá publicó un mensaje en el que señaló que había sido controlado el incendio con la activación de siete estaciones con 15 vehículos y 48 uniformados. Para lograrlo, dijo, fue realizado “ataque directo desde diferentes puntos, de tal forma que se pudiera detener el avance del fuego. Por fortuna, luego de la búsqueda primaria y secundaria no se encontraron personas lesionadas, ni víctimas fatales”. La opinión de la comunidad sobre su accionar y efectividad, sin embargo, no es tan satisfactoria.
A las pocas horas, las cuadras afectadas se llenaron de funcionarios con chalecos de muchos colores y planillas vacías para llenar. El alcalde, Carlos Fernando Galán, dijo que el Instituto Distrital de Gestión de Riesgos y Cambio Climático hará una valorización de los afectados para darles el apoyo necesario junto con la Secretaría Distrital de Integración Social. Y, además, que el equipo de bomberos también inició una investigación para determinar cómo se originó el incendio.
A pesar de los anuncios, la gente de algunas de las casas más afectadas, como Evelyn, Franki y Alejandro, lleva tres noches durmiendo a la intemperie. Algunos voluntarios les regalaron unas colchonetas, entonces se turnan para descansar por horas, así cuidan lo poco que les quedó. No ha sido fácil y las bajas temperaturas ya están pasando factura en la salud de algunos, por eso agradecen cualquier medicina que les puedan regalar para la fiebre, la gripa y los dolores. De forma milagrosa, durante la emergencia solo algunos tuvieron cortaduras o quemones pequeños. “Nos han ayudado con bastante comida, pero sí requerimos cositas de aseo personal”, dijo Páez.
En la mitad de la cuadra, en una olla gigante hierve una sopa comunitaria a la que dos mujeres le terminan de rectificar la sazón. Páez descansa un poco con las manos y la ropa aún sucias de cenizas. Franki Méndez habla con un primo constructor para ver si puede hacer algo para salvar la estructura de la casa. Y Evelyn está de pie junto al portón, paralizada y en silencio. Abstraída, como la noche del incendio. No sabemos si pensando en su libro de inglés.


