
‘El trago ha sido la adicción por excelencia de nuestros presidentes’
Simón Bolívar, Tomás Cipriano de Mosquera, Gustavo Rojas Pinilla y Gustavo Petro.
Crédito: Wikicommons / Juan Diego Cano - Presidencia de la República
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A propósito de las acusaciones del excanciller Álvaro Leyva contra Gustavo Petro, el historiador Nicolás Pernett, autor del libro 'Presidentes sin pedestal', cuenta las increíbles y delirantes anécdotas de nuestros mandatarios. Entrevista.
Por: Armando Neira

Nicolás Pernett es historiador de la Universidad Nacional, magíster en Literatura y Cultura del Instituto Caro y Cuervo, exbecario de la Fundación Carolina y de la Universidad de Texas, Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar por su artículo García Márquez y la historia de Colombia, y autor del libro Presidentes sin pedestal (Penguin Random House), en el que revela detalles tan delirantes como asombrosos de la vida de quienes han ostentado el poder en Colombia.
CAMBIO: Hoy hay una discusión sobre una posible adicción –según el excanciller Álvaro Leyva– del presidente Gustavo Petro. En nuestra historia, ¿qué presidentes han tenido adicciones y a qué?
Nicolás Pernett: ¿Aparte de la adicción al poder? Bueno, ha habido muchas. La comida en abundancia y el licor han sido acompañantes del poder desde siempre, y Colombia no ha sido la excepción.
CAMBIO: ¿Siempre?
N.P.: Sí. Ya desde los tiempos de la Independencia le criticaban a Jorge Tadeo Lozano que hacía demasiadas fiestas palaciegas, y de José Miguel Pey, el primer presidente de la Junta del 20 de Julio, decían que comía como un buey. También era común entre los militares de esa época la adicción al juego, seguramente porque pasaban muchas horas de campaña y necesitaban distraerse con algo.
CAMBIO: ¿Y esos nombres ilustres como, por ejemplo, Santander, que se ha identificado como el Hombre de las Leyes?
N.P.: Él fue objeto de muchas risas. En el siglo XIX se burlaban continuamente de la adicción a las cartas que tuvieron presidentes como Francisco de Paula Santander (quien también era un gran billarista) y José Hilario López, a quien siempre pintaban en las caricaturas con su botella y sus dados al lado.
CAMBIO: El trago ha sido un gran compañero del poder…
N.P.: El trago siempre ha sido la adicción por excelencia, en parte porque es legal y porque está presente en la mayoría de los actos protocolarios de un gobierno. Son famosas las historias de Gustavo Rojas Pinilla volviendo completamente borracho en el primer avión presidencial que tuvo el país, después de pasar días tomando con ejecutivos de la United Fruit Company en el Magdalena; o del conservador Guillermo León Valencia, chapeto, brindando a la salud de España en un banquete en honor del presidente de Francia, Charles de Gaulle.

CAMBIO: ¿Algunos incluso pasaron a la historia del arte?
N.P.: Sí. En los años setenta se hizo común la imagen del presidente Julio César Turbay borracho en los medios, como lo inmortalizó la pintora Beatriz González.
CAMBIO: Pero, ¿ha sido solo trago?
N.P.: Siempre es más difícil hablar de las drogas duras, como las que el excanciller Leyva insinuó que consume Petro, porque para decir que un presidente es adicto a estas sustancias se necesitan pruebas que son muy difíciles de obtener. Aunque todos hemos escuchado historias, no sobre uno, sino sobre varios presidentes y políticos del último medio siglo que aspiraron más que a cargos de elección popular, por decirlo de alguna manera. Así que supongo que los petristas también podrían decir en este caso, como dicen cada vez que aparece algún escándalo del Gobierno: si otros lo hicieron antes, ¿por qué lo critican ahora?
CAMBIO: Ahora hay una discusión por la salida de tono del presidente Petro hacia el presidente del Congreso, Efraín Cepeda, con un “HP”. ¿Qué otros presidentes han utilizado un lenguaje soez hacia sus interlocutores en nuestra historia?
N.P.: Los insultos en público y en privado también han hecho parte de la política colombiana desde siempre. No hay sino que recordar que el llamado “grito de Independencia” del 20 de julio no fue un llamado respetuoso a los ilustres hijos de España a volver a su lugar de origen, sino un insulto a los chapetones de pacotilla.
CAMBIO: ¿Por qué todas esas expresiones luego desaparecen?
N.P.: La historia después se encarga de matizar y limpiar muchas de las palabras de los próceres. Como la política es el reino de la doble moral por excelencia, siempre ha sido normal que los políticos se refieran con palabras soeces a sus enemigos en privado, pero tengan cuidado de no decir este tipo de insultos en sus discursos o escritos.
CAMBIO: Ahora las cosas son diferentes…
N.P.: En las últimas décadas ha sido más difícil mantener esta separación ante la presencia de tantos periodistas y micrófonos frente a las bocas de los mandatarios. A mi generación le tocó crecer con el “¡mamola!” de Horacio Serpa ante el Congreso y el “le voy a dar en la cara, marica” de Uribe en una conversación privada, entre otros ejemplos de la vulgaridad aflorando en el ejercicio de la política.
CAMBIO: ¿Por qué cree que a Petro le dio por el “HP”?
N.P.: Supongo que, en la actualidad, cuando tantos países del mundo están gobernados por chabacanes que cuentan con el aplauso de sus votantes, Petro puede llegar a sentir que el uso de lenguaje ramplón lo ayuda a exacerbar las pasiones de sus seguidores de cara a 2026. Y este no será el último madrazo que escuchemos saliendo de la boca del presidente en horario estelar.
CAMBIO: Al presidente Petro los opositores han llegado a acusarlo de que no está bien de la cabeza. En nuestra historia, ¿hemos tenido presidentes que hayan estado mal de la cabeza? ¿Quiénes y por qué?
N.P.: Claro, para meterse a la política hay que tener algo de desequilibrado. El que tuvo más fama de loco en el siglo XIX fue el payanés Tomás Cipriano de Mosquera, que nació en la cuna más linajuda que uno se pueda imaginar, pero que estaba completamente loco.
CAMBIO: ¿Por qué?
N. P.: Era un hombre de rencores inapagables, de decisiones inesperadas y con un delirio de grandeza que muchas veces lindaba precisamente con el delirio, porque se sentía descendiente de las más ilustres familias europeas (aunque en los tiempos de Álvaro Uribe también llegaron a decir que este era descendiente de faraones). Mosquera tenía, además, un apetito carnal incontenible (era un depredador sexual, dirían ahora), que sufrió una blenorragia toda la vida, que trataban con mercurio en esa época, lo cual seguro acentuó su locura, y al que le volaron la mitad de la boca y luego se la cosieron con hilos de plata. Un tipo bastante desagradable. Aun así, vivió 80 años y fue cuatro veces presidente.

CAMBIO: Para las nuevas generaciones es difícil imaginar eso.
N.P.: Es cierto. En el siglo XX las apariencias fueron mucho más importantes y los presidentes fueron más moderados a la hora de esconder sus locuras. Aunque algunos sufrieron claramente de la cabeza de varias maneras. Por ejemplo, el conservador Laureano Gómez tuvo un derrame cerebral en pleno Congreso, y el liberal Virgilio Barco gobernó una de las décadas más violentas de nuestra historia con Alzheimer. Como dijo Fernando Vallejo: Barco les declaró la guerra a los narcos y después se le olvidó.
CAMBIO: El excanciller Leyva dice que el presidente Petro se escapó dos días en un viaje oficial a París. ¿Hemos tenido presidentes que hayan tenido otras fugas?
N.P.: No recuerdo ahora una fuga de dos días en París como la que contó Leyva. Pero en esos viajes internacionales los presidentes se comportan como cualquier mortal en un país extraño, con llaves de una suite de lujo y viáticos en el bolsillo. Seguro más de uno se echó sus canas al aire.
CAMBIO: Les resulta difícil resistirse a las tentaciones…
N.P.: Hay una historia de Simón Bolívar –y a Petro seguramente le puede gustar la comparación– que dice que un día casi lo matan en un prostíbulo de Londres, en un viaje que hizo a Inglaterra a buscar apoyo para la independencia y para convencer a Francisco Miranda de regresar a Venezuela. Bolívar mismo contó que estaba negociando un servicio sexual con una de las trabajadoras del lugar, pero como no hablaba inglés (los niños ricos de esa época aprendían era francés), la señora terminó entendiendo que él quería estar con un muchacho y lo denunció por sodomía, que era ilegal en esa época, y armó un tremendo escándalo entre los matones del lugar que casi lo despellejan, antes de que pudiera escapar corriendo. No creo que a Petro le hayan pasado cosas así, pero vaya uno a saber las que sí le han pasado.
CAMBIO: A propósito de los trinos del presidente Petro, en los que en ocasiones es absolutamente incomprensible, ¿qué presidentes hemos tenido realmente inteligentes y qué presidentes han tenido conocimientos apenas básicos, por no decir ignorantes?
N.P.: Es verdad, en los últimos años ha decaído la elocuencia presidencial de un modo dramático. Pasamos del “así lo querí” de Duque a los trinos redactados con los pies de Petro. Y todo esto en un país en el que hubo una época en la que los presidentes eran gramáticos consagrados y poetas parnasianos.
CAMBIO: Se solía decir que los grandes presidentes eran excelentes gramáticos…
N.P.: Por supuesto, el dominio de la palabra no significa de por sí inteligencia para la política. Julio César Turbay llegó a presidente apenas siendo bachiller, y ha habido pocos viejos zorros que hayan conocido los vericuetos retorcidos de la política como él.
CAMBIO: ¿Se necesita ser muy inteligente y preparado para ser presidente?
N.P.: Cuentan también que un día le recomendaron a Guillermo León Valencia que hiciera algunos estudios para que fuera un presidente más culto, y que este respondió: “Mi papá (el poeta Guillermo Valencia) fue uno de los hombres más cultos de este país y no le alcanzó para llegar a ser presidente”. Por desgracia, tenía razón: para ser presidente no hace falta ser muy inteligente.

CAMBIO: Pero ha habido realmente unos muy ilustrados.
N.P.: En efecto. Y cómo se ven de bien los presidentes que se expresan con propiedad y elegancia. Y en Colombia ha habido varios: Camilo Torres, Manuel Murillo Toro, Carlos E. Restrepo, Alberto Lleras Camargo y, bueno, incluyamos en la lista también a Belisario Betancur, aunque este clasifique de repechaje a este grupo porque no era tan buen poeta como lo pintan.
CAMBIO: En su trabajo de investigación para su libro, ¿cuáles son las anécdotas más insólitas de nuestros presidentes que usted encontró?
N.P.: Serían muchas para recordarlas ahora. Tendrían que leer mi libro para conocer varias. A mí me parece muy simpática una que la mayoría desconoce. Colombia tuvo un presidente que duró solo un día: Clímaco Calderón Reyes, que fungía como procurador y tuvo que asumir la Presidencia del 21 al 22 de diciembre de 1882, después de la muerte repentina del presidente Francisco Zaldúa y antes de la posesión del designado. Siempre digo que ese es el único presidente que puede decir que no alcanzó a hacer nada porque no tuvo suficiente tiempo.

CAMBIO: ¿Y cuáles hechos cometidos por presidentes llegaron a usted a avergonzarlo?
N.P.: En general, me avergüenza cuando un presidente y su camarilla se sienten por encima de las instituciones que presiden o de las leyes del país que gobiernan y empiezan a usar el Estado para su beneficio personal, sea este político o económico. Y me avergüenza por igual que lo hagan en nombre de la “seguridad democrática”, de la “prosperidad para todos” o del “cambio”.
CAMBIO: ¿Por qué usted tituló su libro Presidentes sin pedestal?
N.P.: Porque estoy cansado de los pedestales, tanto los de las estatuas como los que les ponen la historiografía o los gobiernos a las figuras del pasado. Nadie merece estar en un pedestal, y siempre me parece sospechoso cuando ensalzan a alguien con demasiado ahínco. De ahí suele venir la caída. Tampoco creo en el derribamiento de estatuas. Creo que es mejor dejar de tener ídolos que tumbar sus estatuas cada mes. Deberíamos empezar a cambiar las estatuas por árboles, a ver si tenemos algún futuro en este planeta.
CAMBIO: En su libro usted escribió: “Antonio Nariño: No era un hombre de corazón rebelde, como lo ha pintado la historiografía, sino una mala persona. Eso sí, un gran librero”. ¿Por qué?
N.P.: Me parece que Nariño es el prócer independentista que tiene mejor imagen entre los colombianos. Siempre se puede encontrar a alguien que odie a Bolívar o que deteste a Santander. Pero no a Nariño. Tal vez por eso me cae tan mal. Si uno mira de cerca la biografía de Nariño encuentra que no tradujo e imprimió los famosos Derechos del Hombre por libertario, sino por librero comerciante de novedades; que sus ímpetus independentistas no fueron tan fuertes ni tan tempranos como los han pintado sus aduladores, y que fue el culpable de las guerras de la Patria Boba, cuando la mayor parte del país se estaba organizando en las Provincias Unidas de la Nueva Granada y él insistió en imponer por la fuerza un sistema centralista, con él en el centro.

CAMBIO: Y también afirmó: “Simón Bolívar: un carroloco con suerte (en lo militar). Cual si de una línea de muñecas Barbie se tratara, Bolívar viene en muchas formas y presentaciones al gusto de cada cual”. ¿Por qué?
N.P.: Cada presidente o político colombiano ha usado a Bolívar como ha querido. Hace un siglo era patrimonio de los conservadores, de Miguel Antonio Caro a Laureano Gómez. Luego se volvió santo patrono de la izquierda, desde la guerrilla hasta Petro. Toda esa alharaca petrista-mdiecinuevera de los últimos años no es nada nuevo en el país. En nombre de Bolívar han gobernado dictadores como Tomás Cipriano de Mosquera o Gustavo Rojas Pinilla. Bolívar puede ser entonces símbolo de la derecha o de la izquierda, de los conservadores o de los liberales (en Venezuela es incluso la imagen del gobierno y de la oposición). Eso sí, todos los que adoran a Bolívar suelen ser autoritarios. En eso, todos los bolivarianos se parecen.
CAMBIO: Los libros de historia suelen ser serios. Usted elige el cinismo. ¿Por qué es necesario contar la historia de Colombia desde el humor?
N.P.: Para que se pueda leer. Uno no puede adentrarse en la historia de un país con un pasado tan dramático como Colombia sin sentir un constante nudo en la garganta. Tal vez por eso a mucha gente le cuesta, y no hay que despreciar a quien siente eso como escapista o como alguien que quiere negar la realidad. La gente tiene derecho a ver la realidad como prefiera. Y el humor siempre ha hecho parte de nuestra tradición, justamente para enfrentar tantos dolores insoportables que nos ha tocado soportar. Es por eso que yo me niego a tomarme en serio un país tan trágico como Colombia.
CAMBIO: Al comienzo del mandato del presidente Petro usted afirmó: “Ser presidente colombiano implica transar con delincuentes, crear clientelismo para sacar adelante sus proyectos de ley, hacer acuerdos con terratenientes y empresarios; y un populismo ramplón, para mantener con cierta felicidad a sus electores. Será como todos los demás”. ¿Acertó o se equivocó en su pronóstico?
N.P.: Me equivoqué. Fue peor.
